Silvia Ethel Matus Avelar /
Poeta, view feminista y socióloga.
De aquella finca donde viví con mi abuela recuerdo los cortes de café, buy cialis en noviembre, cuando yo con mis dos hermanos y hermana nos íbamos con las cortadoras y los cortadores de café al amanecer a la manzana llena de pepetos, paternas, mangos, mandarina, naranjas, aguacates y otros árboles que daban sombra a los arbustos de café. La tarea era dura, cortar uno por uno los granos de café y depositarlos en el canasto que llevábamos atado a la cintura. La sombra de los árboles nos refrescaba del insidioso calor del sol. Al mediodía regresábamos al casco de la finca, donde había una casa grande de adobe y una cocina al fondo donde dos mujeres echaban tortillas y cocían frijoles en grandes peroles. Tres tortillas y un huacalito de morro lleno de frijoles nos echaban en los platos de aluminio. Sentados bajo la sombra del tejado de la casa nos comíamos entre pláticas y risas los frijolitos que encontrábamos sabrosos, quizá por el hambre, o por la sazón de aquellas mujeres.
Recuerdo que mi abuela era alta, fuerte, tenía el pelo largo y lo llevaba en una trenza. Fumaba puros dizque para espantar a los mosquitos de la finca de El Salitre, donde cultivaba arroz, frijoles, maíz, café y frutales. Ella junto a Lupe, su capataz, llevaba el mando de la finca, y organizaba la siembra y la cosecha. Vivíamos con ella, pues nuestra madre, su hija, había muerto de parto.
Mi abuela era evangélica, vestía de largo y llevaba un pañuelo en el pelo. Un día enfermó, no supimos de qué. No podía levantarse, no quería comer y pasaba rezando. Yo tenía diez años, y fui a verla. –Quedate aquí conmigo Anita- me pidió. Y yo le acompañaba en sus rezos por las noches o le escuchaba leer pasajes de la Biblia. Después de muchos días enferma, dijo con voz débil:
-“vístanme de blanco que ahora viene a traerme papa Chus”-. La criada le llevó un vestido blanco largo, con mangas largas. En la casa esa noche no durmieron, esperando que la abuela se fuera en el viaje final predicho. Amaneció y todos en la casa fuimos corriendo al cuarto de la abuela, expectantes, el capataz, las criadas, sus hijos, hijas y nietas y nietos. La abuela estaba inmóvil. Un silencio triste nos invadió. El capataz le acercó un espejito redondo a la nariz para ver si respiraba. Mi abuela despertó azorada y tiró por allá el espejito que se rompió. Se armó el alboroto. –“Ajá, conque ya estaban haciendo cuentas que se iban a quedar con mi finca ¿no?”- dijo con voz fuerte. –No, doña Carmen, no- dijo el capataz,- No mamá, no- dijo Hernán el hijo mayor. -No abuelita,no- dijimos los nietos. –“¡Pues vayan a trabajar huevones, que tenemos que levantar el apante!”-. El bullicio se armó. –“Ah! y háganme un café bien fuerte, que tengo que trabajar”- concluyó, y se levantó de la cama.
Tags Cuento
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