Por David Alfaro
30/06/2025
Por años, Nayib Bukele ha vendido al mundo la imagen de un líder implacable que derrotó a las pandillas con mano dura y cero concesiones. Pero hoy, una revelación del The New York Times ha resquebrajado ese relato. Osiris Luna, actual director de Centros Penales y uno de los hombres más cercanos al dictador salvadoreño, ofreció colaborar con el gobierno de Estados Unidos a cambio de un «asilo de lujo».
Según un cable diplomático fechado el 10 de septiembre de 2020, Luna visitó en dos ocasiones la embajada estadounidense en San Salvador. No llegó con las manos vacías: llevó pruebas contundentes de los pactos secretos entre el gobierno de Bukele y la MS-13. En una de esas reuniones, mostró capturas de las cámaras de seguridad de un penal, donde se ve a varios hombres enmascarados ingresar. Luna afirmó que uno de ellos era un líder de la MS-13, ingresado con autorización directa del gobierno.
El funcionario no buscaba justicia ni redención. Buscaba protección. Pretendía asilo político en condiciones privilegiadas, lejos del país cuya represión ayudó a construir y administrar. Su propuesta desnuda no solo la hipocresía del régimen, sino también su fragilidad interna.
Crimen, traición y cálculo
Lo que hoy se confirma es lo que organizaciones de derechos humanos, periodistas independientes y la comunidad internacional han venido denunciando desde hace años: la supuesta «guerra contra las pandillas» de Bukele fue, en realidad, un montaje sostenido por acuerdos criminales. Mientras las cárceles se llenaban de inocentes y miles de jóvenes eran capturados arbitrariamente, la cúpula del gobierno negociaba con los mismos grupos que decía combatir.
Que uno de los pilares del régimen —el encargado de las prisiones, de la represión carcelaria, de las torturas y asesinatos en las cárceles comunes, responsable también que los mandos medios de las maras sean bien atendidos en el CECOT, haya estado dispuesto a traicionar a Bukele no es un dato menor. Es el reflejo de cómo operan las mafias cuando la lealtad se compra, se vende y se negocia como cualquier mercancía.
La fractura es inevitable
Toda dictadura está condenada a quebrarse por su eslabón más débil. No serán necesariamente las protestas ciudadanas —criminalizadas, reprimidas y silenciadas— las que derriben al régimen. Será la podredumbre interna, las traiciones, el miedo y la cobardía de sus propios operadores lo que terminará por hacerlo colapsar.
Cuando la lealtad solo se sostiene por el miedo, el dinero o la expectativa de impunidad, basta con que uno solo decida salvarse a sí mismo para que todo el entramado comience a desmoronarse. Hoy ha quedado demostrado que la dictadura no es más que un cartel con fachada de gobierno.
Osiris Luna pidió asilo. ¿Cuántos más están dispuestos a hacerlo? ¿Cuántos otros guardan capturas, grabaciones, documentos y secretos del saqueo estatal, de las compras de voluntades, de otros crímenes y asesinatos? La pregunta ya no es si la dictadura caerá, sino cuándo, y por cuál de sus eslabones podridos empezará a romperse.