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Dios se hizo uno de nosotros y también fue migrante…

German Rosa, s.j.

La Navidad es maravillosa por la alegría que nos trae, los momentos inolvidables que vivimos y que nos hacen salir de la rutina, las luces y las fiestas, las celebraciones, los almuerzos y las cenas que compartimos, los regalos que damos y recibimos, los días de descanso y de vacaciones que podemos compartir con la familia y los amigos. Navidad es tiempo de luz, de música y de fiesta. En la Navidad celebramos el cumpleaños de Jesús.

Y cuando celebramos cristianamente este acontecimiento, festejamos a Jesús que es la Palabra de Dios que se hizo carne y expresa el misterio de Dios en palabras humanas y en acciones humanas (Jn 1,1-18). Y los textos por excelencia del Jesús pre-pascual (antes de la resurrección) y el Jesús pos-pascual (después de la resurrección), son los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. Recordemos que Jesús, de hecho, no escribió nada, solamente lo hizo una vez sobre la arena (Jn 8,6-8). Otros escribieron y siguen escribiendo sobre él. En este tiempo extraordinario vamos a pensar sobre la natividad de Jesús y su experiencia que vivió como un migrante. Retomamos algunos aspectos fundamentales de los relatos teológicos de los Evangelios.

1) El Niño Jesús nació en un pesebre y fue un migrante

Jesús nació en un establo y lo acostaron en un pesebre, porque no había lugar para alojar a la familia (Lc 2,6). Vino a los suyos y no lo reconocieron (Jn 1,11). El evangelista Juan subraya la ceguera humana, que no es capaz de descubrir la divinidad que se esconde en la pequeñez y la humanidad de aquel niño que nació en un pesebre. Los primeros visitantes fueron unos pastores (Lc 2,2-20). También fue visitado por unos Magos o Reyes de Oriente (Mt 2,1.9-12). La autoridad de Jesús trascendió más allá de las fronteras de Judea (Lc 2,31-32). Pero, Jesús desde su infancia estuvo amenazado de muerte y tuvo que huir a Egipto (Mt 2,13-17). Dios se encarnó, habitó entre nosotros y se convirtió desde niño en un migrante que tuvo que salvar su vida de la amenaza de muerte por Herodes. Después de la muerte de Herodes, José llevó a su familia a la tierra de Israel en donde Jesús creció como un miembro de su pueblo y donde realizó su ministerio público (Mt 2,19ss). Jesús vino por todos y compartió la vida de los pobres y de los migrantes.

En los relatos evangélicos podemos notar que hay una protección divina excepcional en la vida de Jesús. Desde su nacimiento se muestra que hay una hostilidad de los proyectos de muerte de quienes quieren acabar con Jesús, y este peligro lo acompaña toda su vida, incluso dicha hostilidad causó la masacre de los niños inocentes. Después del exilio en Egipto Jesús regresó con sus padres a Nazaret y estaba bajo su tutela (Lc 2,51). Jesús crecía en inteligencia y gracia delante de Dios y de la humanidad (Lc 2,52).

Su nacimiento y su experiencia como migrante nos muestran que se enfrentó a la frialdad humana y la falta de solidaridad. No hubo espacio para él en las posadas y albergues de Belén antes de su nacimiento, ni tuvo las garantías de una vida segura en su infancia. 

La migración muchas veces es producto de los problemas económicos, políticos, sociales o de inseguridad real. El que tiene que migrar frecuentemente sufre la falta de sensibilidad humana y de solidaridad. Ante esta experiencia las personas muestran muchas veces las reacciones del mayor desprecio e indiferencia ante los dramas humanos. Y también hay personas que muestran muchas veces los gestos más bellos y más nobles de ternura. 

¿Qué hizo que Jesús no fuera recibido para nacer en un lugar normal como todo niño de su época? Muy probablemente la pobreza y la falta de espacio físico, y también es posible que las personas del lugar sintieran cierta desconfianza ante los desconocidos que los visitaban y que se presentaban con una mujer encinta justo en el momento del parto.

José migró con María y Jesús para salvar la vida del niño. ¿Qué hizo que Jesús se convirtiera en migrante? La asechanza de Herodes por el terror que aquel niño le causó al considerarlo una amenaza al poder que ostentaba en esa época (Mt 2,13-18).

Herodes consideró a Jesús como un rival que podía derrocarlo del trono… No fue capaz de ver la fragilidad, la humanidad y pobreza real de aquel niño que tuvo que nacer en un pesebre. Jesús tuvo que convertirse en un migrante porque uno de los hombres más poderosos de su tiempo lo persiguió y lo amenazó de muerte sin poder ver la inocencia de este niño. Una vez que pasó el peligro, Jesús regresó a su propia tierra…

Navidad es tiempo de renacer para ser verdaderamente humanos. Realmente, aquel que vive con profundidad la Navidad puede descubrir la inocencia de los indefensos y de las personas más vulnerables.

2) La fiesta de la Navidad: tiempo para renacer a la solidaridad humana y de los pueblos

Esta Navidad podríamos re-leer el Evangelio en clave del descubrimiento de la persona y el renacer de la solidaridad para encontrar salidas y soluciones auténticamente humanas y verdaderamente cristianas a los problemas reales que sufren los migrantes.

