La bicicleta

Caralvá

Intimissimun

Mi bicicleta era una JC Higgins de Sears, aquél almacén se encontraba en el Centro Histórico a unas cuadras al norte de la Cafetalera, Sears era una tienda norteamericana, ahí nos llevó nuestro padre a observar unos juguetes de última generación de aquella época. Había todo tipo de juegos mecánicos, con mucho olor a batería, olor a dinamos miniaturas,  los  dinosauros hacían ruidos al caminar, se “les daba cuerda” como los relojes suizos, eran fantásticos con colores violetas y negros similares a los de la serie de televisión Los Picapiedra, uno era el  brontosaurio, también autos deportivos azules con llantas blancas, autopistas eléctricas, un auto lunar con baterías impulsaba  una pequeña bomba de aire sosteniendo en su recorrido una esfera satelital, pistolas de metal, radio-comunicadores, toda la reproducción de la serie supersónicos en muñecos plásticos, además bicicletas, triciclos, autos de metal para chicos, legos, muñecas para niñas, robots de la serie “perdidos en espacio”, trenes eléctricos, la escala de Batman con su batimovil, artículos deportivos… el mundo mecánico para chicos y chicas. Mi padre nos preguntó si deseábamos una bicicleta, claro que sí respondimos.

En aquella época poseer una pequeña bicicleta era lujo, aprender no era fácil, era un sentido de equilibrio en la delgada línea de dos ruedas; al inicio los sabios comerciantes agregaban dos pequeñas ruedas laterales para los principiantes. Así inicié mi aprendizaje, era una lucha de un lado a otro, aún no lograba el equilibrio, pero tambaleante poco a poco acumulé más distancia con un precario equilibrio. Era una lucha de fortaleza, cansancio, paciencia y práctica. Uno no nace adulto, usualmente olvidamos los golpes infantiles.

Así una mañana al aumentar la velocidad comprendí que el equilibrio era más fácil, me obligaba a coordinar manubrio, pedales, asiento, vista al frente, la sencilla acción de línea recta, así aún con las ruedas laterales aumenté la velocidad en una acera del barrio, ahí me flanqueaba un muro gris de piedras, tambaleante con satisfacción veía mi pequeño logro, pero no pude equilibrar mi lado izquierdo, de manera que al mantener el manubrio me laceré la mano que me hizo detenerme, las heridas tardaron unos días en sanar, pero había avanzado mucho.

Así con caídas y heridas por todas partes, logré al final el objetivo.

Mi mundo explorador se expandía, habían muchas zonas urbanas que apenas eran proyectos, las máquinas excavadoras, aplanadoras, tractores tenían una frenética lucha por abrir nuevas carreteras de San Salvador a Santa Tecla que no estaban comunicadas, no existía una ruta rápida, en su lugar habían una finca de café y potreros, abundaban los árboles frutales, pero también los proyectos de construcción de áreas habitacionales como la Colonia San Francisco, en ese momento solo existían las calles, las cuales estaban cerradas al tráfico, de tal manera que eran ideales para las bicicletas.

Con el nuevo juguete se inicia el lenguaje de la experticia, por ejemplo: Ruedas, rayos, cadena, dinamo, frenos, manubrio, tenaza, tornillos, tubos, grasa, aceite, parches, altura, distancia, tiempo, aceite, desarmador philips, plano, estrella, cruz… etc. una miniatura de universo mecánico que ni soñando se aprende más que dentro de mundo bicicleta-juego, que luego avanza hacia la obsesión.

El mundo explorador es gigante, poco a poco te alejas de casa.

Se desarrolla la consciencia del individualismo a ultranza, el juego entonces se convierte en una lucha interna de vencer al mundo, de encontrarte fuera de la zona familiar con un desconocido universo que te espera, al menos eso creía.

Mis exploraciones incluían a mi hermano, iniciábamos fugas hacia las zonas en construcción, eran calles rurales, visitas a fincas, largos trayectos en cafetales, hasta donde nuestro cansancio podía, no todo era por supuesto fácil, después de una pendiente se inicia otra en sentido contrario, de tal forma que las piernas no dan, la fatiga te vence y debes empujar la bicicleta paso a paso.

A cierta edad la fatiga no importa, no pesa. En la rutina aprendemos el sentido de las calles, señales de advertencia, letreros: “Peligro propiedad privada”… en cierta ocasión fuimos a recoger un cafeto muerto, son ideales por su contextura simétrica, así que al adornarles con algodón y luces de colores son perfectos, la base eran antiguas latas de leche, que al final se pintaban a tono con la decoración; en esa ocasión fui con una vecina unos años mayor a la zona, ella seleccionó su arbolito, cuando regresábamos un joven salió a un descampado corriendo como alma despavorida, no entendíamos nada, se acercó pero giró en su entorno, huyó como conejo asustado, la verdad el chico estaba en pánico, tampoco entendíamos nada.

