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Los emisarios de la ONU, un trabajo «de perros»

Naciones Unidas/AFP

Philippe Rater

Su perfil tiene algo de navaja suiza: experiencia internacional, gusto por el juego, perseverancia y una piel espesa para resistir la presión. La ONU tiene una veintena de emisarios en todo el mundo para quienes pacificar países en conflicto muchas veces es misión imposible.

«Son funcionarios motivados por sus convicciones y una parte de ego. Ser llamado ya es un gran privilegio», resume un funcionario de la ONU bajo petición de anonimato.

Es el caso del británico Martin Griffiths, que acaba de ser elegido emisario para Yemen. Los hombres y mujeres que asumen la responsabilidad de poner fin a un conflicto parecen tener la vocación necesaria para enfrentarse a horrores como en Siria, Libia o la República Democrática del Congo.

Otras misiones son menos peligrosas como, por ejemplo, reunificar Chipre, encontrar un nombre para Macedonia que agrade a Grecia o resolver décadas de divergencias en Sahara Occidental. Y a veces el desafío puede ser inaccesible.

La ONU tiene una veintena de emisarios, algunos con misiones muy puntuales como el secretario general adjunto de Asuntos Políticos, el estadounidense Jeffrey Feltman, que viajó a finales de 2017 a Pyongyang. El viaje «más importante de mi carrera», confesó.

El trabajo de los emisarios, «es un trabajo sucio, un poco una vida de perros», señalan algunos diplomáticos bajo petición de anonimato, que explican que algunos de ellos tienen en sus manos la responsabilidad de miles de Cascos Azules.

«Sermoneados por unos y otros, concentran todas las frustraciones». «Les hace falta mucha humildad y paciencia, y saber aprovechar las oportunidades para crear las condiciones de un diálogo». «Ser un gran jugador de ajedrez y poder pedir a otros que muevan las piezas», precisa uno de ellos.

‘La cazuela’

Los requisitos del triunfo de una misión son «una voluntad de las partes», «la unidad del Consejo de Seguridad» y las «cualidades» del mediador, precisan en la ONU. Se puede llegar a un acuerdo con «un consenso débil en el Consejo y un mediador mediocre en el momento en el que ambas partes desean un compromiso».

En Colombia, «se reúnen casi todas las condiciones», y el proceso pacífico entre el gobierno y los exrebeldes a menudo se muestra como un ejemplo ideal.

El triunfo de un mediador no se mide cuando cesan los enfrentamientos. «Dejar la tapa en la cazuela» a veces es un éxito. Luego es cuestión de tiempo.

Los mediadores de los mayores conflictos, como Siria, Libia o Yemen, están al nivel del subsecretario general de la ONU y cobran unos 12.000 dólares al mes. Al aceptar su misión pierden gran parte de su vida personal, se comprometen a multiplicar sus viajes y regularmente tienen que rendir cuentas de sus avances y bloqueos a Nueva York .

El apoyo de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China) es indispensable para una candidatura, al igual que la aceptación de los beligerantes y de los actores regionales.

El predecesor de Martin Griffiths, por ejemplo, fue rechazado por los rebeldes hutíes de Yemen, lo que contribuyó al fracaso de la misión.

Los emisarios, frecuentemente dotados de un nivel internacional reconocido, son propuestos por su país, -Alemania, por ejemplo, propuso a Horst Koehler, encargado del Sahara occidental-, pueden presentar una candidatura espontánea o son solicitados por la ONU.

‘Fusibles’

En Oriente Medio, están puestos a prueba con dureza. Estos últimos meses el italo-sueco Staffan de Mistura, que se define a sí mismo como un «infatigable optimista» y que sucedió en el conflicto sirio a varios emisarios que dimitieron, fue llamado al orden. «Tiene tantas ganas de conseguirlo, que ha incorporado demasiado las tesis rusas», señala un diplomático.

Los emisarios son «fusibles y los más astutos se van antes de que les echen», apunta otro diplomático. La vida de la ONU está marcad por estos lanzamientos de toalla cuando no se ha podido imponer una paz imposible.

«Mi sueño secreto es ser el último enviado especial en Libia. Y que después dejen al país que se desenvuelva solo», decía a finales de 2017 a la AFP el libanés Ghassan Salamé. «No quiero eternizarme en ese papel (…) Hay misiones que duran 20 años, 25, no hace falta» con Libia.

En general, «la dura vida de los enviados especiales es limitada», estima un diplomático.

Para la ONU, no hay más fracasos que triunfos, entre los cuales figuran Camboya (1992-1993), Sierra Leona (1999-2006), Timor oriental (1999-2012) o Namibia (1989-1990).

A veces los emisarios dejan sus vidas en la misión. En Libia o en Yemen algunos de ellos fueron alcanzados por disparos. En Bagdad, en 2003, un atentado se cobró la vida del brasileño Sergio Vieira de Mello, uno de los mejores funcionarios de la organización, y en 1961 el entonces secretario general, el sueco Dag Hammarskjöld, falleció en un accidente de avión en África en circunstancias que jamás fueron esclarecidas.

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