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¡Es fascista!

y menosprecia a la gente. Él y su mentor menosprecian a la gente. Menosprecian incluso a cucurbitáceos muy cercanos a ellos. Es en esto que se asemejan a fascistas célebres, a Hitler por ejemplo.

Francisco Herrera

Hitler desde temprano aprendió a menospreciar a la gente, en Viena (Austria), donde pasó buenos años de su juventud, cuando era cosa ordinaria entre jóvenes en alguna taberna reclamarse medio en broma de las ideas socialistas y hablar de “las masas”. Más tarde, más en serio, y aunque parezca ironía de la historia alemana, es con el voto de esas “masas” que Hitler escaló la primera grada del poder. Luego, en un tiempo sorprendentemente corto, sin necesitar expresamente el voto de cada uno de sus conciudadanos (un hombre, un voto), pero sacándole ventaja, por un lado a las contradicciones del ejercicio efectivo del gobierno alemán del momento (inicios de los años treinta del pasado siglo); y por otro lado a las ambiciones de palacio, Hitler se hizo de la totalidad del poder. En pocas palabras: ¡la República!, la República alemana no supo resistirle a Hitler. O, como diría hoy alguien aquí echando mano de la palabrita en boga: la “institucionalidad” no vio cuál era, detrás del manoseo a la democracia, el propósito mayor de Hitler. Bukele no tiene todo el poder, pero ya envió un mensaje de indiscutible corte fascista indicando que lo quiere tener, especie de ensayo; y medir reacciones, cualquiera que fuere el resultado. Y las ha medido, por ejemplo que algunas cabezas de la pequeña burguesía mediática se han puesto a sostener estos días que el zarpazo a la República el pasado 9 de febrero fue un fracaso, que es un loco, o que cometió un desliz. Cambiar el Estado, decía Hitler. Y lo cambió, y sabemos cómo y para qué fines lo cambió. Para echar adelante proyectos “estratégicos”, dice el mentor de Bukele.

¿Mentor, cuál mentor? Hablemos un poco de este personaje. Pero antes lo siguiente: Bukele ni es loco ni se desliza, pero sí, sufre de egolatría ciclotímica. La ciclotimia es un estado mental caracterizado por sobresaltos alternos de exaltación y decaimiento. La egolatría es una actitud de la persona, en público – sobre todo en público – que se admira a sí misma, y que exige de su entorno admiración no tanto a lo que diga o haga sino a su propia persona. En Bukele se juntan las dos “enfermedades”, cada vez más frecuentemente desde que tiene una parte del poder en la República . Y, como la función que ocupa lo empuja a alguna compostura, a veces logra controlarse. Pero a veces no; así, está parado por ejemplo en un podio en alguna calle, o en algún foro internacional, con gente enfrente. Se le abre el micrófono, y claro, al final de lo que diga, o en medio de lo que vaya diciendo, habrá aplausos, de cortesía o tronados. Cualquiera habrá podido observar que hasta hoy en nueve meses, Bukele nunca ha tenido aplauso tronado, jodido eso, no podemos hacer nada señor presidente, nosotros que lo andamos cuidando veinticuatrosiete, a la gente no le gusta que usted se comporte tan desbocado, tan vulgar; jodido eso señor presidente ahora que por cualquier lado hay periodistas con sus micrófonos oyendo cualquier cosa pero para nosotros usted no es cualquier cosa… A menos que… ¿no será, acaso no será, que usted se sienta, por la noche a solas con su almohada, cosa cualquiera señor presidente?, en su fondo, cosa cualquiera? ¿O un pinche, ante un público de personalidades extranjeras venidas a nuestro país para exponernos algún conocimiento (financiero, por ejemplo) y que todas, mostrándole respeto a la función de la que está investido, se arroga ante ellas el derecho de desbocarse señalando a salvadoreños como usted, impunemente desde un micrófono, dignos de ser quemados según usted, como en los tiempos de la Inquisición cuando se quemaba allá en Europa en una hoguera a las así mostradas brujas sin prueba alguna? ¿No será que usted, señor presidente, en ese instante no es más que un no-presidente?, ¿apenas un personajillo pueril al que esas personalidades por obligada solemnidad tendrán que aplaudirle su vómito?

Es este rasgo que vio el mentor, por lo menos desde los tiempos de Nuevo Cuscatlán.  Y, buen chero, se propuso perfilarlo, trabajarlo más en punta ideológicamente, camino a la Presidencia. Tenés que ser el jefe le decía, siempre el jefe. El mentor es lector asiduo de Mein Kampf, el libro de Hitler. Hace un tiempo este mentor era asesor de un director de una empresa nacional importante. Este señor era sonriente, afable con sus empleados. “No – comenzó a decirle al señor – usted es el jefe, tiene que ser jefe, le voy a regalar este libro”… y le regaló el Mein Kampf, la biblia del nazismo y del neonazismo hoy en Alemania, Estados Unidos y en otros países. No había pasado mucho tiempo cuando el señor apareció altivo ante sus empleados. En su despacho tenía el libro de Hitler. Precisemos que el nazismo fue el nombre que en Alemania tomó el fascismo, y el fascismo es fundamentalmente una doctrina obsesivamente criminal contra todo lo que parezca de izquierda.

Hay que decir que el fascista, cuando llega al poder hace obra; pero no obra social. Hace obra para los suyos. Bukele en nueve meses ya desmontó los ECOs, 16 en total. Ha despedido a 8 000 trabajadores, afectando a sus familias (unas de 40 000 personas). Ha clausurado 15 programas sociales creados por los dos gobiernos que precedieron al suyo. Ha reinstalado en su puesto al director de Aduanas, el mismo del último gobierno de ARENA. Suprimió la Unidad de Combate a la Evasión del ministerio de Hacienda. Y como si esto fuera poco, ha nombrado Coordinador del Plan de Gobierno al mismo fulano que ejerció esa función en el gobierno de Paco Flores… sin duda con la intención de favorecer a los pobres. Y, gracias a los buenos oficios de su flamante ministro de Trabajo ha comenzado a descabezar sindicatos históricos en áreas estratégicas, por ejemplo en el ISSS. Este ministro es conocido por los trabajadores como especialista de suciedades como la que acabamos de señalar, a nadie ha sorprendido que Bukele le haya asignado ese ministerio.

No es fácil detectar a tiempo al fascista, ¿por qué? Porque el fascista – ya lo señalábamos  – sabe “adecuarse” a los tiempos de la democracia republicana. Paciencia, he orado y Dios me ha dicho paciencia, dijo ante las cámaras el triste domingo del zarpazo. Uno de sus cucurbitáceos, al que puso de director de una autónoma vociferó hace cuatro días que “en el 21 vamos a limpiar esa Asamblea”, y todos sabemos (¿todos?) que así gritaban Goebbels y su Führer Adolf Hitler en las plazas de Munich, por ejemplo; y el pueblo judío sabe (lo sabrá por siempre) lo que significó el verbo limpiar en boca de ellos.

Bukele es hábil para jugar a la confrontación “de poderes”, y dejar en el claroscuro los problemas reales de la gente (la canasta básica) y sí, poner en claro a analistas mediáticos sobre, por ejemplo, cómo interpretar los resultados de una encuesta…

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