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Monseñor Óscar Arnulfo Romero, advirtió el pecado de subvertir el sentido de la propiedad

Saúl Méndez

Colaborador

La misa correspondiente al vigésimo sexto domingo del Tiempo Ordinario se celebró en la Cripta de la Catedral Metropolitana de San Salvador, presidida por el padre Antonio Cruz. Durante la homilía, la comunidad recordó las palabras de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien en 1977 advirtió sobre el pecado de subvertir el sentido de la propiedad.

En aquel mensaje, Monseñor Romero planteaba que las advertencias bíblicas no eran antiguas, sino plenamente vigentes para la realidad salvadoreña. Retomando la parábola del rico Epulón, cuestionaba a quienes viven con comodidad excesiva: “¿Qué pecado hay en eso?”. La respuesta, dijo, estaba en haber reducido la propiedad privada a un derecho absoluto, ignorando que toda riqueza tiene límites y una función social orientada al bien común.

Romero insistía en que la propiedad no podía entenderse como licencia para “usar y abusar”, sino como un recurso que debía responder a la justicia social. “Los bienes que Dios ha creado para todos tienen que canalizarse hacia la felicidad de todos”, afirmaba, denunciando el contraste entre la opulencia de unos pocos y la miseria de las mayorías.

En la segunda lectura, tomada de la primera carta a Timoteo, el arzobispo encontraba principios clave para transformar la realidad nacional: reconocer que todo proviene de Dios, situar a Cristo en el centro de la vida y orientar desde allí las relaciones humanas y el uso de los bienes. “Practica la justicia, la fe, el amor, la paciencia y la delicadeza”, recordaba citando a San Pablo.

Para Monseñor Romero, esa centralidad de Dios debía reflejarse en la ética pública y personal: en la veracidad, en el respeto a los demás y en la construcción de una sociedad más justa. La vida cristiana, aseguraba, implicaba un “combate de la fe”, no de armas ni de violencia, sino de convicciones, ideas y compromiso con la verdad.

Finalmente, advertía que cuando los pueblos dejan de reconocer a Dios en sus decisiones, surge el caos: “El sol es Dios y, mientras en torno de ese sol giren los hombres con una ética, los hombres viviremos como hermanos. Pero cuando se ha sacudido el yugo de Dios, cada uno quiere ser su propio dios y sobreviene el cataclismo”.

Durante la celebración, la comunidad realizó varios signos simbólicos: la presentación de la Biblia como fuente de sabiduría para conocer los designios de Dios; una vela encendida en honor a la Virgen María, cuya natividad se celebraría al día siguiente, recordando su misión de protectora y Reina de la Paz; y una cruz, como recordatorio del sacrificio y desprendimiento al que invita Jesús.

Asimismo, se ofreció una canasta de víveres como expresión concreta de amor hacia las familias necesitadas de la comunidad, y se presentaron el pan y el vino, que al convertirse en Cuerpo y Sangre de Cristo, reafirman el llamado a no aferrarse únicamente a lo terrenal, sino a la entrega plena al Evangelio.

Con estos signos, los fieles de La Cripta renovaron su compromiso de vivir el mensaje de Romero: un seguimiento radical a Cristo basado en el desprendimiento y en la opción por la vida plena en Dios.

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