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Sensaciones árabes e islámicas en la literatura salvadoreña -Breve selección-

Bilal Arif Portillo*

En los jardines de Saadi cantaré mis versosRoberto Armijo
«Suele llamarse Academia de Bagdad a la Casa de la Sabiduría creada por el califa Al-Mamún (siglo IX). Pero no era una tertulia, como la Academia de Platón, sino un centro de investigación patrocinado por el poder, como el Liceo de Atenas y el Museo de Alejandría. Tenía sabios, poetas y músicos; colecciones de objetos, plantas y animales; biblioteca, observatorio astronómico, laboratorios alquímicos y de farmacopea. En Bagdad, se traducen al árabe todas las obras de Aristóteles y algunas de Platón. En Bagdad, renacen las tradiciones de Alejandría: las aristotélicas o empíricas (estudio de los cielos y de las sustancias, medicina, compilación de textos y filología) y las platónicas o especulativas (matemáticas, teología, poesía, mística)» (1).  Esta descripción del Bagdad de hace más de mil años, es increíblemente bella, y hoy increíblemente lejana. No parece real si se compara con el estado actual de las cosas en Oriente Medio. Los musulmanes no siempre fueron vistos como bárbaros y empobrecedores de la cultura, hoy tristemente para mucha gente es así, en parte por el importantísimo magisterio de la publicidad como dice Mario Vargas Llosa en uno de sus ensayos. Ahora si desempolvamos la historia a lo mejor y comprobamos que el retrato de Gabriel Zaid con el que comienza este comentario es cierto, y que en alguna medida ese legado pudo llegar hasta América y por supuesto aunque muy fragmentariamente a nuestro país, a su gastronomía, arquitectura y letras. Cosa por la cual transita esta selección.Siempre es bueno ponerse un poco en contexto y por eso me permito unas palabras  -muy pocas en realidad- sobre el legado cultural islámico y algunas de las repercusiones más tangibles en Hispanoamérica:La expansión y las espectaculares conquistas de los musulmanes entre los siglos VIII y X, no sólo significaron vigor e ingenio militar, también  puede decirse -amparándonos en la historia- que este paso fue brisa y verdor cultural. La fulgurante y alada belleza de las ciudades de Córdoba y Granada, de Bagdad, la constelación de sabios y filósofos de Isfahán y Shiraz, y la flamante poesía de los místicos de Delhi y Estambul con toda seguridad son ejemplo fiel del legado artístico que se le debe al Mundo Islámico, hubo en ese momento un enamoramiento estrecho entre el Islam y el arte, hoy nos queda al menos la fascinación. Sobre esto el historiador Juan Vernet nos ha legado estas intensas palabras:En la época de Abd Rahman II (822-852) las tornas se han cambiado y la civilización arabigoandaluza precede, salvo en el dominio de la medicina, a la de los vencidos. Estos buscan por todos los medios tener acceso a las corrientes literarias orientales y para ello procuran dominar el árabe aun a costa de olvidar el latín (2).También María Rosa Menocal, historiadora cubana, escribe:Al-Andalus para los musulmanes, Sefarad para los judíos. Nombres que evocan un capítulo único en la historia, cuando musulmanes, judíos y cristianos lograron crear en la península Ibérica una sociedad vibrante marcada por lo convivencia en un clima de tolerancia. Un mundo donde un judío podía ser el visir del califa y el epitafio de un rey cristiano estaba escrito en latín, árabe, hebreo y castellano. Una cultura que se nutría de matemáticos, filósofos, poetas y músicos (3).  El escritor salvadoreño nacido en Tonacatepeque, Francisco Espinosa en Literatura Universal y Etimologías dice así:Escritores árabes, durante la edad media, llevaron a Europa la filosofía griega. Por ejemplo Alkandi, Alfarabi y Avicena. El último era filósofo, poeta y médico. Son célebres sus Razonamientos sobre el Alma y Fuentes de la Sabiduría (4).Para finalmente revelar en la misma obra que:Asimilaron los árabes la cultura de los pueblos que sometieron a su dominio. En la literatura y, sobre todo en el cuento hay influencias de otros países como Persia, India, Grecia y Egipto. Lo demuestra la colección titulada Las Mil y una Noches, donde hay maravillosas narraciones como Aladino y la Lámpara Maravillosa, Alí Babá y los Cuarenta Ladrones y Simbad el Marino(5).Espinosa acierta en señalar que la literatura de los pueblos vencidos por el Islam le proporcionaron un sinnúmero de posibilidades filosóficas, literarias, científicas y religiosas;  uno de los pueblos abrazados por ese ímpetu fue el del sur de España, que entre los siglos VIII y XIII se conoció bajo el ahora casi legendario y melancólico nombre de Al-Andalus, allí tuvo lugar una interesante efervescencia cultural: varios pueblos, al menos tres credos y varias lenguas se alimentaron mutuamente, un caso bastante representativo de esa interacción lo constituye el Aljamiado, un interesante ensayo lingüístico de lengua romance escrita usando el alfabeto árabe (6), ahora el idioma español es tal vez la lengua de la familia romance más influenciada por el árabe, un autor como Pedro Geoffroy Rivas de hecho señaló esta cuestión, aunque parcamente en su ensayo La lengua Salvadoreña (7) y también en el texto Origen y evolución de las lenguas romances (8). Pero no solo nuestro idioma, también la literatura recibió esa herencia, del elemento