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LA ERUPCIÓN EL 7 DE JUNIO DE 1917EN EL VALLE DE LAS HAMACAS

 

Wilfredo Mármol Amaya. Psicólogo y escritor viroleño.

 

Sin dudas que la fecha del 7 de junio de 1917 es para los habitantes de San Salvador y alrededores una experiencia traumática y además de un gran aprendizaje emocional e histórico. No fue para menos, pues fue como desertarse con “la lava hasta el cuello”, es decir bajo toneladas de magma hirviendo. Una gran extensión de terreno, que pasó a ser bautizada por la sabiduría popular como El Playón, que prácticamente socavó la capital salvadoreño, San Salvador, además de Quezaltepeque, Nejapa, Apopa, Santa Tecla, Jayaque, Armenia y otras ciudades aledañas.

La primera erupción registrada sucedió en 1671 quedando descubierta una laguna de 400 metros de agua azufrada y a raíz de la erupción de 1917 se evaporó dejando en su lugar un pequeño cono llamado boqueroncito.

San Salvador es conocido desde hace siglos como valle de las hamacas, frecuentemente producen sismos, temblores, terremotos; de hecho sus habitantes están muy acostumbrados que da la sensación de estar meciéndose en una hamaca.

Raúl Bonilla quien fuera mi compañero en el Circulo Literario Semilla de Justicia de la Corte Suprema de Justicia, jubilado, escribió sobre las atrocidades que provoco la gran erupción del 7 de junio de 1917, cita la crónica de don Pablo Llort Anglés, nacionalidad española, quien fuera alcalde municipal de la ciudad de Quezaltepeque en 1917, la que compartimos:

He tratado de escribir mi historia, parece que Dios quiere que sea bonita y de sorpresas. El día 7 de junio de 1917, como a las siete de la noche sentimos un temblor de tierra tan fuerte que se vinieron al suelo la mayor parte de casas; gracias que fue temprano de la noche puedo contarlo; por dicha mis hijos estaban jugando en el parque todos salimos corriendo y no tuvimos desgracias que lamentar. Creíamos que ya había pasado el susto como a los diez minutos, repitió otro y sin dejar de balancearse la tierra siguió otro luego otro acompañado de retumbos subterráneos y cada retumbo venía acompañado de un fuerte temblor que casi nos tiraba al suelo todos creíamos que la tierra se iba a abrir a nuestros pies. Después de una hora de temblores, vino una sacudida más fuerte que derrumbo varias casas más y en ese momento vimos aparecer una lengua de fuego a medio volcán, acompañado de un bramido tan inmenso, que parecía un millón de motores sobre Quezaltepeque con tanta rapidez se vio que el fuego bajaba, que ya nos creíamos devorados por él, en ese momento oigo la voz general: “corran vámonos que el fuego ya está aquí”; ¡Qué horror, morir bajo el fuego …grite: “vámonos María, !corramos que el fuego nos alcanza¡ cogí a mi hijo mayor de la mano, vi a las criadas que cogían a los demás hijos y todos huimos juntos pero en la confusión el grito y el llanto unos corrían por aquí y otros por allá, me perdí de mi señora, la criada con mi hija pepita tomo otro rumbo, y cuando pase una quebrada, subí a lo alto de una loma para ver si ahí nos reuníamos pero solo me halle con Pablito, que no lo solté de la mano, y con una criada que llevaba a mi otro hijo Baltasar.

…No se puede apreciar cuantos temblores ha habido en total, pero sólo durante la noche del siete eh oído decir que fueron más de ciento cincuenta, el día ocho como veinticinco, el nueve y diez como veinticinco cada día y los siguiente como cuatro o cinco temblores diarios, pues como digo, hoy que esto escribo ha habido dos y en San Salvador dicen que cuatro. Hoy ya no se ve más que un poco de humo saliendo del boquerón, y una gran nube del mismo que se desprende de la inmensa playa de lava, que poco a poco se va apagándose… Fue un espectáculo nunca visto pues la profundidad del boquerón es como de trescientos a cuatrocientos metros y el diámetro de la boca es como de una legua y cuarto, de modo que muchísimas personas subían a la cumbre, a contemplar desde la orilla las grandes explosiones que sucedían cada cinco o diez segundos elevándose piedras de fuego, juntamente con unos borbollones de humo. Las piedras llegaban hasta el nivel donde estaba uno contemplando, ósea elevándose unos trescientos o cuatrocientos metros…También siguió temblando nuevamente todo el año, pero el veinticinco de Diciembre hubo varios temblores muy largos, fueron los que causaron la ruina de la capital de Guatemala.”

El 10 de octubre de 1986, venía de auditórium del Constitución 1950 en Coatepeque, de una Asamblea de la Federación de Asociaciones cooperativas de Producción Agropecuaria, FEDECOOPADES, de representar a FEDECACES DE RL, para quien laboraba, cuando a eso de las 12:0pm se me movió el carro, y percaté me quitaban el timón, empecé a ver el pavor en los rostros de los transeúntes, cuando al llegar a Santa Tecla “el terror social era más que evidente” y me informó del terremoto sucedido, hasta tuve la oportunidad de trasladar niños y niñas del Hospital Bloom a lo que sería el anexo por muchos años.

Luego el 13 enero y 13 de febrero del año 2001, experimenté los terremotos en ambas fechas, pero hasta entonces comprendí a cabalidad a don Pablo Llort Anglés:“!corramos que el fuego nos alcanza¡ cogí a mi hijo mayor de la mano, vi a las criadas que cogían a los demás hijos y todos huimos juntos pero en la confusión el grito y el llanto unos corrían por aquí y otros por allá…”

Porque en esta fecha ya tenía a mi hija Johana Marilyn y mi hijo Diego Alejandro, y las actitudes al pensar donde están los hijos en ese momento, sí que es angustiante, y cuando te lo encuentras explotas en llanto. Al igual sino los encuentras, es una huella para toda la vida, como sucedió a las familias de la Colinas de Santa Tecla, a quien les deseo paz y bien, donde se encuentren.

Así sea.

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