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Sólo estamos perdidos (2)

@renemartinezpi
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Ustedes, ed los estudiantes de ciencias sociales de “la nacional”, viagra que serán: los antropólogos que construirán templos del cambio con las ruinas de la memoria, si recuperan los recuerdos; los historiadores de las víctimas, si recuperan los años-lucha que no están consignados en los periódicos; los sociólogos que descubrirán cuál es el rumbo desconocido que usan los funcionarios corruptos, si recuperan las huellas dejadas y las huellas por dejar del pueblo honesto; los trabajadores sociales que construirán la dignidad en las zonas marginales, si siguen siendo tan solidarios como hasta hoy son. Ustedes, los estudiantes de hoy, los muchachos de hoy, los utopistas de hoy y mañana, serán lo que están predestinados a ser si ya no complican todo con las cosas viejas que están escritas en los libros nuevos; si decodifican la vida y los gestos obviando las órdenes, falacias y prejuicios de un pasado sin presente ni futuro, esos prejuicios burgueses que infectan el alma sociocultural de los pueblos, que encadenan la creatividad a la piedra del conformismo social; que aturden la cabeza y hacen una sopa densa del pensamiento para que piensen en “sí” o “no”; que divide las manos en las luchas de calle, es decir que serán lo que tienen que ser si botan todo lo que empobrece el pensamiento y la acción, si logran que la cabeza no acepte la vida tal cual es, sino tal como debe ser.

Ustedes, los estudiantes de ciencias sociales de “la nacional” (los sociólogos, trabajadores sociales, historiadores y antropólogos de mañana, del mañana de su pueblo) quiero que sepan que para ser felices deben hacer sólo lo que aman, esa es la clave de la felicidad individual, social y profesional, pues quienes hacen lo que aman (el compromiso social consuetudinario a toda prueba) y aman lo que hacen (con sus errores y aciertos, con sus virtudes y defectos) sufrirán la bendita maldición del éxito garantizado, un éxito sin eruditas ínfulas personales que les llegará, de puntillas, cuando deba llegarles, ni antes ni después. No hagan nada por obligación o por imposición burocrática (ni las tareas académicas ni su trabajo en las comunidades y bibliotecas públicas); hagan todo por amor, por amor a los demás y a ustedes mismos, entonces conquistarán la plenitud que sólo las ciencias sociales pueden brindar. En esa -y por esa- plenitud académica y social que ustedes están benditamente condenados a padecer y multiplicar, es posible construir un mundo mejor para los necesitados de siempre, que son los tristes más tristes del mundo con sólidos argumentos; es posible lograr grandes avances en el planeta sin esfuerzos agobiantes, porque a ustedes los moverá la fuerza sobrehumana de la convicción que le da vida a los imaginarios, esos mismos imaginarios que son capaces de soportar el hambre y de revivir a los muertos mucho antes del tercer día y de sanar, sin medicinas de por medio, a los enfermos terminales a los que los médicos burocráticos sólo les han pronosticado un mes de vida, a lo sumo.

Ruina. Templo. Olvido. Memoria. Caverna. Horizonte. Verdugo. Pueblo. Odio. Amor. Prisión. Utopía. Utopía. Ustedes, los estudiantes de ciencias sociales de “la nacional” (los sociólogos, trabajadores sociales, historiadores y antropólogos que son, por historia, los herederos auténticos del pensamiento crítico salvadoreño) tendrán a su cargo a muchos compatriotas (bajo la figura de objeto-sujeto de estudio o bajo la condición de beneficiarios) con quienes deben construir el nuevo pueblo, la nueva nación, la nueva utopía social, el nuevo futuro y, para hacerlo, deben compartir la vida real con ellos, es decir “ponerse los zapatos de ellos” más que en los zapatos de ellos. Será en las comunidades donde ustedes aprenderán el concepto terriblemente humano del amor a los semejantes (sus compatriotas, sus hermanos), problema axiológico y sociocultural que sólo se puede resolver encontrándose a ustedes mismos, descubriéndose totalmente desnudos frente al espejo de la autocrítica, que es uno de los objetos más consentidos del tiempo-espacio donde se concluye, a solas, que la felicidad es un don interno de vida que sólo existe cuando se comparte masivamente y sin restricciones, pues no es algo que se regatea como cualquier mercancía y no es algo que se construya sobre la muerte ajena. Malos ejemplos sobre esto último tiene una infinidad la historia del planeta: Maximiliano Hernández Martínez, que masacró en miles a su pueblo y fue bueno con los que dejó vivos; el famélico y amanerado Hitler, que mató a millones sin hacer ni una tan sola mueca; o los Bush, que bombardearon a otros cientos de miles en nombre de las libertades humanas.

Hay tantas cosas para compartir con los más pobres del país; hay tantas sonrisas infantiles que sacar de los tugurios; hay tantos sueños por soñar junto a quienes sólo conocen las pesadillas; hay tanto por hacer que cualquier tiempo es corto. Nuestro paso por el país y por la memoria de los otros es tan efímero, que llorar por las cosas materiales es una pérdida absoluta de tiempo. Son nuestras en la objetivación del imaginario del realismo-mágico que nos enseñó García Márquez: las gotas perfectas de las lluvias de noviembre que hacen de los pétalos unos labios ansiosos; el chocolate caliente de Panchimalco a las 6 de la tarde en punto; las pupusas inenarrables del Parque Balboa; el pan dulce de los funerales alegres; el dulce de ayote de Tonacateque; la magia del “Mágico” González; los poemas de Roque, Claudia Lars y el valor del Quijote de la Mancha; el Carbonero, Camino de Hormigas y Patria Querida; los cuentos de Miguel Ángel Espino y de Salarrué; los ríos y los lagos mágicos; la esmeralda expropiada de los volcanes majestuosos, sólo por mencionar las maravillas de nuestra tierra. Es nuestro todo lo que necesitamos que sea nuestro y es una tarea inalienable de ustedes, los estudiantes de ciencias sociales de “la nacional”, que todo eso vuelva a las manos del pueblo.

Ustedes, los estudiantes de ciencias sociales de “la nacional”; ustedes que sin petulancia pueden cantar: “los estudiantes somos vergones”, no pueden sentir hambre, ni frío, ni sueño, ni cansancio, porque hay miles y miles para quienes todo eso es su universo, o sea su cotidianidad de generación en generación.

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