árabe e islámico entonces se enraizó de tal manera que muchos de sus personajes sirvieron como tema de fondo para poesías, cuentos, romanceros, canciones e historias. También hay por ahí una interesantísima investigación desarrollada por Sabih Sadiq, bajo el nombre de LA INFLUENCIA DE LA POESÍA ÁRABE EN LA POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XIX, que contiene un análisis sobre el uso de metáforas árabes en la poesía en español (9). Con la llegada del periodo de la Colonia en América, los españoles y también los portugueses trajeron a esta parte del mundo fragmentos de ese legado, representados por ejemplo en el arte Mudejar (10) y en una serie de cuentos, historias y refranes. Ya bien entrados en el siglo XIX y principios del XX algunos de los mejores autores de nuestra lengua comenzaron a retomar en serio el tema en sus escritos: García Lorca, Rafael Cansinos Assens, Ángel Ganivet y Ortega y Gasset en España, Borges, Rubén Darío y Luis Cardoza y Aragón en América Latina.  En lo que se refiere a la literatura salvadoreña, tema central de esta selección, hay que saber que de acuerdo a Pedro Escalante Arce y Abraham Daura (11) existen textos de canciones denominadas morismas que ingresaron durante la Colonia en lo que hoy es Sonsonate, también el escritor Ricardo Lindo en una pequeña investigación bajo el nombre de Moros, cristianos y brujos en San Antonio Abad, transcribe fragmentos de historias del mismo tenor que las citadas por Arce y Daura, Lindo al hablar del mundo en el que se desarrollan esas historias, asegura que «En el repertorio salvadoreño el mundo en que se mueven las historias incluye Europa, África del Norte y Oriente Medio» (12), es decir un mundo en donde lo islámico y árabe es mayoría. Ahora bien, volviendo nuestros pasos a la investigación de Escalante y Daura, una de estas morismas que data de 1761 habría sido puesta en escena por mulatos de Sonsonate, y lo interesante es que en ella ya se hace mención de personajes islámicos, aunque en mi opinión todas estas morismas no dejan de ser copias de bolsillo de obras como El cantar del Mio Cid o La chanson de Roland. Por pura curiosidad reproduzco aquí un fragmento –nótese los arcaísmos- de esa morisma titulada Historia del redentor cautivo:
«Alá, famoso Don Carlos,oy guarde a tu magestad,por Celín Rojel, mi Rey,te he venido a saludar».
«Por crédito de Mahoma,sagrado, y Santo Propheta,el besaros pies y manos,oy merezca mi obediencia».
«Ea poderoso Mahoma,ea Soberano Alá,líbrame de este peligro,sácame de este afán,ea ilustres Mahometanos» (13).
Posterior a la instauración de la República de El Salvador, y con el empuje de movimientos como el Modernismo, se pueden rastrear varias menciones de estos elementos orientales, por ejemplo en algunos poemas –una parte de ellos incorporados a la selección que acompaña este trabajo- recogidos en la Guirnalda Salvadoreña de Román Mayorga y en algunas revistas y textos de la época. Sin olvidar las deliciosas crónicas de Ambrogi en su paso por Oriente (14), también el ladino fraguador de una genealogía mora del cuento Indiofilia Tragicómica del narrador y humorista José María Peralta Lagos (15), o el dato de Luis Gallegos Valdés  en su Panorama de la literatura salvadoreña  acerca de la existencia del texto Tratado elemental del calendario musulmán (de 1890) atribuido al historiador Santiago I. Barberena (16), que bien podría ser el primer escrito en abordar de manera específica una temática islámica en el país. Aunque soy consciente que en temas de investigación histórica la invitación a desbaratar los enunciados siempre está abierta. Francisco Gavidia considerado uno de los padres fundacionales de la literatura nacional, hombre de gran hondura cultural y autor del texto Estudios Árabes (17), se expresó sobre el tema en una conferencia dictada en 1945 en Guatemala, en el contexto de la inauguración de un Departamento Humanístico de la Universidad de San Carlos:Es, sin embargo, digna de mostrarse la persistencia con que la tradición arábiga se incrustó en la tradición castellana; basta recordar los cuentos de las Mil y Una Noches, y los del Conde Lucanor, traducciones de los orientales.Es un tópico de la historia que el primer ejemplar de nuestra «Lógica» de Aristóteles fue enviado por el califa Harum-al-Raschid al emperador Carlomagno. Por consiguiente, me parece a mí que, tomadas todas las precauciones, debería dárseles alguna atención a los estudios orientales que corresponden al ramo de la civilización arábiga (18).
Aunque al contrario que Gavidia hubo escritores, entre ellos el célebre narrador Miguel Ángel Espino que no vieron con tan buenos ojos esta influencia, de hecho Espino en una fulminante acometida en contra de los colonizadores españoles, no perdona ni a los moros al acusar que: Cuando la conquista, el español tenía mucho de moro; el carácter impetuoso, con llamaradas de entusiasmo, la irascibilidad, etc. El imperio árabe, conquistado en un minuto, tenía que caer porque carecía de consistencia; era una potencia hecha de espuma de jabón. Todas las obras de la violencia, son, en síntesis, raquíticas. Al árabe le faltaba la persistencia, la voluntad consciente del esfuerzo. Fatalmente para nosotros, España fue un paréntesis (a través de él saltaron los moros hasta América y dejaron sus vicios) (19).
