El Bombazo

Marlon Chicas El Tecleño Memorioso

En el lenguaje de los expertos en el mundo de la fotografía, esta disciplina es definida como el procedimiento o técnica por la que se obtienen imágenes fijas de la realidad mediante la acción de la luz sobre una superficie sensible o un sensor capturando en ella acontecimientos históricos, familiares, paisajísticos entre otros tópicos. ¿Quién no guarda con recelo algunas de estas imágenes, como parte de su historia? En Santa Tecla como en muchos otros lugares no era raro encontrar paredes tapizadas de estos retratos, inmortalizando con ello hechos emblemáticos o imágenes de seres queridos que han dejado una huella imborrable en el corazón.

Nadie olvida esa época de juventud al arribar a los tan anhelados dieciocho años, pasando de adolescente ha adulto, tramitando la extinta cedula de identidad personal o carné electoral convirtiéndole oficialmente en ciudadano de la república con derecho al sufragio y otros derechos que el susodicho necesitará en esa época.

En tal sentido, traigo a mí reminiscencia las anécdotas, ocurridas en 1972, con el surgimiento modesto de fotógrafos ambulantes en Santa Tecla, entre estos el conocido “Bombazo”, quien ofrecía sus servicios a los necesitados de este. El simpático nombre se deriva ya que, en lugar del uso de flash convencional, se usó una porción de pólvora activada con un dispositivo eléctrico provocando, en ocasiones, que el despavorido retratado, apuñara los ojos, se moviera, o gesticulara temerosamente. Por lo que, ya se imaginaran, lo que la cámara reflejaba, en el papel fotográfico Muchos salían (o salíamos) con un ojo abierto y otro cerrado, despeinados, con la boca torcida o abierta como diciendo “Ah…”; o con la lengua de corbata.

Dicho estudio ambulante se instaló por años a un costado de la farmacia Central, sobre la Avenida Manuel Gallardo. Era una cámara de trípode con fuelle extensible, cortina negra con la que el fotógrafo lograba mayor oscuridad en la búsqueda del mejor enfoque y postura del cliente ante el ojo que lo haría inmortal; una tabla servía de flash, en la que se colocaba pólvora, activándola de forma manual mediante un dispositivo responsable del ruidoso “bombazo”; un colorido pajarillo de juguete, movido por la mano del fotógrafo obtenía la atención del usuario. Adicional a lo antes mencionado, existían cuatro cubetas conteniendo: revelador de la placa fotográfica, baño de paro, fijador y agua a fin de obtener un excelente resultado.

En cuanto al precio, era variable oscilando entre diez y veinte pretéritos colones. Como ya se hizo referencia, los parroquianos demandaban de este servicio, para la extensión de su cédula de identidad personal u otros documentos en las que eran necesarias las imágenes. Años más tarde aparecerán los estudios fotográficos de las familias Flores y Belloso, algunos de ellos aún se dedican a tal oficio, acoplándose a nuevas tecnologías. Sin olvidar que los benditos celulares, cada día más desplazan a estas antiguas artes.

Un pequeño tributo a estos inolvidables personajes de nuestro ayer en la Ciudad de Las Colinas. “Pero… ¡sonría, mire el pajarito!”.

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