Por David Alfaro
𝗟𝗮 𝘃𝗲𝗿𝗱𝗮𝗱 𝗲𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗹𝗮 «𝗺𝗶𝗴𝗿𝗮𝗰𝗶ó𝗻 𝗶𝗻𝘃𝗲𝗿𝘀𝗮» 𝗾𝘂𝗲 𝗰𝗲𝗹𝗲𝗯𝗿𝗮 𝗕𝘂𝗸𝗲𝗹𝗲 𝗲𝘀, 𝗲𝗻 𝗺𝘂𝗰𝗵𝗼𝘀 𝗰𝗮𝘀𝗼𝘀, 𝘀𝗶𝗺𝗽𝗹𝗲𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗲𝗹 𝗿𝗲𝘁𝗼𝗿𝗻𝗼 𝗳𝗼𝗿𝘇𝗮𝗱𝗼 𝗱𝗲 𝗮𝗾𝘂𝗲𝗹𝗹𝗼𝘀 𝗮 𝗾𝘂𝗶𝗲𝗻𝗲𝘀 𝗹𝗲𝘀 𝗳𝘂𝗲 𝗻𝗲𝗴𝗮𝗱𝗼 𝗲𝗹 𝘀𝘂𝗲ñ𝗼 𝗮𝗺𝗲𝗿𝗶𝗰𝗮𝗻𝗼.
Desde 2019, Nayib Bukele y su aparato de propaganda han vendido al mundo la imagen de un El Salvador transformado, donde ya nadie huye y, supuestamente, hasta los migrantes están regresando en masa. Su eslogan favorito es la «migración inversa», presentada como prueba irrefutable del éxito de su gobierno. Pero esa narrativa se desmorona apenas uno cruza la frontera sur de Estados Unidos o escucha los relatos de los que siguen huyendo.
La realidad es mucho más amarga. Desde que Bukele llegó al poder, más de medio millón de salvadoreños han abandonado el país. Huyen no solo de la pobreza y la violencia de pandillas, sino también de la represión, la miseria y el miedo que ha sembrado el propio Estado salvadoreño desde la instauración del régimen de excepción en 2022. Es gente que, con tal de escapar, arriesga su vida cruzando ríos, desiertos y muros.
Y hoy, la situación es aún más desesperante. Las deportaciones han aumentado drásticamente debido a la política salvaje y despiadada contra los migrantes que ha impuesto el presidente Trump desde su retorno a la Casa Blanca. Redadas masivas, detenciones exprés, cierres de rutas humanitarias y deportaciones aceleradas han convertido el sueño americano en una pesadilla para miles de salvadoreños.
Las cifras no mienten. Según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU. (CBP), en 2022 se registraron más de 2.2 millones de encuentros en la frontera sur, una cifra récord que refleja el drama migratorio en su máxima expresión. Entre ellos, miles de salvadoreños que, tras ser detenidos, son enviados de vuelta al mismo país del que intentaron huir a toda costa.
Entonces, cuando Bukele habla de «migración inversa», quizá se refiere a estos deportados. No son personas que regresan por voluntad propia ni por haber encontrado un país próspero y seguro, sino salvadoreños expulsados a la fuerza, obligados a volver a una tierra donde les esperan la pobreza, el desempleo, la estigmatización y, en muchos casos, la persecución del propio régimen.
La ironía es brutal. Mientras Bukele y sus funcionarios celebran un supuesto retorno masivo, las imágenes de la frontera estadounidense narran otra historia: un éxodo que no se detiene, un pueblo que sigue huyendo del país de la «milagrosa transformación» que solo existe en los videos oficiales y los discursos vacíos.
La desconexión entre la propaganda del régimen y la realidad que viven los salvadoreños es cada vez más evidente. Porque mientras Bukele maquilla cifras y exporta slogans, lo que se exporta de verdad son miles de vidas fracturadas, familias desgarradas y sueños truncados.
Quien quiera entender lo que pasa, que no mire los tweets del dictadorzuelo de turno, sino las estadísticas de la frontera, los informes de ACNUR, de la OIM, y que escuche los testimonios de los deportados que bajan de los aviones esposados, con la mirada perdida y el corazón lleno de incertidumbre.
La llamada «migración inversa» no es más que el eufemismo cínico de un retorno forzado. No es éxito. Es fracaso. Es la huella imborrable de un país del que, por desgracia, aún hay demasiada gente intentando escapar.
Referencias:
– CBP Enforcement Statistics: [CBP.gov](https://www.cbp.gov/newsroom/stats/cbp-enforcement-statistics)
– Southwest Border Migration FY 2019-2024: [CBP.gov](https://www.cbp.gov/newsroom/stats/southwest-border-migration-fy-2019)
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