Después con la súbita puesta en escena del movimiento de la Teosofía, cuya fuerza indómita logró impactar a varios escritores nacionales como Alberto Masferrer, Salvador Salazar Arrúe (Salarrué), Claudia Lars entre otros. Este movimiento puso de nuevo en la palestra el tema de Oriente, de tal manera que algunas reminiscencias islámicas y árabes entraron a nuestras letras por este canal, véase por ejemplo el poema Omar de Masferrer –incluido en esta selección-. También hay un par de acotaciones de la obra de Salarrué escritas por Hugo Lindo en donde se pone de manifiesto el elemento oriental –persa y árabe- en algunas de sus más fantásticas narrativas (20), de hecho algunos personajes de estos cuentos tienen nombres que leídos al revés resulta que pertenecen a algunos de los más célebres protagonistas de las Mil y una noches. De Oyarkandal por ejemplo resulta que Onidala leído al revés es Aladino, Ababila sería Alí Babá y Dabmis sería Simbad (21).Así mismo la poesía y narrativa de Hugo y Ricardo Lindo también es depositaria de elementos  de origen judeo-islámicos, como en los cuentos Abn Al Jaschid de Hugo, El Juicio en Santa Rosa de Lima y el apartado número V del cuento Mambrú, titulado el Laud de Aleya (22) que se encuentra en la recopilación titulada El arca de los olvidos de Ricardo, los dos primeros incluidos en la selección que acompaña este texto. De los otros escritores contemporáneos, ahí están por ejemplo algunos textos de Roberto Armijo, José Roberto Cea, de David Escobar Galindo, de Ricardo Castrorrivas, Julio Iraheta Santos, Rolando Costa y de otros autores aún más nuevos como Mauricio Orellana Suárez (23) cuya novela Te recuerdo que moriremos algún día, tiene ese aroma de Oriente en su estructura y personajes, Mustafa Al-Salvadori con su poesía repleta de dadaísmo e Islam, César Alvarenga o Federico Hernández Aguilar. Y en cuanto a los elementos árabes e islámicos más frecuentes o más citados, a continuación cito algunos de ellos:§ Las huríes (24) del paraíso musulmán§ Alá (25)§ Mahoma (26)§ Los moros (27)§ El poeta persa Omar Khayyam (28)§ Harún Al Rashid (29)§ El Corán (30)§ Palacios árabes como la Alhambra§ Ibn Rush (Averroes) (31)§ Personajes de las Mil y una noches.
Para capitular este comentario me gustaría confesar que esta selección no es más que un muestrario o una pequeña mirada de nuestra literatura. Por otra parte la extensión de ciertos escritos que aunque me fue posible encontrar, me obligó a transcribir sólo fragmentos y en algunos casos a obviar su incorporación. También me gustaría resaltar como caso interesante el caso de los textos de la Guirnalda Salvadoreña y el uso que del lenguaje hacían nuestros poetas en ese momento, las negritas en los textos las he puesto yo con el fin de ubicar con más facilidad esos elementos de los que trata esta selección. Además el título de este trabajo lo puse pensando en uno de los más asombrosos libros de Arturo Ambrogi.Selección:-PoesíaIGNACIO GOMEZ (1813)GRANADA (fragmentos)Versos escritos para una señora de aquella ciudadY ese lejano murmullo Se dilata en la ancha vega, Que riegan con sordo arrullo A un tiempo el Darro y Jenil.
En su nítida corriente, Que entre pensiles de aroma Refleja al purpúreo Oriente La espiga, el fruto, la flor.
Abrevaban sus corceles El Zegri y Abencerraje, Cuando el Sol de los Infieles Se alzaba aquí en su esplendor.
Ya aquel pueblo, cuya cuna Fué el oriente, no levanta Su sangrienta media-luna En la ciudad de Boabdil:
No ya el cántico guerrero Se oirá entonar á sus bardos, Ni al sol brillará su acero Contra los pueblos del Cid.
Pero de su antigua historia Un recuerdo indefinible. Un rayo de aquella gloria Con su mágica ilusión
Galvaniza todavía. En sus desiertos de arena. El cadáver del que un día Fué un pueblo heroico español.
Y ese ardiente sentimiento, Esa altiva descendencia
Da vida á su pensamiento, Le imparte fuego vital;
Y en la fúlgida aureola Ve, de ese poético ensueño. De aquesa visión, la sola Que sea digna de Alá (32).
CARLOS BONILLA (1841)A LA LUNA (fragmentos)
Con tinte de perla, con orlas de plata Do místicas sombras, etéreos querubes Tu plácida lumbre en ellas retrata.
Por eso cual Diosa te vieron los hombres Bajar á la tierra, bañarte en sus mares; Tuviste atributos y poéticos nombres
Y así te adoraron en templos y altares.
Y aunque ha fenecido la era pagana, Te adora en las selvas sencillo el salvaje; Del Sol te proclama la esposa galana, Te dá en las estrellas brillante linaje.
Y aun eres emblema de mística creencia, La fé sarracena te opone á la cruz;
Y has visto en combates de horrible violencia Reñir las naciones por Mahoma y Jesús (33).
JUAN JOSE BERNAL (1841)A TERESA (Fragmentos)
Hurí proscrita de los jardines Del paraíso de los amores, Son tus hermanos los serafines, Y te agasajan brisas y flores.
Si algún morisco tus ojos viera Y tu faz pura, que tanto agrada, Estoy seguro que se creyera Allá en la Vega de su Granada.
¿ Quién mirar puede tus negros ojos Tus frescos labios, tu tez rosada, Sin que rendido caiga de hinojos, Ni se enloquezca con tu mirada ?
¡ Qué nada tenga con que obsequiarte En este día sino mis cantos! ¡Qué yo no pueda palacios darte Como la Alhambra, llenos de encantos !
