Los pescados

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor

 

El pescador salió del mar. Veía las olas ir y venir. Desenredó sus redes y luego de escurrirlas las puso a un lado de su carretilla. La canoa la volteó sobre la arena, cerca del ranchito de los pescadores. Una línea gigantesca en la arena se fue borrando ante el paso del mar.

La luna se difuminaba en el cielo y el pescador comenzó a halar su carretilla.

TRACATA CATA TRACATA CATA TA TA

–Bajando está la luna,

Ya el sol está brincando… –iba cantando el pescador.

Las calles de la Costa estaban vacías, los carros apenas se sentían pasar. De vez en cuando veía salir a un sujeto o dos de las casas. Recién bañados y alzando la mano para saludarlo. Él les inclinaba la cabeza en contestación hasta que llegó a la carretera.

El sol empezaba a despuntar y la noche ya casi era historia. A lo lejos dos jóvenes conversaban. Uno sentado en una piedra con los brazos cruzados, el otro muy cerca y sin lograr que sus manos estuvieran quietas. Apenas se distinguía el amarillo de la camisa del más alto. El pescador intentó ver si eran conocidos.

–¡Buenos días! –dijo viéndolos con duda.

–¡Qui’uvo! –contestó el que estaba sobre la piedra, el otro apenas inclinó la cabeza.

TRACATA CATA TRACATA CATA TA TA

El pescador continuó halando la carretilla y pasó uno de sus dedos por la sien para quitarse unas gotas de sudor.

–¡Dame la feria! –rompió el silencio otro joven.

El pescador soltó la carreta y alzó los brazos con lentitud.

–No ando dinero –contestó con sorpresa.

–¡Apurate y dámelo, sino te puyo!

–Voy a vender pescado ahí por Zaragoza…

–¿Y el pisto para dar vuelto, pues?

–No ando, es que de veras no ando…

–¿Vos crees que somos brutos, vea?

–No, si quieren lo vendo y les traigo la plata

–¡Te voy a dar, cerote! –Gritó y lo amenazó con la otra mano –¡va pues, sacate la feria, sino te puyo!

–De plano que no ando

–¡Ah no andas, pues! –amenazó.

El muchacho obligó al pescador a que aturrara la cara y a arrugarla cada vez más hasta que los ojos le quedaron vacíos.

–¡CHANCLETA! –gritó el de la piedra.

–¿Ah? –contestó Chancleta.

–¿Por qué putas lo puyaste?

–Este cerote no quiso darme la feria –contestó mientras limpiaba el cuchillo.

–Apurate y hacelo al lado, allí detrás de la piedra.

Entre los tres halaron al pescador y lo pusieron tras la piedra como se arroja un saco de papas. Buscaron basura y zacate para cubrirlo, pero igual asomaba la cabeza y las manos.

–¡Ve!, este viejo se parece a don Juan.

–Simón loco, pero más gordo y muerto.

–Y más feyo el mal parido –afirmó Chancleta entre carcajadas.

Rieron.

–Va pues muevan la carretilla antes que venga la cuilia.

–¿Híjole y qué hacemos con tanto pescado vos?

–¡No lo podemos botar Chucky!

–¿Por qué no?

–¡Es bastante vos!

–Llevémoslo a la house, pues y lo demás lo vendemos.

–No me fregués y para que se pudra y apeste la casa.

–No bruto, que lo haga tu jefa y le damos a los homeboys.

–¡Chis, tanto pescado!

–¡Va pues a moverlo, pues!

Dos empezaron a halar la carretilla y el otro se subió.

–Es un montón de pescado vos y hiede.

–¿Pues qué querían, que hueliera a Azistín?

–Huele igual que el bagre.

Volvieron a reír.

¡HUUUuuu… TUC TUC!

–¿En qué anda bichos? –preguntó el policía desde el radio patrulla.

–Vamos a vender el pescado –contestó el líder.

–Pónganse contra la pared, los vamos a catear.

Los muchachos dejaron la carreta y se pusieron en fila. Las manos en la cabeza y las piernas separadas, con muestra de experiencia. Un policía bajó del radiopatrulla y empezó a revisarlos. Los identificó a todos y tomó nota de sus números de DUI y sus nombres.

–No llevan nada vos. ¡Están limpios!

–¡Mirales a ver si tienen tatuajes! –dijo el otro.

