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Realidades que no se pueden sostener

José M. Tojeira

En política se dan con frecuencia realidades insostenibles. Tarde o temprano tienen que cambiar. Le ha pasado a muchos países en el campo económico. No han podido sostener sus deudas y han tenido que devaluar su moneda. O han creado un tipo de régimen de gobierno y lo han tenido que cambiar por otro. El general y dictador español Francisco Franco decía que dejaría, tras su muerte, todo el futuro estilo de gobierno “bien amarrado”. No duró dos años.

En El Salvador, con todas las alabanzas que recibía, no es raro que el general Hernández Martínez pensara que iba a durar en el poder mucho más tiempo que el que duró. Y lo mismo en el resto de Centroamérica Somoza, Ubico o Carías. Pero tenían modos de gobierno insostenibles y tuvieron que dejar el poder antes de lo que hubieran deseado o imaginado.

En otras ocasiones lo insostenible ha sido una parte de la realidad. Una ley como la de Nicaragua, que prohíbe las procesiones en Semana Santa, no durará demasiado. Cuanto más persiguió el imperio romano al cristianismo, más fuerte lo hizo. Y cuando los ingleses metieron preso a Gandhi o los sudafricanos blancos a Mandela para que no pudieran lograr la independencia o la superación de la marginación en base a raza, más fuerza fueron cobrando sus movimientos.

La independencia llegó pronto a la India, después del encarcelamiento de Gandhi, y Mandela pasó de condenado a prisión perpetua a presidente de Sudáfrica. Como decía la canción de Rubén Blades, la vida te da sorpresas. Lo que muchas veces desde el poder se considera permanente, cambia y se transforma, cuando no se convierte precisamente en lo contrario de lo que se pensaba.

En El Salvador también se están dando realidades insostenibles. Que el 2% de la población adulta, entre los 18 y los 60 años, esté encarcelada, y que incluso algunos funcionarios de gobierno digan que algunos privados de libertad, más allá de sus condenas, jamás volverá a salir libres, es una de esas realidades insostenibles. La perpetuación del régimen de excepción tampoco es sostenible. Decir que estará vigente hasta que todos los miembros de pandillas estén en las cárceles no es más que una frase propagandística.

Y por más que a algunas personas les guste la satanización de los presos en la propaganda política, mantener a un 2% de la población adulta presa no es sostenible. Cómo se resolverá el problema no lo sabemos, pero la razón, la justicia y los denostados Derechos Humanos, tan despreciados por algunos funcionarios, empuja a una mayor rapidez y decencia profesional de los jueces, para saber distinguir inocentes de culpables e incluso delitos leves de delitos graves.

Si algo podemos desear es que los errores se corrijan pronto y que los corrijan los mismos que los han cometido.

Vivimos en un gobierno elegido democráticamente que, como cualquier otro gobierno, puede cometer errores. Señalar fallos y errores de parte de los ciudadanos es legítimo, aunque los señalamientos se realicen desde la minoría.

En realidad las críticas deberían hacer pensar a quienes mandan, en vez de contestar a las críticas con insultos, presuponiendo siempre mala intención en quienes critican. Respetar la elección democrática y libre de un gobierno, respaldada además por una gran mayoría, no quiere decir que el ciudadano deba cerrar los ojos, los oídos y la boca, como el dibujo del monito que ponían antiguamente en alguna oficinas. Y aunque también quienes critican pueden equivocarse, reflexionar con honradez ante la crítica es lo más conducente en el campo de la política. Mantenerse inamovible ante lo insostenible solo conduce a caídas más dolorosas para todos.

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