Si dueño fuera del vasto Oriente, Aun conservando tu fé cristiana, Colocaría sobre tu frente Una corona como sultana (34).
ELISEO MIRANDA (1845)SAN VICENTE (fragmentos)
Con sus plazas de hermosa figura, Con sus calles de fino enlozado. Con sus templos de rica estructura, Con sus fuentes de terso cristal ; Con sus huertas de frutas satírosas, Con jardines, vergeles y prados, De legumbres cubiertos y rosas Que los riegan las manos de Alah (35).  ISAAC RUIZ ARAUJO (1850)TE AMO (Fragmentos)
¿Quién en el mundo como tú de bella? Pensamiento de un ángel ¿quién tan pura? No hay nada en tí de mundanal críatura. Solo la forma tienes de mujer. Al contemplarte, he creido en las huríes Que habitan el paraíso musulmán, En esas hadas que en la noche van (36).
ANTONIO NAJARRO (1853)RECUERDOS (fragmentos)
Su hermosa patria, aquel jardín ameno En donde moran encantadas ninfas Donde murmuran cristalinas linfas, Donde no brama rudo el huracán
Cielo es aquel, prodijio de hermosura Verjel de lirios, de jazmín y rosa, Trasunto fiel de la mansión dichosa Conque delira insomne el musulmán (37).
FRANCISCO GAVIDIA (1863)CASILA
Una hija tiene el Rey Moro,El Rey Moro de GranadaCasila hurta de la mesaDel Rey, panes y viandasY se las da a los cautivosPor las rejas bien herradas…
Un día en los corredoresEl instante que ella pasa,Llevando viandas y panesA hurtadillas, en la saya,Héte al mismo Rey que llega, Héte al mismo Rey que le habla:-¿Qué llevas a los cautivosQue abulta tanto la saya?
Ella respondió: -Son flores!…Y el al punto asió la faldaY de la falda rodaronRosas, azucenas blancas,Una lluvia de jazminezQue ya perfuman la arcada,Lirios y claveles rojos,Violetas y albahacas (38).
Alberto Masferrer (1868)OmarOmar, Califa de mirada profunda, te alabo sobre todos los hombres. Tú viste hace mil trescientos años la enfermedad que había de matarnos o enloquecernos. Tú adivinaste que el hombre no puede vivir de teorías sino de amor. Tú viste que la especulación mata la vida, y que el abstraer continuo reseca el corazón.¡Quién pudiera otra vez hallar como tú hallaste, juntos y hacinados todos los devaneos de la mente humana, todos los libros surgidos de la locura, del tedio y del miedo, y arrimarles la tea salvadora, y reducir a cenizas el pescado y la ley, el ayer muerto y el futuro vano, el culto a Satán y a Moloch, el temor del infierno y la ansiedad del cielo! Y quedar libres, libres de Roma y de Babilonia, de Salomón y David, de César y Alejandro: del derecho y del deber; de la ciudad y de la patria; del arte absurdo y de la ciencia mentirosa. Y olvidarlo todo, todo; y no volver a pensar nunca en Moisés ni en Licurgo, ni en los estoicos ni en los epicúreos, ni en los sistemas filosóficos, ni en los misterios; y quebrar y aventar los códigos, y las ficciones todas del honor, de la propiedad, de la tradición, de la patria, del Estado; y que se borraran del hombre el pensamiento de ultratumba y la inquietud atenaceante de ser perfecto; y que volviera a ignorar, desnudo, su cuerpo y su alma, que existen la malicia y el pecado; y nos sintiéramos, una vez más, de la montaña y del desierto; frente a la belleza de las nubes calladas, y de las aguas susurrantes…y que en recompensa de cien mil años de dolor, en recompensa de cien mil años de temor y de locura y de sangre y de odio, que son nuestro calvario inmenso, se nos diera que sólo quedara en nuestro corazón una flor entreabierta, sonrosada y leve y fragante, que se llamaría piedad, y una nube tenue y dorada y luminosa, que se llamaría belleza (39).  Roberto Armijo (1937)IXEstambulLa Mezquita AzulEl Cuerno de OroEn el puente Galata entre asiáticos oímos el lenguaje de las estepasEn el Tokapi el Sultándelicado sensualRespiraba una rosa de HispagánAquí Bayaceto caminó entre rosales (40).
AverroesAMOR MÍO aquí vivió soñó contó las estrellas AverroesEra quizás ese ciprés que estaba entre el vientoy su ansia por aprisionar temblorosamente el universoEsa música que oímos escuchó el viejo divinola alondra extasiada abría sus alas en la mañana (41).
José Roberto Cea (1939)Casi el encuentro, CEE: 115, IXY yo soy un muchacho que ha perdido la historia y los sonidos. Y me siento perdido en pleno vértigo. Y hay un moro cayéndome despacio como campana azul (42)
Julio Iraheta Santos (1939)Un zapatazoEn el nombre de Mahomay el otro en el de Alácontra el Satán imperialistacánido malignoQué unción de dignidadpara millones de irakíesy la memoria dolorosade sus niñosmujeresy mayorescientos de milesasesinados por el imperio¡Gracias!Muntazer al-Zaidipor iluminarnosy compartir el corazónde los hermanos de Simbadpor la estela de tu patriotismoque cruza las aguasde una humanidadrenovada en su esperanza¡Salaam aleikum!(43)
Rolando Costa (1942)Con la cabeza hundida en el manto azulde la virgen declamó a Omar Khayyam mientras el niñojugaba con su abundante cabellera de ermitaño.Y aquél, descoyuntado, hirsuto, se levantó, se acercó aél, le tomó de las barbas y lo arrastró de ellas por el suelo fangoso.Fuese a lavar el rostro en la lluvia y les dejó solos (44).
