Carlos Henríquez Consalvi, “Santiago”
Escritor
“Crecí cada segundo guardando manojitos de tiempo
en los bolsillos, construyendo poemas con la mirada y
escribiendo cuentos sobre el viento”
Jaime Suárez Quemain
Conversando casualmente con Jeannette, me entero de que ella fue una de las últimas personas que vio con vida al poeta Jaime Suárez Quemain, antes de que un escuadrón de la muerte lo secuestrara en el Café Bella Nápoles, el 11 de julio de 1980. Este es su inédito y emotivo relato:
“Jaime era el Jefe de Redacción de La Crónica del pueblo, el último periódico de oposición en el país, luego de la bomba que le pusieron a El Independiente. Yo conocí a Jaime porque él llegaba a Acto Teatro de Robi Salomón, la Tili estaba ahí, ella era actriz y tenía una ventita que había puesto. La Tili vivía en mi casa. Jaime se enamoró de ella, una mujer extraordinaria. Y estos dos comienzan a tener una relación. A todo esto, la Tili no media las implicaciones de tener como amante al editor de La Crónica del Pueblo. Jaime vivía en San Marcos, la Tili iba a visitarlo en bus… Imagínate, los riesgos eran demasiados. Ante eso le digo: Jaime venite a vivir a mi casa.
El 10 de Julio de ese año ochenta, la noche antes de su secuestro, estábamos en la cocina, cuando Jaime me comenta que la guerrilla había vencido unas batallas en Morazán, y que le habían enviado un parte de guerra. Y lo quería publicar en la próxima edición de La Crónica. Yo le dije, si lo publicas te van a matar y tú lo sabes, entonces cuál es el punto de convertirte en mártir. Abrimos una botella y comenzamos a hablar sobre los beneficios de publicar o no el parte de guerra enviado desde Morazán. Le dije, si lo publicás sabés que te van a matar, y él me decía, es que yo no puedo vivir conmigo mismo si no lo publico. ¿Quién soy yo entonces? ¿Para qué he dedicado yo mi vida? ¿Para qué vivir si no puedo contar lo que está pasando aquí?
Entonces, la mañana siguiente nos levantamos a las cinco, como siempre, y me dice: he decidido que lo voy a publicar. Vaya pues, te van a matar, le dije.
Yo me iba para Guatemala porque al mismo tiempo estaba sacando maestros que estaban amenazados de muerte, había centenares de maestros asesinados.
Entonces me habla por teléfono la Tili para decirme que Jaime había desaparecido, se los habían llevado del Café Bella Nápoles a Najarro y a él.
Ese mismo día salió la publicación sobre los combates en Morazán. Esa fue la penúltima publicación de Jaime como editor. Finalmente, al día siguiente es que lo encuentran en un barranco cerca de la UCA.
El cadáver de Jaime tenía las manos así, ambas manos con la seña de “má ve”, con el dedo pulgar entre el dedo índice y anular y los puños cerrados. Le habían quebrado todas las articulaciones y abierto el estómago. Le llevaron a una funeraria que queda por el Colegio Guadalupano, cerca de donde ahora esta el Museo de la Palabra y la Imagen.
Yo regreso de Guatemala directamente, la Tili estaba ya en la funeraria; la cantidad de “orejas” era impresionante, ya te podés imaginar. Llego yo, veo el cadáver de Jaime, le abro la camisa para ver…(suspiro profundo) lo habían abierto, lo habían destrozado… Pero se sentía aquella fuerza de Jaime porque tenía las manos así… Entonces yo sentí que Jaime hasta el último momento les había hecho comer mierda a esos desgraciados que lo estaban torturando, matando. Yo sentí un orgullo de haberlo conocido, un orgullo de haberlo conocido…un orgullo.
Nos vamos con la Tili al día siguiente al entierro en el cementerio central, baja el féretro de Jaime y no había un hombre que lo pudiera cargar, había un terror.. (la voz de Jeannette se quiebra).
Lo hemos cargado sólo mujeres, y cuando llegamos porque era una lomita, la Tili recogió unas flores, las cortó para ponérselas. Entonces llega el hermano de Jaime, un oficial del ejército, se puso detrás de un árbol viendo como enterraban las mujeres a su hermano, y él lloraba y lloraba, porque yo fui a verlo y me le acerqué.
Y la mamá, y todas estas mujeres que lo habían amado. Éramos mujeres y me acuerdo que la Tili me dijo: toma esta flor, y le colocamos las flores. Y me acordé del poema que le había escrito a su padre boxeador “El último round” (Jeannette se emociona, retornan las lágrimas…) y era su último round… era su último round… (suspiro profundo).
Recuerdo una vez que tuve en mi casa a David Escobar Galindo y a Jaime Suárez, cenando, fascinados por la literatura, hablando de poesía, de para qué sirve la palabra. Por supuesto Jaime dándole duro a David, y David respetando, apreciándolo, Jaime se daba a respetar.
Compartir con Jaime era compartir ese tipo de gozo de la vida ¿me entendés? y claro nosotros nos reíamos ante toda la locura de la vida que estábamos viviendo, era una cosa totalmente loca… su último round.
El tomó su decisión de ser mártir, y salú, se acabó el periódico. Semanas antes habían ametrallado el periódico, andaba las esquirlas de bala en los pantalones todo el tiempo, se pasaba tocando las esquirlas. Yo le decía, no estés llamando a la calaca.
No creo que ningún otro hombre ha tenido la honra que hayan sido mujeres quienes lo carguen en su “último round” (suspiro profundo).
***
Esta mañana, al aproximarnos al aniversario de la partida de Jaime Suárez Quemain, emprendimos la tarea de buscar el parte de guerra que Jaime le mencionó a Jeannette la noche anterior a su secuestro.
Empastado en negro, encontramos la colección de La Crónica del Pueblo que resguarda el Museo de la Palabra y la Imagen. En la edición del 10 de Julio de 1980 aparece la nota “La Guerra en Morazán”, donde se reseña intensos combates contra un operativo militar, según comunicado del Frente Oriental “Miguel Ángel Gámez” que asegura que en esos territorios “la guerra ha comenzado”.
El 11 de Julio, en las calles de San Salvador los canillitas ofrecían la edición 217 de La Crónica, en cuya portada, podía constatarse el humor irreverente de Jaime: bajo una foto de Guardias Nacionales ocupando la Universidad Nacional, escribió: “De aquí en adelante los Guardias pueden contar a sus nietos que pasaron por la U”.
Fue el último número de “La Crónica del Pueblo”, aparecido en el mismo momento en que es secuestrado y salvajemente asesinado su Jefe de Redacción.
Una lluvia con granizo azota el techo del museo y los vientos de julio golpean insistentes la memoria, con los versos de Jaime.
“Un día moriré, no cabe duda.
Marcharé con mis trapos a otra parte.
Un soneto tal vez, fechado en Marte,
dirá que estuve: fui poesía cruda”.