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La pandemia en América Latina

Iosu Perales

El avance exponencial de la pandemia en América Latina ha encendido todas las alarmas Ciudades que concentran una excesiva población, economías informales de sobrevivencia que chocan con el confinamiento, y débiles sistemas sanitarios, colocan a países de la región al borde del precipicio. Brasil y México lideran en número de contagios y fallecidos. Pero al ignorar los peligros, descartar la orientación científica y experta, ocultar datos o simplemente negar la extensión del brote, algunos gobiernos han empeorado las cosas. Jair Bolsonaro y López Obrador, desafiando al virus mediante abrazos, besos y llamamientos a concentraciones masivas, no han hecho sino multiplicar los focos de contagio. Al menos el mejicano parece haberse corregido. Al respecto son significativas las palabras del gobernador de Bahía, en Brasil, al decir que pronto se abrirán todos los negocios, mueran los que mueran.

El asunto es que, para afrontar esta gran crisis, América Latina tiene que superar dificultades que vienen de lejos y en alguna medida están cronificadas. En este artículo señalo algunas de ellas.

Desconfianza en las instituciones.

Encuestas avaladas por la ONU y la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) durante los últimos veinte años, certifican que solamente un 48 % de la ciudadanía concuerda en que la democracia es el mejor sistema político, frente a un 28 % que se muestra indiferente y un 15 % que prefiere un régimen autoritario. De hecho, la OCDE viene señalando desde hace tiempo un desapego hacia las instituciones. Es normal si creemos a las encuestas que dicen que el 80 % de la ciudadanía latinoamericana cree que las instituciones están corrompidas y un 75 % dice no tener confianza en ellas. Esta desafección golpea a la cohesión social y pone en peligro el contrato social.

Posiblemente, es la corrupción el factor que determina la crítica de las poblaciones hacia gobiernos, parlamentos y partidos. El estado-botín que consiste en llegar al poder para robar patrimonio y dinero público, forma parte de una cultura política extendida. En este escenario la lucha contra la pandemia se resiente. No hay liderazgos. Las legitimidades de los gobiernos están cuestionadas y quien más quien menos piensa que la pandemia es una oportunidad más para los políticos ladrones. Las voces de los gobernantes se pierden entre el ruido de la corrupción y los liderazgos tan necesarios para vencer al miedo simplemente no comparecen.

Solo instituciones que inspiren confianza pueden aspirar a conducir la lucha contra la pandemia.

Modelos económicos y economía informal.

Está demostrado que el confinamiento es la medida más eficaz para frenar el virus. Pero también sabemos que en América Latina la economía informal es el modo de sobrevivencia de millones de personas. Vender dulces, chicles, helados o pequeños souvenirs es el modo de ingreso diario de quienes viven al día, no tienen ahorros ni modo de sustituir sus magros ingresos. Muchos millones de personas han planteado el dilema “o morimos por el virus o morimos por hambre”. No es retórica es la realidad.

Hay países en los que el 50 % de la gente que trabaja lo hace en la economía informal. Se estima que un total de 140 millones de latinoamericanos y caribeños viven de la economía informal. Muchas de estas personas desafían a sus gobiernos y salen a las calles con banderas blancas que han sido convertida en el símbolo del hambre. La respuesta de algunos gobiernos ha sido la de llevar a cabo detenciones y confinamiento forzados en lugares que no reúnen condiciones sanitarias y son vigilados por una amplia seguridad policial. El Salvador puede servir de ejemplo.

¿Cómo resolver este dilema?

Liderazgos negativos y políticas contradictorias. Jair Bolsonaro en Brasil y Daniel Ortega en Nicaragua, son dos casos de líderes negacionistas que convocan a participar en actividades masivas de la población, playas, deportes, ferias, manifestaciones de apoyo al Gobierno, mientras que sus sanitarios, sin apoyo del Gobierno, se juegan la vida mal equipados y sin recursos. López Obrador parece haberse corregido ante el elevado número de fallecidos en México (30.000 contabilizados el 2 de julio).

Estos líderes contribuyen a extender el Coronavirus a la vez que en otros países de América Latina se insiste en el confinamiento. Son mensajes contradictorios que generan confusión y en todo caso alimentan el incumplimiento de medidas de seguridad. Para más gravedad, sus discursos van acompañados de mensajes que afirman su curación mediante medicinas caseras.