David Escobar Galindo (1943)Devocionario(Fragmentos)Quisiera creer en la reencarnación:Es como reeditar la primavera.Es como darle largas al misterio.Yo apunto mi deseo, por si acaso:Ser un rufián con alma de profeta,que le enmiende la plana a Omar Kheyyam (45).
Mustafa Al-Salvadori (1971)Hipnótica AlquiblaYa no puedo más vivir así sin oración(no vivo, pervivo, sobrevivo),por eso oriento todo mi serhacia La Mecapara ajustar mi alma eremíticay sintonizar la Kaaba…¡Hipnótica Alquibla!hacé reposar mis pensamientos,aquietá mi corazón,inundame de Dios (46).
-NarrativaHugo Lindo (1917)ABN AL JASCHIDHay que reconocer que la idea de Abn Al Jaschid fue original sólo hasta cierto punto. Los grandes elogios que recibió, parecen radicar más en el valor práctico, que en el valor científico del invento, porque, al cabo, cualquier otro químico del Universal Technologic Institute, habría podido venir a parar a lo mismo. Se le había encomendado el desarrollo de una de las más interesantes cadenas del carbono, en busca de un material plástico que, transparente como el vidrio, tuviese un alto grado de fusión, una gran elasticidad, y algunas otras características señaladas en la cédula de requerimiento. La cadena le había dado ya varias sorpresas, porque el carbono, como algunas tribus africanas, guarda sus propios misterios. Por ejemplo, estaba el asunto aquel de un alcohol verde claro, perfectamente imprevisto, cuyo delicioso aroma de claveles le había puesto una borrachera súbita de la mejor calidad, y que, bebido en dosis mínima, lo había echado a dormir cuatro días seguidos, soñando en una hermosa bacanal. Esto, para sólo mencionar una de las sorpresas intermedias, Porque la máxima fue la que produjo su triunfo y su fracaso. Yo estoy seguro de que Abn Al Jaschid no dio en ese clavo intencionalmente. El trabajó en silencio. No puedo afirmar que honestamente buscara sólo esa especie de vidrio sintético que le había pedido el Instituto, porque sé lo fantasioso que ha sido siempre mi amigo el árabe. Como que lo conocí en una ciudad mediterránea, que hoy no puedo recordar cuál era, hablando de una especie de química-poética, llamada a revolucionar la aplicación práctica de su ciencia. —Vea usted —me dijo—. El mundo occidental está perdiendo su tiempo en estos territorios científicos, porque se ha propuesto ganarle tiempo al tiempo… Le parece una paradoja; pero no es. Como el interés que tienen mis colegas europeos y norteamericanos, es el de hacer las cosas más rápida y cómodamente, se han olvidado de que lo que en verdad nos hace los minutos más breves y amables, es lo que no tiene valor práctico. —Pero no me negará Ud. que es una maravilla tener disponibles lo que pudiéramos llamar signos del siglo XX: el radio, el automóvil, la cinta engomada que los gringos llaman «tape», el sistema de venta a plazos, el Corn Flakes supervitaminizado y con rayos ultravioletas… —Es una maravilla, si Ud. quiere, cuando todavía no los tiene. Pero cuando ya los tiene no sabe qué hacer con ellos, como no sea trabajar. Y entonces resulta que en vez de haberle robado tiempo al trabajo en general, lo ha hecho Ud. con cada uno de los trabajos particulares que tiene pendientes, con lo cual le queda más tiempo disponible para trabajar. Ha citado con acierto el asunto de las ventas a plazos. Eso ocurre con todo. Cuando usted está terminando de pagar las letras del carro, ya le empiezan a cobrar los papelitos verdes de la refrigeradora, y no ha concluido con ellos, cuando el banco le avisa el descuento o redes-cuento de los pagarés que firmó a favor del vendedor de radios. Su presupuesto no se desahoga nunca: por lo contrario, está cada vez más ahogado. -¿Y qué propone usted? —Nada. Poner la ciencia al servicio del disparate. Un escritor francés que estaba con nosotros sonrió levemente, mientras en los ojos se le encendía una chispita de latina aprobación. En cambio, un corredor británico —pipa, shorts— se quedó viendo con los ojos de pizarra, el agua quieta de la alberca del hotel. No dijo nada. Pero todos sentimos la rotundidad de su desacuerdo. No me extrañó el asunto cuando vine a saberlo. Pocos días de permanencia y de conversación con el árabe en aquel hotelito inolvidable, me habían dado la certeza de que, tarde o temprano, Al Jaschid inventaría o descubriría una aplicación perfectamente disparatada de la química. Tenía, indiscutiblemente, «elán» poético. Envuelto en una túnica semi-aérea, cerraba los ojos para hablar de sus viajes: —Ibamos navegando por las Columnas de Hércules. La noche estaba llena de ojos, y el mar se despeinaba una melena brutal … O bien: —¡Las palmeras!… ¡Ah, las palmeras!