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¡No llores por mi Argentina!

Oscar A. Fernández O.

La característica central de las elecciones argentinas, look fue que los votantes debían elegir entre tres candidatos de derecha, pharmacy dependientes de industriales y financieros y muy semejantes en su pasado y sus propuestas y que, capsule además, los principales candidatos representan diferentes versiones de la derecha peronista y tienen en común su formación política detrás de Carlos Saúl Menem, el presidente del neoliberalismo ultra y la dependencia total de Estados Unidos. Los tres proponen, de diferentes modos y con diferentes plazos, el endeudamiento exterior, la devaluación del peso y un ajuste (en palabras pobres, la reducción del poder adquisitivo de los trabajadores) y represión a los conflictos gremiales. Los tres utilizarán también a los millonarios conservadores que dirigen las burocracias sindicales para frenar las protestas obreras y ya realizaron reuniones con los principales “sindicalistas” peronistas cuya unidad promueven (Almeyra: 2015)

El peronismo siempre fue un movimiento burgués con base social obrera y popular con dirigentes de clase media preocupados antes que nada por preservar el capitalismo (algunos conocedores sostienen que “El General” era un seguidor del nacional socialismo de Hitler)  Su gran mérito ante la burguesía argentina y mundial consiste en haber difundido en todas las clases una ideología nacionalista y eclesiástica liberal y en haber prorrogado todo lo posible la formación de una conciencia soberana y de clase entre los trabajadores, con el apoyo de sus “intelectuales progresistas”.

La mayoría del país es por eso conservadora y ciega en cuanto a los resultados de sus votos y optó por algunas de los tres indigestos platos  que se le proponían, para ser engullida por el capital debido a ese conservadurismo peronista y a la infamia de las “pseudo izquierdas clásicas” que, tras aliarse con Washington y la oligarquía contra Perón en 1945, le abrieron el camino para el control de la clase obrera, y pasaron a someterse incondicionalmente a los epígonos del peronismo (Scioli tuvo también esta vez “socialistas” y “comunistas” en sus listas de diputados).

No corresponde eso del “país dividido”, ni hablar de fraude electoral. La derrota es una realidad. Gano el conservadurismo y perdió el peronismo en la variante que sea. Esta es la primera conclusión que no debe ser adornada de ninguna manera. La derecha tiene poder, apoyo transnacional y nuestros pueblos son más conservadores que izquierdistas. Las urnas en Argentina, hablaron correctamente. Ganaron por algo más de dos puntos de diferencia. En este siglo XXI, es la primera vez que un proceso de cambio en América Latina pierde en las urnas.

Ese conservadurismo tranquiliza a los capitalistas y da un margen de maniobra tanto a Scioli como a Macri para aliviar la pésima situación económica y adoptar medidas antipopulares. El egoísmo y el consumismo así como el nacionalismo de las clases medias, les da también margen a los posibles presidentes para la represión anti-obrera y anti-socialista y para un nuevo alineamiento con Washington.

Tras cuatro años de estancamiento, recesión e inflación, Argentina atraviesa un no buen momento económico, que Macri (e igual lo hubiera hecho Scioli) deberá cobrárselo a los trabajadores y al pueblo en general apretándoles el cuello, con la precondición de someterse sin condiciones a Washington y alinearse con el imperio contra la revolución en curso en América Latina, jugando el papel de “quintacolumnista” en el proyecto Latinoamericanista en marcha.

“Scioli progresista” ha sido un mito justicialista con el que no lograron convencer a casi nadie. Desde un ángulo complementario y falso que consiente la “moral” de la mercadotecnia con memes, relatos apócrifos, afiches pseudo espontáneos, y otros, pretendieron convencer al cerca de millón de votos que obtuvo el Frente de Izquierda y de los Trabajadores.

