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Ellacuría y la necesidad de filosofar

Alirio Montoya*

Pienso que desde mucho antes que Ignacio Ellacuría escribiera un editorial en la Revista ECA en el año 1976 titulado “A sus órdenes, mi capital”, ya había sido identificado como un personaje hostil para los intereses de la dictadura militar y el pujante gran capital que iba en pleno despliegue. Y no es para más. El 26 de junio de 1975, la Asamblea Legislativa había aprobado la Ley de Creación del Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria (ISTA); pero el 20 de octubre de 1976 la misma Asamblea Legislativa por orden de su patrones corregía la plana; esto es que, aunque el lector quede perplejo, la Asamblea por vez primera creaba una ley que en verdad -en palabras de Ellacuría- tenía verdadera vocación de ley. Algo no andaba bien.

La primera fase de ese proyecto de transformación agraria traía consigo relativas mejoras para los campesinos sin tierra, pero se dice también que lo hicieron intencionalmente -desde siempre nunca se ha subestimado la estupidez humana-, porque lo que pretendían la dictadura militar y el gran capital era sosegar el enorme descontento popular, es decir, que con la entrada en vigencia de la Ley del ISTA y la puesta en práctica de la primera fase del proyecto de transformación agraria, iba suponer contener la efervescencia del descontento popular, que para ese momento histórico de la lucha de clases, ya estaban bien organizados. Crear una ley de esa naturaleza y con esa finalidad es la versión más exacta desde una criticidad proveniente del marxismo jurídico, concepción del Derecho que ponía al descubierto los planes dominantes del gran capital.

Un filósofo, y más un filósofo del talante de Ellacuría históricamente siempre ha representado un peligro para los intereses de los poderosos. Un filósofo como Ellacuría destruía argumentos, desbarataba planes que iban en contra de las mayorías populares; eso lo hacía desde y para la filosofía. Y es que, el hombre -como se suele decir- debe servirse de la filosofía. En Ellacuría existía aquella imperiosa tarea de filosofar, y como lo señaló el padre Rodolfo Cardenal, “como no tenían argumentos para rebatir los suyos, le destrozaron el cerebro”. Así fue. La noche del 16 de noviembre de 1989, cuando reinaba la obscuridad, las hordas enfurecidas del gran capital lo asesinan junto a una doméstica y su hija, y junto a sus demás hermanos de la Compañía de Jesús.

Pero, ¿qué es eso a lo que de manera muy particular le llamamos filosofía? Cuando un estudiante le preguntó para qué estudiar filosofía, Ellacuría le respondió, por de pronto, para que no se vuelvan a hacer esa pregunta. Para tratar de responder el primer interrogante es preciso dejar entrever que como bien lo señalaba Ellacuría, sin filosofar no hay filosofía, tanto en cuanto que, solamente el que filosofa puede hacer filosofía. Todo aquello que emane del pensamiento, si no va despojado de sesgos ideológicos o camisas de fuerza matizadas con máculas de falsas objetividades y malabarismos conceptuales pretendiendo defender el status quo, todo ello no será más que digresión intelectual o, como decía Ellacu -así le llamaban sus amigos- todo será erudición escolar. Entonces, ¿cómo identificar un filosofar genuino que nos conduzca hacia, por ejemplo, la liberación del ser? Esa liberación del ser permite liberar al otro, una liberación en cadenas desde las mismas cadenas de opresión.

Lo anterior como resulta del constante preguntarse del por qué de las cosas, un eterno cuestionamiento respecto de si la realidad circundante es justa o si por el contrario es injusta muchas veces puede ser hacia donde apunte el filósofo y su filosofar. Un filosofar sobre si los hechos sociales, políticos y económicos desde lo meramente axiológico van encaminados hacia el bienestar de todos es un buen comienzo para el filosofar. Desde Sócrates nosotros podemos encontrar esa necesidad imperiosa por el filosofar y el constante cuestionar si la realidad responde al bienestar de la colectividad o, si ese bienestar es exclusivo para un reducido grupo de personas. Para Sócrates, una vida sin filosofar no merecía la pena vivirla, por ello no dudó en empinarse el plato con la cicuta a sabiendas que esa acción en fracción de segundos lo anularía como ser, como persona; pero era preferible a vivir silenciado por las estructuras de poder de la Grecia clásica. Criticar y desmitificar toda la deidad que era el peculiar opio del pueblo griego no era algo tal sencillo, fue condenado por presumiblemente corromper a la juventud griega. Destruir mediante argumentos la deidad griega era atentar contra la democracia. Atacar la deidad era emprender una lucha contra el poder. Y así continuó Sócrates con su mayéutica hasta desequilibrar las huestes enquistadas en el poder y anquilosadas de forma premeditada y consciente en una deidad que les permitía mantenerse en el poder.

Algo similar fue el papel que asumió Ignacio Ellacuría desde la filosofía. Comenzó confrontando con el poder establecido por considerar que eran injustas las condiciones de precariedad en que vivía la inmensa mayoría de los salvadoreños. De ahí surge su filosofía de la realidad histórica, su original producción filosófica como herramienta de análisis de la realidad concreta, ese filosofar que presuponía como objetivo central en entender lo último de las cosas para luego contraponer esa realidad con un cambio urgente de esa injusta realidad viviente.

Todo el filosofar de Ellacuría era un largo y sinuoso camino, una constante búsqueda y un deseo por transformar la hiriente realidad. Y es que, en efecto, debía hacerlo desde la filosofía, aclarando que la filosofía no es obra del filósofo, sino el filósofo obra de la filosofía. Ellacuría lo explicaba así: “en el sentido más general de que no somos nosotros los que poseemos la verdad, sino de que nosotros somos poseídos por la verdad, cuando ha anidado en nosotros. Es que el filosofar mismo se inicia por una urgencia interior, que impele y constituye al filósofo; y prosigue por el dinamismo de la realidad misma que se actualiza en su mente”.

Y es que, en verdad, cuando se emprende ese camino por cuestionarse el por qué de las cosas, para que una vez se encuentre ese porqué, tratar de transformar la realidad y no quedarse en especulaciones y ser un eterno observador de la realidad. No, el filósofo va al encuentro con la realidad para transformar o denunciar donde haya que hacerlo sin importarle las consecuencias de ese denunciar y transformar. El mismo Jesús, el Palestino de Belén, corrió con la misma suerte. Inició su laudable lucha contra el orden establecido hasta llegar atravesando a tientas todo su vía crucis de praxis transformadora, culminando su lucha trazada hasta llegar a su Gólgota.

Me resultaba curioso en un determinado momento el por qué en bachillerato a finales de la década de 1990 ya no se enseñaba filosofía, ¿qué tiene de particular la filosofía? La particularidad de la filosofía estriba, precisamente, en que reproduce el pensamiento crítico o, como decía Ellacuría: “Lo importante, en efecto, para el filosofar es enfrentarse con la realidad y no con las razones que la sustituyen”.

*Profesor de Filosofía del Derecho

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