Ciudades densamente pobladas.

Es complicado vencer al virus en escenarios de alta densidad poblacional. El mundo rural vaciado ha ido reventando las capacidades de absorción de las ciudades a la par que surgen por doquier asentamientos que no reúnen condiciones para vivir.

En ciudades como Sao Paulo, Río, Buenos Aires, Bogotá, Caracas, Lima Santiago, etc, es muy difícil trazar las rutas del contagio para cercarlo y combatirlo. Los expertos lo intentan, pero tampoco ayuda mucho que en algunos países el combate al virus tenga claves políticas y clientelares, en lugar de estar orientado por la ciencia. La conclusión es la saturación de hospitales y el no saber qué hacer con miles y miles de personas enfermas, muchas de las cuales mueren en las calles.

Hay que hacer notar que mientras en África el 40 % vive en ciudades y en Asia el 50% ; en América Latina la cifra alcanza al 80 %. Este amontonamiento de personas en espacios de ciudad, hace que los transportes sea una vía de contagios, al igual que mercados, centros comerciales, estaciones de trenes, centros de trabajo, escuelas, etc. En el estado español hemos visto las diferencias de impacto entre Madrid y Barcelona con respecto a ciudades menores donde es más fácil el control de contagios y brotes.

Debilidad de sistemas de salud privados de recursos

No es descubrir nada el afirmar que en muchos países de América Latina y Caribe si no dispones de dinero no tienes acceso a una asistencia sanitaria eficiente. Lo privado que hace de la salud un negocio tiene en Estados Unidos a su máximo estandarte, pero es que “si no tienes reales” no tienes consulta médica en América Latina. Solo Cuba es una excepción positiva. De modo que el combate contra el Coronavirus es, sobre todo, el esfuerzo de quienes hicieron el juramento hipocrático y de las sanitarias y sanitarios que por ética se están jugando la vida.

Los sistemas de salud públicos en este subcontinente son frágiles, algo que se puede comprobar y comparar a través de la esperanza de vida en cada país y de la tasa de mortalidad infantil. Los países mejores posicionados son Cuba y Chile que invierten el 10 % del PIB según la OMS. En tanto que los centroamericanos y en particular Haití están en la cola en cuanto a calidad del sistema de salud. Lo que hay de público en la sanidad de América Latina está pulverizado en lo financiero, siendo además fragmentado ya que no hay coordinación entre lo privado y lo público. El coronavirus se expande con insuficiente oposición.

Violencia social estructural.

Luchar contra una pandemia con una población socialmente castigada ya es difícil. Podemos imaginarnos que pasa si además el índice de criminalidad es enorme. Las mafias, maras y pandillas armadas ocupan las calles, los secuestros se suceden, al igual que el femicidio. El caso más emblemático es México. Datos oficiales del Gobierno reconocen que solo en el mes de junio del año pasado hubo 2560 homicidios. Con semejante presión que en si misma es una pandemia criminal no es nada fácil que la ciudadanía piense en algo más que el sálvese quien pueda.

Política, poder y ciencia. Si ya en Europa es complicado que los partidos políticos acepten no utilizar la pandemia con fines electorales, podemos imaginarnos qué pasa donde la conciencia democrática si sitúa en otro nivel. Lo cierto es que los gobiernos, algunos, aprovechan el virus para consolidar estructuras de estado autoritarias, desconocer la división de poderes y tomar medidas anticonstitucionales. Por supuesto no hay mucha transparencia en las cuentas públicas.

El afán de concentrar el poder y de usar el desconcierto ante los estragos de la enfermedad sirve, además, para atacar a los partidos rivales. Para colmo la ciencia no ocupa el lugar que debe en el puesto de mando de la lucha contra la pandemia. Demasiada política y poca eficacia.

Resumiendo, el enfoque vacilante, contradictorio y disperso de respuesta ante la pandemia en partes de América Latina, agrava el escenario. Algunos presidentes en la región han cuestionado cuán peligroso es el virus, otros han defendido remedios no probados, infundados o incluso peligrosos, otro se enfrenta amargamente con los gobernadores estatales (Brasil) que defienden el confinamiento y otros se niegan a usar mascarilla en público. El desastre está servido.

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