La derecha del siglo XXI ya no es la del siglo XX, se está reinventando Al mismo tiempo que conspira para desestabilizar a os gobiernos progresista, se presenta como la política de la buena onda, amigable, que busca soluciones, revestida excesivamente de marketing. Supo sumar sin renunciar a su esencia. Mantiene su esencia conservadora y reaccionaria, pero dibuja a sus personajes con otro perfil. Busca ampliar la base de votantes y disputa las organizaciones populares a la izquierda que muchas veces se descuida, pretendiendo ser multidimensionales. Su proyecto político es un recipiente donde cabe casi todo: el Estado y las privatizaciones, lo social y las transnacionales, el FMI y la patria, la dependencia total y el nacionalismo, el fascismo y la democracia, en fin.

Al final a la derecha argentina, esto le dio sus frutos. Y por tanto, es clave aprender a no subestimar a esta nueva derecha emergente que se complementa -a la perfección- con los medios hegemónicos y con los poderes económicos, pero que se presenta cómo otra cosa, con otro tono, con otras formas. Es la mescolanza clásica de la derecha actual, que pretende robar las banderas de la izquierda pero mantiene intacta sus raíces ultraconservadoras. El problema es que tiene los medios para hacerlo (aparato ideológico intacto, que es como Marx explica, la principal forma de dominación) sobretodo los medios de comunicación, que vuelven al papel de la desestabilización histórica de los regímenes progresistas o de izquierda (recordemos Allende, Chávez, Correa, y hoy en El Salvador al Gobierno de Sánchez Cerén, por citar algunos)

A esas combinaciones, hay que sumar los errores propios de la gestión gubernamental argentina, el desgaste de más de una década, la continua restricción externa de los últimos años, la férrea oposición mediática, la dificultad de sortear los obstáculos impuestos por los poderes económicos internacionales, y además, tener que lidiar con las contradicciones propias de un proceso de transformación a tanta velocidad y sobretodo la construcción del poder de las masas organizadas. Todo ello ayuda a explicar y problematizar esta derrota electoral. Pero el análisis no debe llevarnos a un catastrofismo exagerado.

En El Salvador debemos empaparnos bien del problema y sus signos, para entender cómo ampliar el aún corto camino recorrido de los cambios históricos, que son nuestro norte, evitando así un retroceso trágico.

Que el kirchnerismo se rinda ante un menemista (neoliberalismo más reaccionario) es explicable y hasta justificado desde su perspectiva política y moral, y desde su génesis e historia; pero que una autodenominada izquierda “independiente” capitule a los pies de la ola derechista, es un fenómeno aberrante verdaderamente inédito. Y un salto mortal en calidad desde el slogan acuñado de “apoyar lo bueno y criticar lo malo”, sostiene Fernando Rosso (Rebelión).

El obrerismo elemental practicado hoy por varias izquierdas, no prepara la evolución de las conciencias hacia el anticapitalismo y, por lo tanto, no modifica la intención de voto conservadora ante al miedo a los cambios profundos y transformadores, ni tampoco prepara a los trabajadores para las luchas para derribar las condiciones sociales y económicas brutales a que son sometidos por las burguesías.

Por último, siempre está una respuesta muy difícil a la hora de explicar. Lo que sucede en una contienda electoral: el pueblo. Como en todas partes, las mayorías sociales cambian, no son estáticas. En Argentina, el pueblo no es ni por asomo aquel que salía de la crisis, del corralito, del hambre y de la miseria. En El Salvador, el pueblo hoy nos ni por asomo aquella poderosa masa alzada, que logró derrumbar más de cincuenta años de dictadura militar.

Avanzó la derecha en Argentina y se preparan a hacerlo en otras partes. Se perdió. Sin excusas. Pero debemos pensar en serio, en cómo no perder en la próxima cita electoral en cualquier otro lugar de Latinoamérica; o cómo levantarse de ésta para volver a ganar. El capitalismo nunca tira la toalla, y por lo tanto, nosotros tampoco… o estaremos aniquilados.

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