Mitos científicos

 

 

Rafael Lara-Martínez

Tecnológico de Nuevo México

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Desde Comala siempre…

 

De las múltiples fronteras que dividen las ciencias sociales, la más primitiva y vigente le atribuye un carácter especial a quien practica una disciplina.  Hasta los científicos más estrictos se asoman a un departamento de humanidades y, sorprendidos verifican la manera diferente de vestir y actuar.  Sin un examen en detalle, aún creen en límites primordiales. Los lindes psíquicos entre individuos los reflejan las opciones por el estudio de una carrera.  A cada oficio le corresponde una manera de ser exclusiva.

 

Pese al avance tecnológico, los mitos persisten.  Por ello, no me extraña leer que la historia inculque personalidades “más formales y ceremoniosas” —“más irritables”, “mesurados y cómodos”— mientras la antropología vuelve a sus practicantes menos susceptibles de esos defectos o virtudes capitales.  Como la mitología nacionalista, se presupone que la especialización científica se insinúa en la personalidad.

 

Prosiguiendo esa lógica, tampoco extraña leer “STEAM is in your DNA”.  Puesto que las ciencias naturales se definen por su exactitud —“hard sciences”, en inglés— su mitología matemática reclama ese difícil rigor.  Para difundir su estudio al público general, presupone que la metáfora inglesa “STEM = Sciences-Technology-Engineering-Mathematics” se arraiga en lo bio-químico.  Acaso el gran avance tecnológico descubre cómo lo psíquico procede de lo puramente corporal.  Por tanto, podría instruirlo una simple infusión sanguínea, semejante a la quimioterapia.

 

Tal serían las  razas, etnias o naciones contemporáneas.  Se derivan de una disciplina de estudio.  Por una pre-determinación conceptual o biológica, el rigor de su enfoque modula el comportamiento psíquico del individuo.  De seguro, dentro de poco, bastará un simple examen de sangre para determinar el futuro profesional de cada ciudadano.  No obstante, por el hecho mismo de hablar, la narrativa científica siempre recicla los arquetipos míticos más arraigados sobre la diferencia.  Por ello, en la vida diaria, el ojo clasifica los seres humanos según el color, mientras la mano separa los frutos del mismo tono en estantes distintos.

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