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El fabricante de piñatas

Álvaro Darío Lara

Escritor y docente

 

El gran poeta alemán Friedrich Shiller dijo: “No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos”.

Don Marlon Chicas, el tecleño memorioso, lo sabe, y por ello nos obsequia con esta historia, en el día del Padre, escuchémosle: “Con hábiles manos, mi padrastro, Pedro José Reina, elaboraba para mis hermanos y para mí, las mejores piñatas. Todo era creado a partir de una figura de papel donde se iba trazando el mágico personaje. En el rincón de casa yacía el material: alambre de amarre, cordel, alicate, engrudo, papel de china y periódico; tijeras, cartulina y, por supuesto, su fantástica imaginación. Recuerdo que sobre una mesa de trabajo cortaba el alambre de amarre con  un afilado alicate, armando una inmensa estructura que sería el cuerpo del fabuloso muñeco.

Una carcasa más pequeña conformaba la cabeza, sujeta fuertemente con cordel, cubierta con abundante papel periódico y engrudo, secada al sol por todo un día, en tanto Papá Pedro cortaba con tijera pliegos de cartulina de la cual saldrían piernas y brazos adheridos a la estructura principal.

Con suma paciencia colocaba papel de color a la figura, la que podría ser: Batman, un simpático oriental, una temible araña, una bruja malévola o el cometa Halley, teniendo el cuidado en los rasgos físicos del personaje. Luego de horas de trabajo el fantástico ser estaba listo para  la fiesta de cumpleaños, bautizo o primera comunión.

Papá Pedro era experto en fabricar piñatas a prueba de los más aguerridos niños, ya que la consistencia de su obra era sólida: la piñata tardaba casi media hora en romperse. Pedrito no tuvo formación en el mundo de la piñatería, la aprendió, como aprendió muchos oficios, solo con observar a otros, por ejemplo, a su gran amigo Cañenguez, experto en  artefactos pirotécnicos.

Para la primera comunión de mi hermana Ana Teresa, causó sensación  con una bruja parecida a la malvada Cruella de Vil, montada en su escoba y dotada de una horrible y puntiaguda nariz. Los niños, enloquecidos, gritábamos: ¡Arriba, abajo!

En mi octavo cumpleaños, Papá Pedrito dio vida a una pareja de chinitos con su tradicional sombrero, bigotes al estilo Confucio y largas colas de cabello. Eran tan simpáticos y reales, aquellos asiáticos, que cuando comenzó su martirio, mi corazón se desgarró. Lloré y lloré hasta casi provocar una inundación en mi querida Santa Tecla.

Las últimas piñatas que Papá Pedro fabricó, en 1983, fueron unos graciosos “Pitufos”, para la celebración del primer año de vida de mi sobrino César.  Después de sufrir un derrame cerebral perdió sus habilidades manuales y su capacidad de concentración. Con esta enfermedad habría de lidiar hasta su muerte ocurrida hace siete años.  Sirva de homenaje post mortem este pequeño relato del hombre que, con su creatividad, nos brindó horas de alegría y diversión a mis hermanos y a un servidor ¡Feliz día del Padre a todos… y  hasta siempre Pedrito!”.

 

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