Hay que equivocarse

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y Editor

suplemento Tres mil

 

“Las experiencias son compradas”, dice don Flavio Arriola a su hijo. Y cuanto razón tiene. Cada error se termina convirtiendo en una aprendizaje, como pagar una clase. Como cualquier ser humano me equivoco. Es lo más normal, aunque ello sea visto con desagrado y desaprobación por nuestra cultura que presume de ‘perfecta’ cuando todo nos lleva a equivocarnos múltiples veces en la vida.

Sin embargo, existe la certeza de que no somos infalibles y en el instante menos pensado, llega ese momento que nos recuerda que somos seres perfectibles. Nos equivocamos.

La gramática es un instrumento esencial para un escritor, porque utiliza el lenguaje escrito para expresarse; pero cuando los vacíos en la educación y la cultura nos aparta de ella el camino se vuelve complicado, así como se vuelve más difícil darse a entender y compartir el mensaje adecuado. La búsqueda de la perfección en la página a veces olvida que al igual que la suma de traumas con los que convivimos están las deficiencias educativas (defectos) con las que crecimos, que según el Talmud son susceptibles a crecer con nosotros. En mi caso tengo dos errores que requieren mucha atención, el primero es el verbo caer (cayó) que lo he confundido con callar (calló) y la alteración de la piel (callo) que en ocasiones se me disparan. Claro que no solo son esos, también me pasa con taza y tasa. Pero así sucede, algo que me recuerda poner más atención.

En mi trabajo como periodista y editor he sufrido múltiples experiencias por una imprecisión, un desconocimiento o un descuido. A todos los seres humanos sin excepción que trabajamos con la palabra nos suceden aquellos errores que terminan siendo anécdotas graciosas y vergonzosas como la vez que publicamos en las páginas del Suplemento Tres mil en el año 2001 un poema de don Ricardo Lindo cuando una “n” se antepuso a la palabra “algas” y le cambió el sentido a uno de sus versos y al escrito en general. Don Ricardo fue comprensivo, sabía que los errores pasan. En tanto la historia está ahí para recordarnos que debemos ser más cuidadosos, algo que con los años logramos ser (aunque en algún momento el fallo puede llegar).

Incluso en las ocasiones menos pensadas, la premura logra que la palabra “público” por el corrector automático la transforme un ministerio público en “púbico” y por el cierre de edición así fue publicado en páginas de un periódico. Y una infinidad de gazapos que volvería larga esta columna, como sucede con las palabras: Cago por cargo, cagada por cargada, orégano por órgano, embarazo por abrazo, Calo por calor, Ejercito por ejército, Padilla por pandilla, Mejía por mejilla, caserío por cacería, bebe por bebé. Las cuales el diccionario puede aclarar la definición de cada una.

El detalle es que los errores son esenciales para ser mejores, para crecer, para evolucionar. Así como dice la aplicación para aprender idiomas Duolingo: “cuando te equivocas también aprendes”. El detalle es que para aprender de nuestros errores requerimos de humildad y para construir esa virtud en ocasiones nos tardamos la vida entera.

En un video de BBVA Aprendemos juntos escuché al neurocientifico Mariano Sigman decir que “aprendemos de diferentes maneras”, lo que nos lleva a comprender que los errores pueden resultar esenciales para aprender. Por ello, seguiremos equivocándonos, en el proceso del aprendizaje. Total, así es la vida: una página llena de enmiendas que en algún momento quedará llena para recordarnos el verso de César Vallejo: “No hay dios ni hijo de dios sin desarrollo”.

Ver también

«Poeta soy» por Claudia Lars

Poema de Claudia Lars Dolor del mundo entero que en mi dolor estalla, hambre y …