… Era el acento. No eran las palabras. Decía aquello con un acento tal, que en la mente de sus interlocutores se pintaban nítidos, el desolado paisaje del Sahara, o los mercados beduinos, o… ¡A eso vamos! Una tarde tomábamos el té. El cielo empezó a cambiar de tonos, y, con el cielo, también el agua de la piscina, porque llegaron unas ninfas en mallas de todos estilos, colores, y hechuras. Displicentemente, con la dignidad del hombre que sabe tomar té, me dijo entonces el químico: —Eso de la monogamia es una estupidez. Esperé que fuese desgranando uno a uno los argumentos conocidos, que con tanta firmeza y documentación rebaten nuestros textos de moral. Pero no fue así. Continuó: —Si es cierto que hay un cielo, ése debe ser el de Mahoma. No me crea un epicúreo… es que sin la vida sensual no hay imaginación posible, y en donde no hay imaginación podrá haber cualquier cosa, menos cielo. Antes del triunfo, el único que supo de su hallazgo, fui yo. Por eso tengo la primacía del relato, con los derechos de la idea inscritos bajo el N° A-7291 del Libro Cuarto de Inscripción de la Propiedad Químico-Literaria del Instituto Universal de Tecnología. Me hizo la confidencia después de unas cuantas noches de juerga en todas partes. De Nueva York a París, de París a Washington, de Washington a la sede del Instituto. El árabe solía beber lentamente, con una gran parsimonia, pero en cantidades muy dignas de estimación. —Venga usted a ver… Me mostró una caja como esas en que los niños guardan sus cubitos con letras o los trocitos de construcción. Sólo que aquí había pequeños rectángulos de  unos seis por cuatro centímetros, de una especie de yeso reseco, de diferentes tonos de rosado y amarillo. —¿Qué es esto? —Ya lo verá. Y en vez de invitarme a té o whiskey, sacó una tabaquera de rapé, y me ofreció un polvillo blanco. No supe qué hacer con el polvillo, de modo que esperé a que él me diera el ejemplo. Puso una cantidad pequeña en la uña del pulgar, y lo aspiró por la nariz, como un perfume. Yo lo imité. Seguimos conversando de diversos tópicos, y repetimos la hazaña varias veces. De pronto la atmósfera se puso levemente dorada. Debió de ser la hora. Abn Al Jaschid tomó —recuerdo bien— el rectángulo número seis, que era de un tono terracota, y me llamó al cuarto de baño. —Pase lo que pase… ¿Me jura que no lo dirá a nadie todavía? Juré con toda la solemnidad del caso. Colocó el rectángulo en el piso y abrió la llave de la ducha. El agua fría empezó a caer sobre el ladrillo de yeso, que la sorbía con una avidez increíble. Y se iba hinchando. Subiendo Tomando estatura y color y… ¡cuerpo entero de mujer! —Se la presento: es Edith Mellow, modelo de Los Angeles… Sin duda por su profesión, la chica no se extrañó de ver su morena y turgente desnudez, frente a dos hombres. —Very glad to meet you… No le respondí el cumplido por no hablar innecesariamente. La señorita Mellow estaba de rechupete. Más tarde, el árabe me explicó. En la cajita de pequeños ladrillos tenía su harem, porque en los Estados Unidos es ilegal la poligamia. «¡Una estupidez!» Se encontraba, pues, a cubierto de todo riesgo jurídico y policial, mediante ese descubrimiento, que estaba al final de la cadena de carbono cuyo estudio le encomendara el Instituto. —Están deshidratadas, conforme a mi procedimiento secreto. Cuando quiero la presencia de una de ellas, no hago más que combinar la pastilla con H20, que se puede encontrar en cualquier grifo. Luego, las torno a deshidratar. No sufren. Por lo contrario, les complace. ¿No es así. Edith? —¡Oh. yes!… Dos estupefacciones más me guardaba la caja de sorpresas de mi amigo el árabe. Me produjo la una cuando me indicó que, luego de cavilar, había llegado a la conclusión de que era conveniente y humanitario, hacer público su descubrimiento. —En una sociedad tan llena de rutinas y de pequeños intereses, tan ahíta de su propia técnica, en que ya la gente empieza a desconfiar del valor de las ciencias y del gozo de la vida, esto va a tener más alcances que la desintegración del átomo. Bien sé que si pregunto sobre esto a los políticos, a los clérigos, a los moralistas, van a poner el grito en el cielo. Por eso hice una encuesta entre poetas y pintores, entre músicos y borrachos. Y todos están de acuerdo en que es necesario, porque va a producir un desquiciamiento. La otra sorpresa fue que un día me mostró, en su despacho, un grueso tomo escrito de su puño y letra, en caracteres árabes. El título estaba en árabe y en inglés. En este idioma pude entenderlo. Rezaba «HACIA LA PAZ MUNDIAL POR LA IMAGINACION». Eran como novecientas páginas. —Es una obra escrita para que la entiendan los sociólogos y otras gentes sin Imaginación —me indicó—. Ya la traducción al inglés está por terminarse, y, en cuanto se concluya, editaré la obra por mi cuenta. En el Universal Technologic Institute había esa mañana de invierno, reunidos alrededor de setenta estudiosos. Se trataba de la adjudicación de los premios Novel, establecidos por el millonario K. W. Novel, de Massachusetts, para premiar las novedades máximas en cualquier rama de la ciencia o del arte. Ahí químicos franceses y matemáticos alemanes. Ahí mecánicos y poetas de fama mundial. Ahí entendidos en boxeo y en fabricación de conflictos internacionales, ahí pacifistas y toreros. Todas, prácticamente todas las actividades del hombre, como bien saben mis lectores, se hallan representadas en las famosas sesiones del Fideicomiso Novel. Y los asistentes estaban de acuerdo en conferir a Abn Al Jaschid el premio, el único premio, por sus mujeres deshidratadas, que tanto consuelo habían traído a corazones tristes, y tanta