Por David Alfaro
03/06/2025
64,000 niños abandonados. 1,082 menores presos. 2 bebés muertos.
En El Salvador, la guerra contra las maras ha dejado de ser una estrategia de seguridad para convertirse en una maquinaria que arrasa con la vida, la dignidad y el futuro. Mientras el gobierno de Bukele presume de una cárcel gigante y cifras de detenciones, hay un dato que no se exhibe en conferencias ni en cadenas nacionales: casi 64.000 niños y niñas han quedado en estado de abandono por culpa del régimen de excepción.
No es una cifra. Son vidas. Infancias interrumpidas de un día para otro cuando papá o mamá desaparecieron entre gritos y uniformes, sin una orden judicial, sin una explicación. Ahora esos niños sobreviven como pueden: al cuidado de abuelas cansadas, vecinos solidarios o, en el peor de los casos, absolutamente solos. ¿Qué país deja a su infancia así, a la intemperie emocional y material? Pues el país de «Crecer con Cariño», la mentira de la mujer del dictador.
Y eso no es todo. Más de 1,000 menores de edad han sido arrestados, acusados sin pruebas, juzgados sin defensa, marcados para siempre por un sistema que los trató como amenazas antes de reconocerlos como personas. Dos bebés han muerto en prisión, acompañando a sus madres en una celda en lugar de en una cuna. ¿Cuál es el crimen de un recién nacido? ¿Nacer del vientre equivocado?
El dictador que prometió seguridad ha sembrado miedo. Y mientras algunos celebran un Centro Histórico libre de vendedores pobres, otros lloran una niñez destruida. Porque una dictadura que encarcela a niños, que los deja huérfanos de facto, que los ignora como sujetos de derechos, no está combatiendo el crimen: está fabricando nuevas violencias, más silenciosas, más profundas, más duraderas.
Esto no es justicia. Esto no es orden. Esto es brutalidad disfrazada de eficiencia. Es una política que sacrifica generaciones enteras en nombre de una paz aparente. Y los verdaderos criminales, los que toman estas decisiones desde el poder, no perderán jamás la custodia de sus hijos.
La historia no olvidará esta infamia. Pero el silencio sí puede convertirla en costumbre. Por eso hoy no basta con denunciar: hay que indignarse, hay que gritar, hay que resistir. Porque los niños no son daños colaterales. Son el país que podríamos tener… si dejáramos de condenarlos al abandono.