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Los libreros y viajes al Centro

Mauricio Vallejo Márquez

coordinador

Suplemento Tres mil

 

Cuando a uno le gusta leer es capaz de convertirse en un arqueólogo en busca de tesoros. Esos tesoros que llamamos libros y son verdaderos portales para otros mundos. El detalle es que para el resto de personas que no les agrada leer  somos considerados “seres extraños”. Quizá tengan razón, store quizá.

Mientras crecía no me preocupé tanto por encontrar libros, cheap en esas edades de descubrimientos los estantes de las casas de mis abuelos eran suficientes. Sin embargo, al crecer la historia trajo nuevas aventuras.

La curiosidad creció conforme fui descubriendo que la biblioteca de casa se quedaba corta, y de que el mundo de los libros era inmensamente ancha. Incluso resultó todo un impacto el día en que Evelyn Pastori me obsequió una antología de Rubén Darío y un libro de Gustavo Adolfo Becquer. El primero lo conocía, mi mamá recitaba algunos de sus poemas, pero de Becquer no sabía nada.

Al superar la adolescencia el nombre de autores comenzó a desbordarse, eran cientos de apellidos que jamás había pronunciado y aquel trío que nos guío en el mundo literario (Geovani Galeas, Carlos Santos y Ricardo Lindo) compartió sus tesoros. Galeas me hizo conocer a Jorge Luis Borges y a Arturo Pérez Reverte, don Ricardo nos compartió a Herman Melville, mientras que Santos me dejó su biblioteca al marcharse de nuevo a Canadá. Así que los libros comenzaron a inundar mis horas, pero se fueron haciendo pocos y el hambre por más autores no se saciaba.

Las librerías no siempre tienen los autores que uno busca, aunque a veces nos ofrecen buenas opciones. Un día en medio de esas incansables búsquedas me encontré con un manantial en pleno Centro de San Salvador: don Jesús Villegas, o como le llamamos todos sus clientes don Chusito, el dueño de la Segunda Lectura, quien se hizo mi principal proveedor. Don Chusito no sólo me conseguía los libros que yo buscaba, también me recomendaba narradores, ensayistas. El hombre sabía de libros. A veces me escapaba del trabajo por unos 30 minutos para escarbar entre las pilas de libros y polvo, y pesqué buenas obras y más de alguna alergia. Con el tiempo ya no he vuelto a la Segunda Lectura, pero siempre recomiendo a la gente que lo visite. Espero pronto bajar hasta allá, quizá el pueda ayudarme a conseguir La mancha humana de Phillip Roth y algún libro de Toni Morrison.

Claro que no todo está perdido, porque ahora existen jóvenes libreros y poetas que me sacan de apuros como el caso de Alberto López Serrano y Wally Romero desde Maktub, quienes siempre tienen alguna sorpresa bajo la manga.

Así que no dejamos de leer. Aunque, como dice Carlos Fuentes no logremos leer todo lo queramos en esta vida, seguiremos leyendo un buen rato más.

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