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La violencia en la ¿Pos? Modernidad

Oscar A. Fernández O.

La sociedad actual ha adoptado nuevas vertientes que hasta hace poco tiempo no eran ni siquiera previsibles. Como parte esencial de la sociedad contemporánea, ambulance se encuentra la violencia, buy cialis especialmente la violencia exacerbada que llamaremos violencia brutal, porque quien la ejecuta considera que los demás individuos son “nada” o son “desechables”. Una hipótesis coherente con ese objetivo, que relaciona las formas y características inéditas de la sociedad contemporánea con una de sus hijas, la violencia brutal, es afirmar que el control social ya no es ejercido por el Estado, ya que esté fue llevado a la mínima expresión, y que dicha intervención la realizan los individuos en tanto particulares. “Es decir la subjetividad es la encargada de ejercer el propio autocontrol, por lo que tanto la subjetividad como la violencia adquieren nuevas tonalidades y dinámicas” (Coronado: 2007).

Nuestra sociedad se ha convertido en una Civilización de esa violencia brutal, en un problema endémico-estructural. Este fenómeno puede asumir el carácter tanto de un estilo de vida como de una estrategia de sobrevivencia, en una realidad que aparece y desaparece, en una sociedad líquida al decir de Touraine y Bauman, en una sociedad de apariencias.

Por ello, cada vez nos convencemos más de que es inútil buscar una respuesta categórica en la moral y la religión al problema que plantea la violencia y que proscribirla por medio de declaraciones políticas es absurdo e hipócrita. Una reflexión seria sobre la violencia no puede separarse del contexto histórico, las circunstancias y los fines.

La agudización del problema de la violencia social es difusa y se entiende:

1.- Dentro del estilo de vida que genera el modelo de una sociedad de mercado neoliberal.

2.-Como respuesta al fracaso del modelo democrático burgués, representativo-burocrático, dirigido por las oligarquías económicas, hoy transnacionalizadas.

3.-Como estrategias de sobrevivencia del yo (tanto individual como colectivo) ante la implantación de una sociedad del tipo “orden caníbal”,  fundamentada en el darwinismo social, que se expresa en las guerras entre grupos sociales y territoriales, con una lógica tribal.

4.-En el contexto de una situación de anomia de la sociedad globalmente considerada, en dónde se aparta al Estado, regulador histórico de las colectividades y se implanta “la ley del mercado”, que se basa en la preeminencia de la desigualdad y la exclusión.

En este sentido, como manifiesta Yves Michaud (1989) debemos advertir que “las variaciones, las fluctuaciones, la ubicuidad y finalmente, la ambigüedad de la violencia constituyen positivamente su realidad”

Hasta fines de los años ochenta, la mayoría de las corrientes teóricas que abordaban el tema de la violencia si bien no coincidían sobre sus causas y sus posibles consecuencias, desde cierto punto de vista, compartían implícitamente el supuesto evolucionista y modernista de que la violencia en las sociedades contemporáneas eran un lastre de las relaciones tradicionales o pre modernas.

En general se sostenía que con el aumento de la racionalización de la vida social, para unos, o con una distribución equitativa de los bienes materiales, para otros, la violencia tendería paulatinamente a reducirse, desapareciendo como problema social relevante. Tan sólo las teorías sociológicas más conservadoras postulaban que la violencia era parte de la naturaleza humana y por tanto elemento constitutivo de toda relación social en cualquier tipo de sociedad.

La situación en la actualidad se ha tornado muy diferente. La violencia constituye una de las preocupaciones principales en la agenda nacional, en la política, en la academia y en los ciudadanos comunes. Las investigaciones de opinión pública realizadas periódicamente en países de todas las regiones del mundo indican que el sentimiento colectivo de miedo e inseguridad aumenta cada vez con menos diferencias sociales (Adorno y Peralva 1997). Paradójicamente entonces, se forma un amplísimo consenso contra cualquier tipo de violencia, al mismo tiempo que se da un aumento vertiginoso de su presencia en todos los ámbitos de la vida social, y se percibe como “inevitable”.

Uno de los mecanismos de integración y a la vez de control del orden social burgués fue siempre el trabajo, nos ilustra Marx. Este mecanismo está hoy seriamente cuestionado a causa del creciente desempleo equitativo. En estas circunstancias, la legitimidad del orden social, que se estructuró en base a la posibilidad del acceso a un trabajo, entra en crisis.

