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La conspiración de los no vacunados (1)

René Martínez Pineda
Sociólogo

La historia se mueve en todo momento –venciendo la artritis de la apatía- en ciclos coyunturales imparables que van de la tragedia a la comedia… y de éstas, a lo épico, cuando se junta la voluntad social con la ilusión utopista. De lo heroico a lo patético, de la noche a la mañana; de lo entrañable a lo risible, de un día para otro; de lo sublime a lo perverso, en un dos por tres, así es el comportamiento colectivo –de los muchos o de los pocos, sociológicamente es lo mismo porque en ambas circunstancias son comportamientos sociales sui géneris- cuando toma la palabra el desprecio por los otros, no importa si las razones son culturales, educativas, individualistas o políticas; no importa si eso es una bendición o una maldición similar a la que sufrió el ladino colonial quien, creyéndose español peninsular, se convirtió en el opresor directo e implacable de sus hermanos, similares y conexos. En estos momentos estamos viviendo una coyuntura de aprehensión democrática que llamo “coyuntura de la exclusión positiva”, porque es –o debe llegar a ser- una exclusión democrática, no autoritaria, no punitiva en términos tradicionales, en tanto que quienes serían –o deben ser- excluidos lo serán por decisión propia y en beneficio de todos, y el concepto “todos” los incluye a ellos, por eso es una exclusión positiva. Si lo analizamos desde una metáfora teatral de personajes protagónicos contrapuestos, en esta coyuntura cobran vigencia: los vacunados y los no vacunados.

Estamos casi por cumplir un año y medio de estar bajo el ataque feroz y el asedio sin tregua de una pandemia despiadada que nos ha hecho recurrir, como medida desesperada, a cuarentenas devastadoras de la economía y del espíritu, y la pregunta que circula por las calles y los imaginarios y las escuelas es: ¿quién ganará la guerra: el virus o las vacunas? Esa pregunta, en términos sociológicos, se puede formular así: ¿quién ganará la guerra: la libertad individual liberal ícono del capitalismo o la libertad social? A pesar de que, al menos en el país, las jornadas de vacunación se han acelerado y masificado de forma prometedora, la sospechosa aparición de la variante Delta (etiquetada así en la India y considerada un 60% más contagiosa) ha modificado las urgencias y ha obligado a las autoridades sanitarias –locales y mundiales- a ponerse en estado de alerta y a hacer de la vacunación un asunto de interés nacional, debido a que los científicos auguran una inexorable nueva ola –o nuevas olas- de contagios que sólo puede ser enfrentada con la inmunización colectiva.

Bruce Aylward –uno de los expertos de la aparentemente inútil OMS- afirmó que se debe vacunar, por lo menos, al 60% de la población mundial para frenar –domesticar, diría yo- la pandemia de Covid-19, y dijo que como institución rectora están muy preocupados por la vorágine caótica de dicha pandemia en los países más vulnerables y que, además, les preocupa la falta de solidaridad de los países ricos en la distribución equilibrada y gratuita de inoculantes efectivos. Sin embargo, los datos diarios y la información científica sobre el crecimiento acelerado de los contagios –los nuevos contagios- producto de esa mutación predominante del virus, puede dar una imagen o comprensión sesgada de la lógica actual de la llamada pandemia de las pandemias. Para los epidemiólogos –muchos de los cuales tienen razones políticas en la reflexión comprensiva- los datos de transmisión diaria son un enfoque desfigurado debido a la irrupción de las vacunas que impactan en las hospitalizaciones (al reducirlas en un 80%) y en el nivel de letalidad, ya que las vacunas –cualquiera de ellas- rompen el vínculo real entre las infecciones –su severidad- y las necesidades de atención médica fuera de las casas. Lo anterior, sin duda alguna, ha modificado el curso de la crisis sanitaria, pero ésta no ha desaparecido o no se ha domesticado del todo porque hay muchas personas que se rehúsan a vacunarse.

El no vacunarse –el querer formar parte, voluntariamente, del nuevo e inicuo ejército de reserva del virus que, en silencio, amenaza con envalentonarse para llegar a las cifras mortuorias que tuvo en los brotes y rebrotes más terroríficos de 2020- puede generar nuevas oleadas, las cuales tendrán más matices y versiones que las primeras dos que sufrimos en cuarentena propia, porque hay un nivel de vacunación desigual. En ese sentido, vacunarse se ha convertido en un asunto de interés nacional que debe llevar a tomar medidas drásticas, eficientes y creativas de exclusión positiva en aquellos países donde las vacunas son gratis y masivas. Estoy hablando, entonces, de una exclusión democrática en tanto premia a los que se vacunan –y hacen su parte para vencer a la pandemia- en lugar de castigar con medidas coercitivas –tales como poner multas u ofrecer la cárcel- a quienes no quieren hacerlo. En todo caso, quienes no se quieren vacunar son los que castigan a los otros que sí lo hacen, y eso debe remediarse de inmediato para fortalecer el sentido de bien colectivo de la democracia. Y es que, según los expertos, el futuro de la pandemia –el que he llamado “el día después de la peste”- tendrá distintas curvas estadísticas: unas, controladas y achatadas; y otras, exponenciales y letales. En un sentido concluyente y definitorio –entendiendo por concluyente y definitorio la domesticación cotidiana del virus similar a la que se dio con la gripe común que hoy tratamos con fármacos sencillos- la crisis terminará cuando el 100% de la población haya sido vacunada o infectada, lo que probablemente ocurra en el transcurso del año 2022, al menos en los países ricos y en aquellos países pobres cuya población haya asumido la misión de inmunizarse. A nivel planetario –y tomando en cuenta los distintos niveles de masividad de la vacunación- la OMS tiene prevista, en promedio, una cobertura de vacunación del 10% para fines de septiembre y del 30% al 40% para fines de año. A ese ritmo, el 70% podría alcanzarse a mediados de 2022, pero de cada país depende plantearse una meta más ambiciosa (como se ha planteado en nuestro país) para evadir, de forma controlada, los rebrotes que tanto daño le hacen a la economía, a la educación y a las relaciones sociales consuetudinarias sobre todo por la existencia de los “no vacunados” y los de “una sola dosis” que serán las poblaciones vulnerables.

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