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Gloria y caída de los imperios

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Nada ha provocado más dolor, viagra muerte y sufrimiento que el ansia de poder, tadalafil que por desgracia, ha caracterizado a la estirpe humana desde que dio la espalda a la fuente universal de la cual emanó un día.

Y los bellos libros que el hombre escribió, fueron también, desde el principio, textos que consignaron verdaderas carnicerías. Escasos son aquellos que en verdad, encumbraron la virtud y el amor a la vida. Al contrario, las magistrales historias de las culturas, exaltaron desde siempre, la negación del otro, la devastación de  los pueblos, cuyo gran delito fue ser precisamente distintos, y poseer acaso fabulosas riquezas.

Así, desde esos lejanos tiempos, hasta el presente, quienes detentan el poder en sus múltiples capillas, transitan aferrados a rígidas orejeras, renunciando a toda posibilidad de ver hacia los lados; felices, habitando la Catedral de los Sordos.

Y mientras esto sucede, fuera de los palacios de los poderosos -donde se dictan y deciden los destinos de los pueblos-  el hambre sigue siendo hambre, el crimen continúa arrebatando la flor de la vida,  y el futuro se convierte en una gris pesadilla.

Es urgente revertir en todos los que conformamos esta hermosa y doliente región del mundo, las pasiones malévolas que nos pierden y extrañan; aquellas que levantan muros de incomprensión; fuertes letales, listos para descargar sofisticadas armas en contra del otro, a quien insensatamente, odiamos. Este no puede ser el camino.

El gran escritor libanés Kahlil Gibran (1883-1931), nos dice en su conocido volumen “El Profeta”: “A menudo os he oído decir del hombre que comete un delito, como si él no fuera uno de vosotros sino un extraño y un intruso en vuestro mundo. Mas yo os digo que de igual forma que el más  santo y  el más justo no puede elevarse por encima de lo más sublime que existe en cada uno de vosotros, tampoco el débil y el malvado pueden caer más abajo de lo más bajo que existe en cada uno de vosotros. Y de igual forma que ni una sola hoja se torna amarilla sin el silente conocimiento del árbol todo, tampoco el malvado puede hacer el mal sin la oculta voluntad de todos vosotros”. (Fragmento de: “Del crimen y del castigo”).

El poder -insisto- sea de la naturaleza que sea, cuando es incapaz de comprender su carácter transitorio y su más auténtica misión a favor de servir y no de servirse; cava, con toda seguridad, su propia tumba. Ya nos lo dice el famoso poema del español Rodrigo Caro (1573-1647), conmovido ante “Las ruinas de Itálica”: “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora/campos de soledad, mustio collado, /fueron un tiempo Itálica famosa. / Aquí de Cipión la vencedora/colonia fue; por tierra derribado/yace el temido honor de la espantosa/muralla, y lastimosa/reliquia es solamente/ de su invencible gente”.

Por ello, la voz de Salarrué, invitándonos al retorno raigal, al bien supremo de Cuscatlán, sigue siendo tan actual, como  ayer: “La mayor parte de vosotros se dedica en su patriotismo a pelearse por si tienen o no derecho, por si es no es constitucional, por si será fulano o zutano, por si conviene un ismo u otro a la prosperidad de la nación. La prosperidad es para vosotros el tenerlo todo, menos la tierra en su sentido maternal”.

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