Mediante una actividad remunerada los individuos lograban estructurar su vida social, objetiva y subjetivamente (Bosso y Salvia: 2001) Esto orientaba las estrategias y los sueños de la mayoría de las clases dominadas que aspiraban, y regularmente conseguían, un trabajo como forma de integración social propia y de sus familias, lo que permitía la reproducción de estas expectativas. Desde esta perspectiva, lo importante no es el salario, aunque también influye, sino el trabajo como vínculo entre el individuo y la sociedad. La imposibilidad de la sociedad de brindar un empleo es la imposibilidad de ese orden social, de reproducir las aspiraciones que él mismo inculca como legítimas.

La ruptura de estos mecanismos de reproducción social, lleva al derrumbe de la legitimidad de cualquier orden social. Pero, ningún orden social se derrumba sin que otro lo sustituya —nos referimos a sus formas de dominación—. Esto es lo que para nosotros, está en juego en la actualidad. ¿Se puede mantener un sistema de dominación basado en principios democráticos con las actuales diferencias sociales? La respuesta es: No. Deberán reducirse las diferencias y cambiarse el orden “democrático.”

Por otra parte, estos hechos de violencia han ingresado al campo mediático en el que sufren una mutación mercantilista, creando una competencia que lleva a que las noticias sobre violencia respondan más a la lógica propia del relato, que a la dinámica de los hechos. Se construye de este modo, una imagen manipulada que dificulta una percepción adecuada del problema.

Por estas razones, para presentar sociológicamente el fenómeno de la violencia, debemos hacer un esfuerzo por tratar de romper con el sentido común y las urgencias mundanas, como nos aconseja P. Bourdieu (1972), y plantearnos el problema desde otra perspectiva (Alberto Riela)

Muchos expertos establecen la tipología de la desigualdad especialmente en la distribución del poder y la riqueza nacional, la cual se entiende como “violencia estructural” ya que está vinculada a la estructura social del país y genera una “forma de vida”. Científicos y estudiosos señalan como ejemplo de violencia estructural un sistema dónde se excluye y explota a las mayorías, profundizando la desigualdad de todo tipo. Así, cuando la igualdad surge cómo valor político la realidad de desigualdad se percibe cómo una violencia intolerable.

Los desaciertos heredados en el funcionamiento del actual sistema, expresado con crudeza en el aumento de la pobreza, la exclusión social y el desempleo, la explotación laboral, la crisis del sistema político, la baja calidad de educación, los altos índices de violencia, el abandono de la agricultura, el saqueo de la propiedad pública, la disminución del Estado, el desorden institucional y la corrupción de los altos funcionarios y políticos de los gobiernos derechistas, se han convertido en fértiles viveros de un gigantesco conflicto social.

Ante este dantesco panorama, producto del penoso legado de una de las oligarquías más intransigentes y pedantes de América Latina, en El Salvador nos vemos en la disyuntiva de seguir el camino hacia la debacle o asumir el reto de estimular una transformación estructural, que finalmente logre cambiar las reglas del juego social, convirtiendo la violencia en un problema administrable. El FMLN está empeñado en ello y el gobierno que hoy dirige, lo ha trasladado a su Plan Quinquenal de Desarrollo, que vale decirlo, retoma el papel histórico de la planeación estratégica para la dirección del Estado, contrario a la incertidumbre que impone el mercado, establecida como orientación en décadas pasadas.

En una perspectiva más amplia, a la base de la estructura del agravamiento del conflicto social y el crimen se encuentra, como lo hemos demostrado en varias ocasiones, la imposición de un modelo político-económico, que redujo las obligaciones del Estado ante la sociedad e incrementó la discriminación entre los seres humanos.

Se ha comprobado que las tasas de criminalidad son más elevadas en las sociedades donde la riqueza es concentrada y donde existen sentimientos de privación y frustración en las mayorías, a lo que se puede agregar la falta de planificación y ordenamiento en la creación de asentamientos humanos, la pérdida de la autonomía alimentaria, la cultura del consumismo brutal, la fragmentación familiar, la pérdida de futuro, de los valores positivos y la ética de la igualdad.

Mucho se repite que los problemas relacionados con la seguridad pública no deben “politizarse”, sobre todo en el discurso panfletario de muchos funcionarios cuando se les critica la ineficacia de sus políticas.

Desde nuestro punto de vista, sin  embargo, los asuntos de seguridad pública son los cimientos del establecimiento del orden político, y éste es el fundamento del Estado que puede comprometer a la sociedad a crear el imperio de la ley, sustentado en los derechos de los pueblos y la democracia participativa. Por ello, hasta hoy que como partido y como gobierno, comenzamos a tener un entendimiento más claro de la dinámica del crimen, la violencia, la corrupción y sus efectos en el Estado y la sociedad, nuestra comprensión de asuntos más amplios acerca de la construcción y consolidación de la democracia, apuntan ya a la transformación real de El Salvador.

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