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Jóvenes, precarios y sin futuro

SALVADOR ERRO ESPARZA*

Esta sociedad tiene muchos problemas. Los jóvenes, por el hecho de serlo, bastantes más. Ser joven hoy supone caer en la precariedad. ¿A qué nos referimos exactamente con precariedad? Es algo más que no encontrar un trabajo digno y estable.

La precariedad trasciende a la situación laboral. Supone mucho más que sufrir largas jornadas de trabajo en empleos poco y mal pagados. Te condena a trabajar gratis de becario (el fraude en las prácticas laborales cuesta a la Seguridad Social, a todos nosotros, unos 1.500 millones de euros), a sobrevivir en una temporalidad eterna (4 de cada 5 menores de 24 años solo encuentran trabajo temporal, según UGT) o a tener que escuchar que no hay un empleo digno para ti mientras retrasan la jubilación de tus padres y madres. Además, los jóvenes de entre 20 y 29 años son el colectivo económicamente más vulnerable, según el informe Juventud de España. La precariedad laboral produce jóvenes sin trabajo y encima pobres.

El trabajo sigue siendo el eje de nuestra socialización, por eso la precariedad laboral produce precariedad social. Ser precario tiene que ver con sentirte fuera de la sociedad porque ésta ya no te tiene en cuenta, o sólo lo hace como consumidor. Ante el crecimiento de la desigualdad y la brecha generacional los jóvenes recelamos de la participación social, pensamos que la sociedad pasa de nosotros o nos criminaliza. Una brecha que no sólo se traduce en la incapacidad de nuestros padres en descargar apps en el móvil, sino también en una forma distinta de entender la vida. Y lo que es peor, que nos muestra nuestra condición de ciudadanos de segunda: el 54,2% de los españoles así lo cree, según el CIS. La precariedad social produce jóvenes sin sociedad.

La precariedad se contagia y muta como un virus. Pasa de lo laboral a lo social y de lo social a lo vital. La precariedad vital es todavía más grave. Significa no poder construir tu propio proyecto de futuro, teniendo que vivir solo el presente. El choque entre las promesas y los sueños es enorme. Sólo el 17% de los jóvenes menores de 30 años ha logrado emanciparse en nuestro país, según CCOO. Hoy se habla ya de nosotros como la generación boomerang, ya que la crisis económica nos ha devuelto a casa de nuestros padres. La precariedad vital produce jóvenes sin proyecto de vida.

Pero hay todavía una variante de precariedad mucho más peligrosa: la precariedad antropológica. En la sociedad neoliberal cobra gran importancia la llamada psicopolítica. La sociedad actual nos lleva a enfrentarnos con nosotros mismos. El principal enemigo ya no es el otro, sino las ideas de autoexigencia que tenemos en nuestro interior. Nos hemos convertido en nuestro propio explotador. Nos encontramos por primera vez en la historia con una sociedad en la que uno se hace esclavo de sí mismo, se culpabiliza y se avergüenza: es el sujeto del rendimiento. Interiorizamos la autoexigencia hasta el punto de, según Byung Chul Han, acabar en la depresión. La precariedad antropológica produce jóvenes autoexplotados, sin esperanza y depresivos.

Hace un par de generaciones, nuestros abuelos hipotecaron su futuro y utilizaron los ahorros de toda su vida para que nuestros padres pudieran estudiar y escalar socialmente. Ahora ya sabemos que nuestra generación vivirá peor que la de nuestros padres. Se nos oculta que los jóvenes cada vez tenemos más difícil subir en la escala social. Se ha roto el ascensor social de antaño. El desarrollo y la superación personal se sostenían por una meritocracia que ya no es más que un mito. Hoy podemos hablar de la tiranía de la meritocracia (Michael Sandel), basada en la presunción de que los individuos merecen la riqueza con la que el mercado les premia a la vez que condena a los más desfavorecidos: los perdedores.

Los jóvenes sentimos que políticamente se nos ha abandonado. Esto ha servido para que marquemos todavía más distancias con la sociedad. Por un lado, nos encontramos con una precariedad que, mediante la brecha generacional, nos impide entendernos con generaciones más longevas o, al menos, hace el entendimiento más complicado. Por otro lado somos la generación más formada, más subempleada y más cualificada de la historia. Así que no solo estamos descontentos, sino también desencajados. Nos encontramos ante un escenario donde todo es posible (multitud de promesas) pero muy poco probable (escasas oportunidades).

Desde una visión optimista Guy Standing habla de la creación de una nueva clase social, el precariado. Aún sin seguridad, futuro estable, ni bienestar material y psicológico, esa nueva clase social podría significar la superación del modelo burguesía-proletariado propio del capitalismo industrial. Algo así como constituir el nuevo sujeto social clave para la transformación social. Pero lo cierto es que ya no solo no tenemos la opción de un futuro digno, es que ni siquiera tenemos un futuro. Este sistema depredador lo está destruyendo. El mundo se encuentra destinado al fracaso y, si no hacemos algo, nuestra generación y las posteriores sufrirán sus consecuencias. ¿Por qué no se asume de una vez por todas lo difícil que es vivir siendo joven y precario? Es necesario acabar no solo con la precariedad que vivimos, sino también lograr que se nos acerque más a la sociedad de la que nos encontramos desligados. Nos negamos a aceptar que la vida sea necesariamente precaria y que esta sociedad nos convierta en meros espectadores. Necesitamos que se nos devuelva el derecho el futuro, recuperar la esperanza. Luego ya nos encargaremos nosotros mismos de construirnos uno, como ya hicieron las generaciones anteriores.

*El autor es estudiante de Ciencias Políticas en la UPV

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