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El laberinto de la agonía (2)

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René Martínez Pineda
@renemartinezpi
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Director de la Escuela de Ciencias Sociales, view mind UES

La historia sin recuerdos del siglo XX en El Salvador lo pone de manifiesto por sí sola: la dictadura militar y sus genocidios destruyeron, diagnosis en la práctica política, purchase todo rastro de democracia, en nombre de la tal democracia; borraron todo rastro de justicia, en nombre de la tal justicia; y, como la Santa Inquisición, quemaron en la hoguera de la represión masiva y fascista toda huella de humanismo y pluralismo del país, aunque rezando un “yo pecador” inocuo y redactando leyes en favor de la impunidad de los ricos, para guardar las buenas y legales costumbres. Por ratos se nos olvida que la democracia capitalista (que es en verdad, lo digo de una vez, una irónica democracia o una democracia castrada porque la posesión de los centros de poder real, los medios de producción, jamás se ponen a disposición del votante y ni siquiera se somete al escrutinio de la opinión de todos la forma en cómo repartir la riqueza generada por la sociedad) ha llegado a dónde está –y es lo que es- por medio de intensas luchas sociales que, frecuentemente, han sido luchas cruentas.

El término “democracia” se incorporó al español (como léxico del sentido común de la nueva ciudadanía y la nueva identidad sociocultural) hasta en el siglo XIX a raíz de los procesos independentistas, procedente de la palabra francesa “democratie”, aunque sus orígenes son griegos, eso lo saben hasta los griegos. Así, democracia deriva de “demokratia”, cuya raíz etimológica es demos (pueblo) y kratos (poder) tal lo explicó Cantinflas en sus películas más críticas. Democracia significa, en el capitalismo, una forma de gobierno en la que, al contrario que en las monarquías y que en las dictaduras adscritas, el pueblo gobierna (gobierna, pero no manda ni decide sobre su futuro, aclaremos). En términos sociológicos, democracia implica un Estado en el que existe alguna y efímera forma de igualdad política entre las personas (cada voto vale lo mismo, pero la fuente que condiciona los votos es la que decide), y ahí radica la gran estafa, porque la igualdad política se deshace frente a la desigualdad económica. Por eso es que lo del “gobierno del pueblo” siempre ha sido un concepto ambiguo y manoseado, debido a que las apariencias engañan, sobre todo si se dan en un contexto en el que la amenaza es el instrumento predilecto del poder de los empresarios. Por esa razón es que la historia de la democracia (como idea y como proyecto de clase) es tan compleja como ambigua, lo que explica por qué tiene concepciones antagónicas y por qué las transiciones siempre han tenido un amplio margen de desacuerdo.

Ahora bien, la ambigüedad de la democracia empieza por la ambigüedad de la noción que se tiene de “pueblo”, y ese es el aspecto fundacional de toda la discusión sociológica y revolucionaria, debido a que la definición de aquel no está regida por el diccionario, sino que por las clases sociales. Entonces saltan las preguntas: ¿qué es el pueblo? ¿Quiénes forman parte del pueblo? ¿El pueblo es una sola masa homogénea en términos económicos o ideológicos? ¿Qué tipo de participación se supone o presupone para el pueblo?

Asimismo, la definición de “gobierno” es exuberante en matices y directrices: ¿qué tan amplia o reducida debe ser la participación “de los otros” en el gobierno? ¿A quién se debe un gobierno: a los partidos, a los votantes en tanto parte de una clase social o a quienes pagan los carros de alquiler y el mariachi? ¿Se puede ser democrático con todos al mismo tiempo sin distinción de clase social?

Por otro lado, podemos preguntarnos en términos político-prácticos: ¿qué formas de inclusión hay que crear para quienes son declarada y activamente no participantes o enemigos del gobierno? ¿En qué circunstancia, si es que hay una, tienen derecho las democracias a usar la coerción en contra de parte de su propio pueblo o en contra de quienes están fuera de la esfera del gobierno legítimo? Estas preguntas nos llevan a aquellas que son el factor fundacional de toda democracia: ¿cuáles son las premisas sociológicas y antropológicas que le darían legitimidad a la democracia? ¿Tiene el pueblo que saber leer y escribir antes de ejercer la democracia para que ésta no sea un laberinto de la agonía?

La historia del intento de cercar el significado de “pueblo” a ciertos grupos es la historia de la lucha de clases disfrazada de personajes alegóricos. Entre esos personajes podemos citar: los propietarios; los hombres blancos; los esclavistas; los gringos; los hombres educados; los varones; los genocidas; los profesionales (digamos los abogados); los adultos; los políticos; los empresarios. La historia de los debates acerca de qué se debe considerar como “gobierno” del pueblo y como pluralismo político es también fascinante y paradójica y, en mi opinión, se reduce a resolver, desde el concepto de democracia, si “todos” deberían gobernar, en el sentido de que “todos” deberían participar en la redacción de leyes, la toma de decisiones respecto a las políticas públicas y en la toma de decisiones sobre los ajustes económicos.

Pero, de lo anterior a creer que, pongamos por caso, los consejos municipales plurales son la mejor forma de inclusión hay un trecho largo y un debate arduo, porque los consejos plurales lo que hacen es darle más poder a los partidos y no a los ciudadanos y, sociológicamente, son una forma de impedir los cambios sustanciales, porque no son un contrapeso político sino que una tranca que, con la coartada de la gobernabilidad, impedirán que se promuevan cambios significativos en el orden establecido.

Las posturas que se adoptan al respecto son posturas de clase, aunque bajo la forma de justificantes de la democracia, y ya vimos que ésta tiene múltiples significados. En el caso del capitalismo, su democracia se ha defendido debido a que concreta-promueve, cínicamente, los siguientes valores sociales: la igualdad (en la sociedad económicamente más desigual de la historia); la libertad (en la sociedad que tiene como gendarme los genocidios); la revolución moral (en una sociedad que tiene a la corrupción como factor de la gobernabilidad); el interés común (en una sociedad basada en la acumulación privada de la riqueza); la utilidad social (en una sociedad que define el salario en función del desempleo); la satisfacción de las necesidades (en una sociedad en la que el 53% de la población planetaria vive con 2 dólares diarios o menos).

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