–¡A ver, quítense la camisa bichos!

Los muchachos sin camisa volvieron a tomar la misma posición.

–Sierra, este tiene sangre en la camisa.

–A ver –dijo el otro.

–¿Y esta sangre bicho?

–Es del pescado…

–¿Y que vos cortás el pescado?

–Sí.

–Revisa el pescado, vos.

–¡Va entero, sierra!

–Ajá, mono, te vas con nosotros.

–¡Pero si es del pescado! –los otros guardaron silencio.

–mmmm… Vaya bichos, se jodieron…

–No, mire bien, le sacamos las tripas.

–Anda ver vos.

–Están enteros.

–Va pues mono, ¿de qué te has sangrado? –preguntó.

–Es que yo también los abro para limpiarlos y descamarlos.

–Pero estos están enteros.

–Sí, pero cuando nos los piden, los abrimos.

–Va pues monos, váyanse –dijo y se dirigió al agente –vamos vos. Total estos bichos nada que ver.

–¿Y el de la sangre? El procedimiento dice que debemos llevarlo enchuchado

–Hay dejalo vos. Nunca ha llegado a la delegación, además no hay más indicios. Total lo van a sacar en 72 horas, sigamos con el rondín.

Al alejarse del carro de los policías, los tres actuaron como si nada pasaba.

–Va pues, a jalar la mierda esa.

TRACATA CATA TRACATA CATA TRACATA CATA

–¿No vieron al muerto vea?

–No vos, apurate. Hay que aprovechar que andan de buena honda.

La mujer lavaba los trastos en un huacal lleno de agua jabonosa y luego los ponía en el trastero a como salieran, sin nada de orden. La vajilla era de todos colores y de plástico, algunos estaban rotos, otros sólo rajados, casi todos tenían rayones que siempre se miraban negros.

–¡Jefa!

–¡Wooyoy!

–Aquí traigo pescado.

–¡A ver!

–Venga que es un montón.

La señora se secó las manos con el delantal que más parecía gris que blanco. Con una costra ancha y redonda en el centro que se levantaba igual que su prominente barriga.

–¡Yhhhhhh! ¡Son un puño vos! –dijo la mujer.

–¿De dónde los sacaste, Toñito?

–Allí estaban en la carretera, usted.

–Huy, pero es un cachimbo, no me cabe en el freezer.

–¡Dele jefa!

–Ese se va a arruinar, no lo puedo hacer todo. Agarrate unos veinte y los ponés en el freezer.

–¿Y qué hago con los otros?

–Vendelos, vos.

–Vaya.

Los otros muchachos se vieron entre sí, el líder les hacía seña de que movieran la carretilla y luego entró en la casa.

–Yo me llevo unos veinte, vos.

–Yo igual, a mi vieja le gustan estas mierdas…

Y comenzaron a agarrar los pescados.

–¡Quedan un puño vos!

–Llevaselos a los homies, que vean ellos que hacen.

–¿Y la carretilla?

El Chucky encogió los hombros.

–¡Hey bichos aquí hay pescado!

–¡Pescado! ¿Y para qué vos? –dijo el Mico.

–¡Pa comer, maje! –Le contestó el Chucky.

–¡Ve qué bruto este, vos! –dijeron otros.

–¡Yo no como pescado, yo sólo los toques me doy, va! –afirmó el Mico.

–¡Llevatelo a tu casa pues, Mico!

–¡Nombre!, me van a mandar a volar.

–A pues botalo allí por el molino.

–No, chis, ahí que quede afuera.

–¡Qué lo llevas, te digo!

–Va, ta bueno…

El Mico comenzó a halar la carreta. Dos policías pasaban cerca y después de verlo se acercaron. El Mico estaba todo chuco y andaba sin camisa. El olor del pescado se volvía más fuerte.

–¿A cuánto andas el pescado?

–¡No vendo pescado! ¡A botarlo voy! –les respondió aturrando la cara.

–¿Por qué? –cuestionó el policía viendo de reojo a su compañero.

–¡Es un montón! Yo no me lo voy a comer yo sólo… como pollo…

–Regalanos unos cuantos, entonces.

–Hay agarren los que quieran.

–¿No andas bolsas? –le dijo el policía al otro policía.

–No, sierra.

–¿Y vos mono?

–El mico encogió los hombros y negó con la cabeza. Los policías empezaron a ver en los alrededores.

