Por Ricardo Sosa
Doctor y máster en Criminología
@jricardososa
Desde este espacio, donde la criminología y la victimología convergen para analizar las heridas de nuestra sociedad, nos enfrentamos a una verdad sombría y persistente en El Salvador: el machismo como ambiente propicio e ideal de una violencia que, en su progresión más letal, culmina en el feminicidio. No se trata de eventos aislados, sino de eslabones de una cadena macabra que debemos desmantelar con urgencia.
El machismo, esa ideología arraigada que exalta la superioridad masculina y subordina a la mujer, es la semilla de la violencia de género. Se manifiesta en actitudes cotidianas, en chistes sexistas, en la división desigual del trabajo doméstico, en el control de las decisiones femeninas entre otras. Estas expresiones, a menudo minimizadas o normalizadas, constituyen el inicio de un continuum de violencia que va escalando en intensidad y peligrosidad.
En este continuo, la violencia psicológica se erige como una de las primeras manifestaciones y de más casos reportados sin contar la alta cifra negra que debe de existir. El menosprecio, la humillación, el aislamiento social, la manipulación emocional minan la autoestima y la autonomía de la mujer, preparándola para formas de violencia más directas. Le sigue la violencia física, que puede comenzar con empujones o golpes “leves” y escalar hasta agresiones brutales que dejan marcas visibles y profundas. La violencia sexual, una violación de la intimidad y la libertad, se suma a este patrón de dominación y control.
La violencia económica, a menudo invisible, también juega un papel crucial. La privación de recursos, el control del dinero, la prohibición de trabajar son formas de subyugar a la mujer, haciéndola dependiente de su agresor y dificultando su capacidad para escapar del ciclo de violencia.
Es fundamental comprender que estas formas de violencia no son entidades aisladas; frecuentemente se interrelacionan y se agravan progresivamente. El agresor, en su afán de mantener el poder y el control, va probando los límites, normalizando la violencia y aislando a la víctima de su red de apoyo.
En este escalofriante ascenso, el feminicidio se presenta como la cúspide, el acto final de un odio misógino exacerbado. Es el asesinato de una mujer por el simple hecho de ser mujer, motivado por el desprecio, la posesión, el castigo o la creencia de que su vida tiene menos valor, puedo establecer por odio a la mujer o hacia lo femenino.
Los feminicidios en El Salvador, a pesar de que existe una considerable disminución, continúan, no se puede negar, y a menudo marcados por la brutalidad, son el testimonio trágico de una sociedad donde el machismo aún tiene profundas raíces de lo que existe suficiente evidencia histórica, antropológica, sociológica, criminológica, victimológica entre otras.
Desde la victimología, es fundamental visibilizar este continuum, comprender las dinámicas de poder y control que subyacen a la violencia de género, y empoderar a las víctimas para que reconozcan las señales de alerta y busquen ayuda antes de que la situación se torne fatal. También es crucial trabajar con los agresores, buscando comprender las causas de su violencia y promoviendo modelos de masculinidad alternativos, basados en el respeto y la igualdad.
El Salvador tiene la urgente tarea de desmantelar las estructuras machistas que alimentan esta violencia. Esto requiere una acción integral que involucre la educación desde la primera infancia, la sensibilización social, el fortalecimiento de las leyes, una reforma integral a la LEIV y los mecanismos de protección, así como a la ley de equidad e igualdad, y una justicia pronta y efectiva para las víctimas, aplicando el gran principio victimológico que debe de contarse con la participación activa y relevante de la víctima para una justicia integral y garantizar la no repetición. Solo reconociendo la conexión directa entre el machismo cotidiano y el feminicidio podremos construir una sociedad donde la vida de cada mujer sea verdaderamente segura y valorada.