Página de inicio » Opiniones » Liderazgo político: los hombres que abren las Avenidas (4)

Liderazgo político: los hombres que abren las Avenidas (4)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

Ahora bien, cuando se estudia el liderazgo trascendental (ese que diferencia al hombre que abre avenidas de los hombres que simplemente caminan por ellas) se estudian las relaciones de fuerza presentes en él, pues eso es lo fundamental para concretar las transformaciones sociales, para bien o para mal, eso depende de los intereses de clase que siempre están asentados en relaciones de poder, las cuales deben enfrentarse con relaciones de poder alternativas construidas por los sectores populares. Según esa lógica, el liderazgo político es una tensa relación de poder que sabe negociar, tanto con sus seguidores como con sus enemigos; es una relación pacífica llena de conflictos; una relación caótica llena de orden; una relación de inclusión masiva y exclusión selectiva; una relación de tensión violenta y simbolismo apaciguador.

En otras palabras, el liderazgo implica una relación de fuerzas de un sujeto social con poder con respecto a otros sin poder (o con poder dormido) y a otros que pueden ser, coyunturalmente, sus adversarios o enemigos (lo que no es lo mismo), siempre que dicha fuerza logre movilizar al pueblo y logre crear un consenso mínimo con los otros actores políticos, sociales y culturales, es decir, si se tiene la capacidad de compartir los factores intelectuales y axiológicos con la mayoría se puede hablar de liderazgo político.

El proceso de compartir la visión y los factores subjetivos con “propios y extraños” es vital -por ser fundacional- en cualquier relación de poder social en la que se presupone existe cierto liderazgo político que puede ser definitorio si se junta con la masividad y organización del pueblo que acompaña en la apertura de la avenida independencia. La visión del líder (que no es más que el crisol donde se forjan las ilusiones populares que se renuevan, cada cierto tiempo, como producto de las condiciones heredadas) consiste en una aspiración o en un imaginario colectivo en proceso de remozamiento coyuntural) debe reflejar y reflejarse en un plan de nación factible y plausible: modernizar las condiciones de seguridad social y las socioeconómicas de la sociedad, en tanto sociedad del bienestar; democratizar y sanear las estructuras políticas para que la corrupción e impunidad dejen de ser los gendarmes de la gobernabilidad y para que los privilegios obscenos de los políticos dejen de ser la principal motivación para participar en la vida política; refrendar y/o recuperar los valores tradicionales y más hermosos de la cultura; conseguir el dominio del Estado para convertirlo en un sujeto social que reforme y revolucione la sociedad oportunamente, y eso implica dejar de ver al Estado como un fetiche tan imparcial como etéreo, por mencionar algunas acciones.

En todo lo anterior, el líder debe partir de un hecho sociológico incuestionable y recurrente: la sociedad, como tiempo-espacio histórico, solo se puede transformar estructuralmente con la participación masiva del pueblo, o sea que el líder político necesita -sin excepciones arbitrarias, ni sospechosos matices a la regla- de la cooperación militante, el asentimiento comprendido y la movilización de sus seguidores cercanos y lejanos, de la misma forma en que debe saber decodificar las claves contextuales y socioculturales de la sociedad en la que se sumerge se construye, se actualiza y se vigoriza su liderazgo en tanto constructo sociocultural.

Entonces, la visión compartida, comprendida, organizada, delineada y construida con códigos discursivos demanda una elaboración minuciosa, una sólida construcción desde bases generacionales oportunas y, como corolario, un manejo fluido de su socialización que la haga atrayente, confiable, categórica, racional y, ante todo, tangible en el corto plazo, debido a que el tiempo cronológico se mueve mucho más rápido que en las décadas anteriores, sin que esto signifique que la impaciencia es –o debe ser- un argumento político y electoral. Para eso, la visión política queda enmarcada por el líder a través de sus discursos, sus alegorías, su simbología y sus argumentos, lo que bien podríamos denominar como “el mundo sociocultural” del liderazgo: una suerte de territorialidad en la que deambula a pie la visión, de forma que pueda ser comprendida y activada por los seguidores para que la correlación de fuerzas tenga sentido histórico y cotidiano, por ser este último el territorio específico de las experiencias ciudadanas.

En el caso de las experiencias cotidianas hay que decir que implican, tanto modelos de pensamiento (códigos cognitivos presuntamente inamovibles), un nuevo consenso moral básico, así como resultados concretos en la realidad concreta que permiten disfrutar más que conocer, con lo cual adquiere sentido intentar redefinir la realidad a imagen y semejanza de la mayoría que ha estado galopantemente excluida por décadas y décadas. Aunque pueda parecer otra abstracción inocua de la sociología del liderazgo (o una pedantería intelectual), no se puede negar que las nuevas movilizaciones sociales y políticas que se están dando en todo el planeta –de la mano o a la par de los hombres y mujeres que abren avenidas- objetivan ese mundo sociocultural del liderazgo político, dentro del cual los individuos –en tanto ciudadanos visibles que pretenden democratizar su cultura política- opinan, se mueven, deciden, quitan, ponen, castigan y premian de acuerdo a la forma en que interpretan las condiciones materiales heredadas y las contingencias simbólicas e ideológicas de las relaciones sociales de poder que sojuzgan sus experiencias cotidianas. En otras palabras, el mundo sociocultural del liderazgo es, como caso sui géneris o singularidad sociológica, el territorio en el que se interioriza y reproduce la sociedad a partir de la experiencia individual –y luego colectiva- a partir de las condicionantes e intervinientes estructurales y sociológicas.

A estas alturas –a la luz de la coyuntura política que se vive en El Salvador- es fundamental señalar y recalcar el carácter definitivamente dialéctico del mundo sociocultural del liderazgo político moderno (o los mundos socioculturales en los momentos en los que se está, como en nuestro caso, en medio de una guerra de posiciones, para decirlo con palabras de Antonio Gramsci), ya que está inmerso en un largo proceso de interacción social en el que líder y seguidores negocian el papel que van a cumplir en la transformación de la sociedad. Siendo así, el líder debe gestionar, acicalar, producir, reproducir y, en momentos específicos que deben ser muy cortos, imponer un imaginario fundacional que permita comprender las metas, las estaciones, el rumbo, la motivación (e incluso determinar quiénes serán los encargados de botar la basura del régimen que se quiere transformar) que se traduzca en una movilización que cada vez sea superior a la anterior, debido a que la única forma de abrir avenidas es no dejar de abrirlas nunca.

Ver también

La resurrección del martinato 2024 (Asamblea Constituyente o Reformas)

César Ramírez @caralvasalvador A pocos días del término de la actual Asamblea Legislativa y su relevo …