Un minuto después un hombre salió del bosque del cafetal y desenfundó su arma, a la vista el chico girando se introducía de nuevo a la arbolada, mientras su perseguidor disparaba… pam, pam, pam…  nosotros paralizados, no sabíamos que hacer, luego fugitivo y perseguidor se perdieron de nuevo en el bosque.

A mi edad, ningún sentido de emotividad me invadió, solo el asombro de tal evento, mi amiga continuó con su árbol e iniciamos el retorno, era el atardecer, ella con su vestido corto mientras yo tenía de insignia mi camisa de leñador juvenil una camisa que mis amigos le decían “camisa de pastel” “camisa de apóstol” “camisa de tablero de ajedrez” etc.; al salir a calle rural un camión cargado de trabajadores nos saluda al grito: “bien hecho cipote” “hey que arrecho mono” “te salió bien bicho” a mis años no logré comprender el mensaje, mientras mi amiga sonreía rubicunda, con una sonrisa maléfica, años después comprendí la escena, en esos tiempos todavía pensaba en Batman… ella no.

La bicicleta mostraba empíricamente muchos modelos matemáticos, geométricos, algebraicos, cálculos físicos que luego comprendí, uno se educa a golpes de tierra y caídas, la educación de las chicas con sus juegos mentales es otra ciencia.

De nuevo estaba explorando una Residencial sin casas llamada San Francisco, en ese tiempo solo había un media docena de casas gigantes, eran residencias de embajadores, llenas de autos, servidumbre, jardineros, con perros guardianes, esas que uno ve detrás de las bardas, pero en compensación muchas de sus calles eran de primer nivel, limpias de tráfico ideales para la bicicleta, así tomé una pendiente como siempre, ya era conocido para mí el descenso, una brisa agradable abrasa tu rostro, mientras el vértigo de la velocidad incendia la imaginación, en aquellos años no era fácil distinguir realidad-fantasía, es un bobo sentido de invulnerabilidad que te invade día con día, pero ahí estaba con mi bicicleta aumentado la velocidad poco a poco en la pendiente.

a calle era amplia y extensa, la inclinación también, por algún motivo solté el manubrio manteniendo el equilibrio, así avance unos cuantos metros, la velocidad aviva tu sed de volar en dos ruedas, para demostrarme mi dominio solté el manubrio, pero no me fijé que más adelante habían pequeñas piedras sueltas… demasiado tarde, choqué con ellas, mientras el manubrio giraba a mi derecha, yo salí precipitado a la izquierda, lo cual provocó que bicicleta y mi humanidad salieran volando por los aires, caí sobre el manubrio que se incrustó a mi clavícula izquierda, el golpe fue tan tremendo que no podía levantarme, el dolor es agudo en todas partes pero más en mi clavícula, no podía llorar, porque mi respiración tampoco reaccionada, no podía expandir mis pulmones, era tanto el colapso que la misma inercia me había extraído todo el aire pulmonar… ahí estaba tirado, gimiendo, desplomado como ave herida por un plomazo de un fusil cazador, caído besando el suelo, en aquella barriada de ricos.

No sé cuántas heridas me infringí por mi desatinado acto acrobático, tampoco nadie lo vio, era yo injuriado por mi propia bicicleta, así tiempo después logré levantarme, no podía ni pedalear, ni subirme de nuevo, nada; así empujé la bicicleta hasta llegar a casa.

De eso ha pasado mucho tiempo, quizás demasiado, mi cuerpo tiene esa huella en mi clavícula izquierda desalineada desde entonces, la veo a diario sin olvidar la escena. Cuando observo mi cuerpo en el espejo con esa asimetría recibo un saludo matinal visible, escucho su sordo grito humanizado en mi tórax, me provoca cierta nostalgia como una herida de guerra, como un recuerdo grato, deportivo, educativo, casi como una estrella de guerra, pude morir sin que nadie lo supiera, pero no sucedió, después de todo, sigo pedaleando hasta que la velocidad vital me ajuste cuentas como aquél chico que soltó su manubrio pensando que conquistaba el universo, mientras mi sentido de invulnerabilidad me está abandonando lentamente desde aquél día.

Mi madre al llegar me dijo: “ a golpes se hacen los santos”, pero ese no era mi destino.

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