–Andá y preguntás en aquella casa a ver si tienen bolsas, aunque sean las del Súper…

El otro policía corrió a la casa que estaba enfrente. Tocó la puerta y nadie salió…

–No hay nadie, sierra.

–Están las ventanas abiertas, ahí deben estar.

–¡Que no, le digo, no hay nadie!

Al instante salió un hombre con el pelo parado y sin camisa. Se rascaba la cabeza con fuerza.

–¿¡Sí!? –preguntó mientras revisaba sus uñas llenas de tierra y caspa.

–¡Buenas! ¿Tendrá unas bolsitas que nos regale? Es que el compañero y yo necesitamos un par para llevarnos unos pescaditos.

–Perenme, voy a ver.

Los policías se sonrieron mutuamente. El Mico se sacaba los mocos y hacía bolitas que después pegaba a los lados de la carreta.

–Vaya don. Pero son del Súper

–No le hace. Gracias oye.

–Bueno, ya saben.

Los policías metieron los pescados hasta que la bolsa se puso gorda. El Mico vio que le quedaban todavía pescados. Medio hizo el intento de contarlos con el dedo en el aire.

–¡Hey, regalale al señor, vos! –expresó y el Mico asintió.

–Uno, dos, tres, cuatro…diez… veinte… treinta…

TRACATACA TA TRACATACA TA TRA TRA

Sonó el radio de uno de los policías.

–Sierra a Hueso, sierra a Hueso brr brr…

–Adelante sierra, aquí hueso, cambio…

–Fijate si por ahí ves unos bichos con una carretilla llena de pescados. Cambio.

–Negativo, Sierra. Sólo veo a uno. Cambio.

–¡Agarralo y traelo! Cambio.

–¿Qué pasó mi Charly? Cambio.

–10-03. Sospechosos de homicidio y robo. Cambio.

–10-98. Afirma. Cambio y fuera.

El Mico ni se dio cuenta cuando los policías regresaron, iba todo triste y viendo el suelo.

–¡Va mono, parate ahí!

Al oír eso el Mico empezó a correr. Los policías agarraron fuerza y empezaron a correr tras él, pero a pocos pasos se tropezó.

–¡Sos bruto, vea! –le dijeron entre risas mientras lo levantaron.

–¡Ay, ay, ayayay! –decía el Mico cuando le ponían las esposas.

–¿Y los pescados?

–¿Los dejamos allí?

–¡Nombre, se va a joder!, que lo hale el mono este.

Le safaron una esposa y la cerraron en uno de los maderos. El Mico empezó a halar la carretilla. Los policías caminaban junto a él. El Mico aturraba más la cara. Llevaba toda la frente sudada y seguía empujando. Los policías miraban al Mico, pero ninguno dijo nada, sólo volteaban para ver a los alrededores, llevaban las bolsas llenas de pescados.

–Hey Hueso, dejemos la bolsa por acá, que si la miran en la delegación nos van a preguntar.

–Decile a esa señora, a ver si nos las tiene un rato –dijo, viendo a una mujer obesa que barría la entrada de su casa.

–Doña, ¿Me los puede tener un rato?

–Jum, jum, jum –dio por contestación la mujer.

–Dele doña, sólo un ratito.

–Y a qué hora lo van a venir a traer.

–Más tardecito.

–Es que no tengo refri y esos animales hieden.

–Ahí coja un par.

–¡Ve!, si aquí somos un penco. Con un par no alcanza.

–Agarre los que quiera.

–Así, sí –dijo la mujer con una sonrisa que parecía apretarle la nariz.

El Mico miraba a los policías pasar. Todos lo miraban de reojo. Estaba sucio y ahora olía más a pescado. Miraba la delegación y a los otros que estaban con él en la bartolina.

–Vení, bicho –le dijo un agente.

–Decime, ¿por qué mataste al señor?

–¿Cuál señor?

–No te hagas el maje, el de la carreta.

–Yo no he matado a nadie.

–¿Y qué hacías con el pescado?

–Iba a botarlo cuando…

–Decime, ¿por qué lo mataste?

–Si yo no he matado a nadie…

–Mira, bicho, te vas a tener que ir para el ISNA.

–Pero, si de verdad le digo…

–Llevatelo de regreso a la bartolina.

–Vaya con estos bichos. Ninguno está sano.