paz a muchos hogares celosos. Sin embargo, lo encontraban inmoral. No. Francamente. no se podía. —Pero sería injusto no otorgárselo. —Sería injusto. De aquella brillante reunión de eminencias, había de salir una fórmula que conciliara los intereses de la ecuanimidad con los de la ética. Y salió. Se dispuso otorgar a mi amigo el árabe, el Premio Novel de la Paz, por su libro sobre el poder de la fantasía en las relaciones internacionales, libro, por cierto, que muy pocos conocían y que los políticos no habían apreciado en todo su valer. Conforme lo requieren las bases del Fideicomiso, el premio debería ser entregado con gran pompa y ceremonia, en la casa de habitación del favorecido. Llegó el día fijado en el acta. Amaneció cayendo una lluvia delgada, punzante y fastidiosa. Soplaron vientecillos helados. Hacia el mediodía, se descolgaron unos nubarrones grises, y un robusto huracán empezó a batir puertas. Abn Al Jaschid fumaba su narguile, cuando el ventarrón le llevó parte del tejado, en el saloncillo de la biblioteca. No pudo hacer mucho caso al incidente, porque en ese momento llegaban, mojados a más no poder, los tres ministros del Fideicomiso Novel, con el pergamino, la medalla y el cheque, precedidos de banda militar y seguidos de un hormiguero de fotógrafos de prensa. Lo que vieron, fue la ruina de mi amigo el árabe. El ganador del Premio Novel de la Paz, tenía su casa en la más desastrosa de las guerras, como’ bien registraron las películas cinematográficas y las placas fijas, y como el lector, sin duda, pudo advertir en el diario que llega a su casa. Al levantar el viento el trozo de techumbre, la lluvia. ya impetuosa, cayó sobre la librera en donde estaba el harem deshidratado. Y la guerra no era sólo entre Zulema y Astrid, Abdara, Edith, Pilar y las demás… Se hubieran tolerado recíprocamente, de no haberse también mojado aquel trozo de yeso, cuyo número no registra la historia, y que se hacía llamar Cristina… o Jorge… (47)
Ricardo Lindo (1947)El juicio en Santa Rosa de LimaEl fiscal había sido duro.El acusado, un joven de grandes ojos negros, miraba tristemente a los jurados. Sabía que el defensor –nombrado de oficio por la Fiscalía- no podía hacer gran cosa.Lo atraparon pasando un cargamento de ropa por la frontera de Honduras, lejos de la aduana, y los policías lo golpearon tras robarle las mejores prendas.Los jurados sólo agacharon afirmativamente la cabeza mientras se relataban los cargos en su contra. Era, para colmo, un extranjero, un turco como llamaba el fiscal a los árabes. El, como todos sus congéneres (y el acusador casi se atrevió a decir como sus descendientes y los hijos de sus descendientes) traficaba a costas del dinero del estado. Es más, ni siquiera hablaba bien el español.Así estaban las cosas, antes que el abogado defensor interviniera, cuando se levantó el profesor de escuela, que se encontraba entre los espectadores, e interrumpió la honorable sesión.Lo dejaron hablar, quizás porque el estupor detuvo al Juez, o bien porque era conocedor del respeto que el profesor gozaba en la comunidad, a pesar de ser poeta.Habló pausadamente al comienzo, y poco a poco su voz fue elevándose y llenándose de vida.Recordó las caravanas árabes recorriendo el ilimitado desierto para llevar, a lomo de camello, las sedas de Oriente a las cortes de Europa, y esas especias por las que un día América sería descubierta. El don de China iba en manos de esos camelleros de ojos oscuros, cubiertos de largas túnicas, a través de los fríos del Himalaya y los calores del África, desafiando los vendavales de arena y la crueldad inocente de las fieras.Porque eran habitantes de la arena, que no produce nada, se volvieron comerciantes. Esos eran los antepasados del prisionero, cuyo camión era un falso camión, era un camello disfrazado de camión.El profesor hizo una pausa y continuó.También El Salvador era un desierto, un desierto poblado de árboles. Recordó su juventud, cuando recorría ciudades y caseríos pagando con acrósticos un almuerzo o un techo ocasional. No de otro pagaba Al-Mutanabi, con sus versos, la hospitalidad de jeques y sultanes en las cortes de Las Mil y una Noches. Sí, también en él, humilde profesor de escuela, había un grano de Al-Mutanabi, el inmortal poeta árabe.Luego se refirió a los papiros, que crecen en nuestro suelo como a las orillas del Nilo, y a las garzas de los manglares, que se antojaban ibis rosados de Egipto. Las olas que bañaban sus pies en el Puerto de La Unión eran ciertamente las mismas que vieron pasar la embarcación de Simbad el marino.Volvió aún al acusado. Hijo de un pueblo de errantes, había transgredido una frontera, pero las fronteras, a fin de cuentas, eran el resultado del egoísmo de los hombres, y la tierra era una sola, y para todos había sido creada.Cuando el profesor concluyó su discurso, los asistentes creyeron haber sido depositados en el suelo por una alfombra mágica.Todos se alejaron silenciosos, y el juicio ya no tuvo lugar. El acusado salió libre, porque lo contrario hubiera sido destruir el hechizo, romper una copa de Naishapur, despetalar los rosales de Persia, hundir el barco de Simbad (48).
