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Tiendas de libros usados

Perla Rivera Núñez

Poeta hondureña

 

Muchas personas mantienen el gusto por coleccionar títulos para ampliar sus bibliotecas y para expandir su intelecto. Pero hay quienes aprecian en verdad el libro en físico. Disfrutan su olor peculiar, la portada, su color y hasta sus grietas, cuando es antiguo.

La situación económica en el país  y el escaso interés de nuestras librerías por llenar de títulos atractivos y necesarios para el intelectual nuestro, hace que se busquen estas opciones que de vez en cuando ofrece alguna sorpresa agradable para quienes las visitan, eso si, debes llevar lo necesario. Estos sitios donde se ubican son tan riesgosos que lo único que te hace visitarlos es el puro interés por conseguir lo imposible.

La primera vez que visité un puesto de libros usados fue en la calle real de Comayagüela, en el centro de la capital hondureña, en la Librería Costa Rica para ser exactos. Una pareja de costarricenses eran los dueños de aquella tienda donde había mucha literatura centroamericana y otras joyas. Hacía un tiempo estaban vendiendo toda su biblioteca. Ahí encontré en un viejo estante, mi primer libro de Silvia Plath  ‘ Soy vertical pero preferiría ser horizontal’, el precio 30 lempiras, un dólar  cincuenta ctvs.  En ese entonces nos llevó la catedrática, amiga y poeta; Yadira Eguigure, cursábamos la clase de Literatura Centroamericana.

Compramos varios textos, salimos con menos dinero pero mucho más felices.

La suerte nos seguía de cerca y en otra de esas asignaciones, en el peligroso mercado Álvarez  llegamos a un lugar que parecía el paraíso de los libros perdidos. Nos dedicaríamos ese día a buscar una muestra de campo para otra investigación y terminamos llenos de polvo en medio de aquellos estantes interminables de libros donde se podía encontrar el Segundo sexo de Simone de Beauvoir o un almanaque Bristol junto a una Aritmética de Baldor.

Aquello fue hasta terapéutico, la señora al ver nuestro interés sacó algunos textos que tenía debajo del mostrador y que ella consideraba vendibles, muchas veces-para ellos- el grosor es la etiqueta del precio. A más páginas, nos dijo, mayor el precio. Yo agradecí este aspecto de inocencia en ella, cuando descubrí una breve obra sobre ´Arte y cultura’, cuyo precio fue de 60 lempiras, un poco más de tres dólares por ser de pocas páginas como dijo ella. Ese día comenzó mi amor por aquellos sitios; aún tengo el libro  encontrado esa tarde.

Las bibliotecas públicas son tan escasas que hay que ingeniárselas para obtener los textos que deseas y los pocos disponibles oscilan en precios inalcanzables. Muchas veces caemos en la tentación de comprar libros de procedencia dudosa y nos quedamos con el remordimiento de obtener un libro que necesitamos pero que no lo obtuvimos de la forma correcta.

El interés por volver a estos sitios regresa con frecuencia y ya planeo otro día de riesgos, otro desafío al buscar algún tesoro escondido en medio de olores a comida, tráfico, pregones, polvo y estantes antiguos.

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