–Pero este es la primera vez que lo traemos.

–¡Nombre, es la primera!

–Sí.

–¿Y la carretilla?

–Ahí está afuera.

–Bueno… A ver qué dice la Fiscalía…

–Y guardó silencio.

–Ta bueno el pescado, Jefa.

–Vea que sí, Toñito.

–Sí, hom, ta rico.

Tocaron la puerta.

–Anda ver Tanchito –mandó la mujer y seguía almorzando.

–¡Es el Coffie, dicen que agarraron al Mico!

–Nombre –negó el líder levantándose de un salto.

–¿Qué pasó Coffie?

–¡Se lo llevaron los cuilios!

–¿Y la carretilla?

–¿Cuál carretilla?

–¡Hey, Charlie, entre el pescado iban estos cuchillos!, mirá –afirmó mostrando tres cuchillos de carnicero.

–Estos eran de los bichos de la mañana, o sea que el mono ese, a saber…

–Debe de ser cómplice. Hechor y consentidor penan igual.

–Pues sí, si todos son iguales.

–Hay que buscar esos monos.

–¿Usted los vio?

–Sí, decile a García, él andaba conmigo –ordenó y se quedó viendo los cuchillos –¡qué monos estos! Ahhh, por no seguir el procedimiento.

–¡Que allí quedaron, te digo!

–¿Y hoy qué hacemos? Nos van a seguir, pendejo.

–Bueno, calma pandilla. Se llevaron al Mico y él no sabe nada…

–Ajá, pero, ¿y los otros cuilios?

–Ya se les debe haber olvidado.

–Ya va ser, esos si quieren se acuerdan. Por las de hule nos vamos donde la mamá del Bagre.

–Va, está bueno.

–Venite, vos. Vamos a traer el pescado.

–Nombre vos, nos pueden regañar. La otra vez vieras como fregaron al Pacún.

–Vamos, vos. Rapidito.

Los dos salieron de la delegación, salieron despacito para que nadie les dijera nada y al estar a una cuadra empezaron a correr igual que cuando seguían al Mico.

–Bueno, doña. Venimos a traer el pescado.

–Ya se los traigo…

Los policías sonrieron al ver a la señora meneando las caderotas al entrar. Pero la sonrisa les desapareció cuando la mujer se empezó a tardar.

–¿Bueno y esta doña?

–A saber vos. Mejor entremos.

–Dale, Ca. Después de vos.

Desenfundaron las pistolas.

–1, 2, 3… ¡Ya!

Entraron. La casa estaba en silencio. Vieron las bolsas que tenían el pescado en el suelo y un montón de platos, algunos con trozos de pescado y otros sólo con espinas sobre la mesa del comedor y en los sillones de la sala. Revisaron toda la casa, pero no encontraron a nadie.

–Hey, esto está raro, vos.

–Sí. La vieja desgraciada se comió nuestros pescados –tomó la radio –Concho, Concho, aquí Snoopy en Zaragoza, tres postres, robo y sospecha…

A los minutos la cuadra estaba llena de policías y las casas, que tenían pescados, desiertas por completo.

–No vamos a hallar el pescado vos.

–Ya vas a ver que sí, Hueso.

–Pero si se lo comieron todo…

–Dicen que se fueron pa el mar, Sierra.

–Vamos a ver, pues.

Un grupo llegó caminando a la playa. No los vieron llegar, porque sus uniformes azules y el color de sus pieles se confundían con la noche. El montón de jóvenes con algunas mujeres y hombres se habían quedado en el rancho de los pescadores. Unos estaban acostados, otros en rueda tomando. Los más viejos hablaban de un lado, los jóvenes bromeaban.

–Aquí trabajaba don Juan. A ver si se da un vueltín y lo vemos –contaba un señor cuando…

–¡Arriba las manos!

–¡Esa es la vieja de los pescados!

–¡AVE MARÍA! –gritó la mujer.

–¡Ese es el mono que tenía la camisa con la sangre!

–Ya viste Hueso, hallamos a los pescados.

El Bagre con las manos en la cabeza esperaba que le pusieran las esposas. Sonrió mostrando que le faltaban varios incisivos y dijo:

–¿Oíste, Chancleta? Nos dijeron pescados. A todos.

–¡Ya callate, Bagre! –gritó Chancleta mientras dos policías le ayudaba a subirse en el pick up.

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