Ricardo Castrorrivas (1938)Teoría para salvar espejosEn el único espejo que había en Ab Ramán, ciudad del reino de Ibn Al Khartaar, Abud Al-Rashid, El irascible (Sultán, Gran Visir, Enviado de Alá, Consejero privado de todos los sultanatos de la región, amo y señor de los bazares del reino, dueño de los mejores rebaños de camellos y El Más-Fiel-Intérprete-del-Corán), vio reflejada su imagen. Esta, sonreía serenamente, ausente de problemas. Intrigado Abud Al-Rashid preguntó a la imagen:-¿Por qué sonríes?-Soy feliz -dijo la imagen-Iracundo, Al Rashid lanzó un jarrón contra el espejo. La imagen, trizada, cayó al suelo como hielo quebrado. Momentos después, el sultán exhala el último aliento. A los cortesanos extrañó grandemente la plácida sonrisa que Al-Rashid tenía en sus labios (49).
César Ramírez Alvarenga (1955)El Coleccionista de SonidosYa tenía los más diversos sonidos del mundo: el vuelo del abejorro en celo, el estampido del mar contra los farallones de la montaña, las turbinas de un jumbo jet, el crujido de una ruptura dimensional, la comunicación del llamado de auxilio del Challenger, los susurros amorosos de una Yeti, los desplazamientos armónicos de una araña en su tela, las vibraciones mentales de los iniciados al proyectarse a distancia, los ritmos barrocos de las estrellas en sus momentos de fragmentación, el destello de los quásares al atravesar un agujero negro, la detonación acompasada de un Corazón al hacer el amor, el llamado de auxilio de un planeta a punto de ser invadido por esclavistas estelares.Con especial cuidado había guardado una serie de sonidos históricos como el sermón de la montaña, las alabanzas de Mahoma al borrar dos versículos del Corán, la revelación de placer de John Smith por las planchas de oro, la despedida de Quetzalcóatl al retornar al reino de Tule y las débiles palabras de Jesucristo al desfallecer el Viernes Santo.Pero había unos que jamás habían sido grabados o filmados en su secuencia sonora… eran las trompetas del apocalipsis, entonces sintonizó sus computadoras y ubicó la referencia espacial, dimensional y temporal.Terminó de grabarlo, lo reprodujo en su álbum de sonidos y salió a mostrarlo, fue entonces cuando en la calle escuchó de nuevo el agudo sonido (50).Federico Hernández Aguilar (1974)¿Quién anda ahí? (cuento) ¿Quién anda ahí?Somos cuentos contando cuentos…Fernando PessoaEl poeta sufí de Córdoba, Al Mutamar-Ibn al Farsi, vivo entre 1118 y 1196, piensa que los grandes emisarios tocan a la puerta con dos nudillos, precisamente cuando la puerta gime cerrada al fondo de algún pasillo obscuro, tan iluso y atravesado de prejuicios como un tren de pasajeros. Mas cuando llegan, los emisarios saben deletrearnos el asombro con una familiaridad preciosa —algo que se aprende tras muchas horas frente a relojes antiguos—, y saben guiar el cardumen de los instantes a la vera de un camino silencioso. Cuando llegan, pues, los emisarios, nos devora el tiempo sin fruición, cómplice del bronce y los destierros. Humo convenido puebla voz, garganta, boca de los emisarios. Les apesta el aliento a relicario y a falta de inocencia cada uña. No lo dicen, pero les disgusta el hombre que los ha visto venir, porque es árida la espalda del que sabe, y a su paso, como cangrejos, todos van dejando anillos fugitivos en la arena.Y si nadie los conoce, ¡cómo se relamen de gusto los emisarios! Mienten, entonces, por costumbre. Y dejan que los hombres se mueran de repugnancia, de su propia certeza de morirse.Así de indescifrantes son los emisarios, que no los detiene ni el olor a bautizo de las horas, ni el crepitar fecundo de la remolacha al ser mojada, ni las torpes hazañas del veneno. Nada es más denso que su inminente sed y nada menos ágil que su absoluta lengua.Una vez, hace ya muchos años, un filósofo quiso esperar la visita de los emisarios en compañía de una mujer, prendido en fiebres y al asedio lechoso de un acto consumado. El resultado fue, por cierto, extravagante, y lo menos curioso fue el apetito involuntario de los rudos visitantes.Tampoco el Marajá de Iliamina, que se contaba entre los sabios del mundo, pudo evitar que por el tragaluz de su impericia entraran los emisarios, que utilizaron la parcial ramificación de sus venas para doblegarle. De aquel acontecimiento gris da cuenta el honroso testimonio de una palmera, eternizada desde entonces por los poetas ciegos de Iliamina.Y hubo quien buscó refugio, desde luego, en los olivos, en las acacias, en las cuatro miradas de la luna, en alguna profecía retadora… Todo inútil. Los emisarios han viajado por los nueve continentes del asma y han hallado su camino entre salivas, corchos, sábanas, cortinas, músicas hirvientes y ufanas lluvias, princesas musulmanas y frisos de epopeyas inmortales. Nadie los ha visto, pero todos han visto sus huellas digitales en el cielo —ese infame pedazo de cartón que se arruga ante el grave, alevoso paso de una nube ensimismada—.Nadie los ha visto, pero los emisarios han ganado. Han vencido a los escépticos y han acallado sus reclamos, sus torpes reclamos prostituidos de vida conocida.Ellos, los emisarios, son implacables; los hombres, aplacables. En una balanza, por supuesto, el equilibrio está condenado al fracaso. Un par de nudillos y es todo (51).
*Ensayista salvadoreño, editor de la Revista Biblioteca Islámica y Director del Área de Cultura de la Asociación Cultural Islámica Shiita de El Salvador.-La ilustración que pone rostro a este trabajo es de la diseñadora gráfica salvadoreña  Karen Lara, a quien agradezco por su colaboración.

 

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