Jesús significa “Dios Salva”. Se encarnó y nació entre los pobres. También Jesús es el Emmanuel que significa “el Dios con nosotros”. El salvador, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros. Se asemejó en todo a nosotros menos en el pecado (Fil 2,5-8). Asumió nuestra condición humana, vivió radicalmente nuestra realidad humana. Jesús es la imagen del Dios invisible (Col 1,15). En Jesús de Nazaret el Dios eterno se nos reveló plenamente humano. Quien ve a Jesús ve a Dios mismo (Jn 14,9). Tal como lo expresó Karl Rahner: “Todo lo que ha hecho, anunciado y vivido Jesús, es la revelación absoluta y pura de Dios” (Cfr. Sesboüé, B. 2016. Jésus. Voici l’homme. Paris: Éditions Salvator, SA, p. 170). Jesús tuvo que migrar de niño, pero también en su vida pública enfrentó las amenazas y las asechanzas de muerte que padeció hasta que llegó su “hora”. No olvidemos que el pueblo de Jesús estuvo sometido al imperio romano y que también Jesús fue condenado a morir en la cruz por Poncio Pilato, representante del César, el emperador romano.

El Niño Jesús migra porque no tiene la vida asegurada… Migrar es arriesgar la vida.

Jesús al comenzar su ministerio público para el anuncio del Reino de Dios eligió ser un predicador itinerante. Esto significa que nunca tuvo una residencia fija ni siquiera un cuarto o habitación pequeña en un barrio marginal. No tuvo casa propia ni un domicilio fijo (Cfr. Sesboüé, 2016, p. 39). Jesús siempre vivió migrando durante su vida pública, predicando y anunciando la buena noticia del Reino de Dios de pueblo en pueblo. El Hijo del Hombre no tuvo donde descansar la cabeza (Mt 8,20). La vida itinerante que vivió Jesús también la vivieron sus discípulos. Se puede decir que Jesús fue una persona sin techo propio (Mt 8,19-20; Lc 9,57-58). El que quiera seguir a Jesús debe saber que no siempre tendrá un techo propio y que probablemente también puede sufrir una muerte cruel.

Y en algunos lugares Jesús fue rechazado y expulsado, y no fue bien recibido. Tuvo que salir de esos pueblos en donde no fue acogido (Lc 4,14-30; 8,37). Pero al mismo tiempo hubo quienes acogieron a Jesús: los apóstoles, las mujeres que lo seguían, el pueblo que escuchaba sus enseñanzas y parábolas, también Marta, María y Lázaro (Jn 11).

3) Hay notables semejanzas entre Jesús y los migrantes

Si queremos hacer una descripción del anuncio del Reino que hizo Jesús podemos remitirnos a las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12; Lc 6,17ss), un fiel retrato de lo que él predicó, anunció y vivió. Una de ellas es dirigida a los “pacientes” o los “mansos” porque recibirán la tierra en herencia (Mt 5,5). Pero también la tierra es el gran sueño de todo migrante. Ellos deben alimentar la esperanza y la paciencia ante tanta añoranza y sufrimiento que los estruja. Los que añoran la tierra son los que no la tienen y que abrazan toda situación de sufrimiento, de desgracias, de desdichas y necesidades o carencias humanas en el camino hacia lo que añoran. La promesa de la tierra que Dios le ha hecho al pueblo de Israel es un paradigma de los que abandonan su tierra porque es “infecunda” en todo sentido: social, económica, política y culturalmente. Por eso se ven obligados a abandonarla para encontrar otra tierra, aquella que mana leche y miel…

A Jesús también le tocó escapar en algunos momentos, porque experimentaba el asedio y la persecución para tomarlo preso, juzgarlo, condenarlo y crucificarlo (Jn 7,1.6-18). La itinerancia se convirtió para Jesús en un modo de sobrevivencia y también en la forma para evitar que lo condenaran a muerte antes de “su hora”.

El migrante tiene algo de Jesús: vive la migración como una forma de escapar al asedio de la violencia delincuencial, de la violencia política, de la violencia de la injusticia social y no tiene otra manera para poder sobrevivir que migrar de su propia tierra. Al mismo tiempo, el migrante vive a su modo el misterio de Dios en su vida esperando que llegue su hora para la llamada definitiva de Dios. Pues no sabe cuándo morirá o dónde morirá. Hay una experiencia semejante en la vida de cada migrante con lo que vivió Jesús. Es un misterio que Dios conoce y que no podemos descifrar a priori, sino al final del trayecto de la vida de cada migrante.

Dios se hizo uno de nosotros y asumió nuestra propia condición humana y está identificado con los dramas de los migrantes. Hay un mensaje inequívoco de identificación de Jesús de Nazaret con los migrantes al vivir una experiencia semejante, que nos remiten a la radical solidaridad de Dios con el drama de la humanidad. La identificación de Dios con el ser humano es real. Sin embargo, no se solidarizó en el pecado porque, Jesús nunca pecó a pesar de estar sometido a las tentaciones humanas (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). Jesús se hizo semejante en todo al ser humano menos en el pecado (Heb 4,15).

La Navidad es un tiempo propicio para despertar la sensibilidad humana y poder descubrir con nuevos ojos la realidad. En principio, el migrante no es un invasor, un delincuente, un terrorista, un usurpador de puestos de trabajo, no es una amenaza a la vida pública. 

Es una persona que sale de su tierra, vive un largo éxodo para encontrar su espacio vital porque no tiene casa, trabajo, está amenazado por la violencia y males sociales como el hambre, la pobreza, la exclusión social, etc. Reproducen análogamente la experiencia de Jesús. No se puede condenar a nadie sin presuponer su inocencia hasta que se demuestre lo contrario. No se puede criminalizar injustamente al migrante sin la presunción de inocencia.

La migración nos desenmascara que nos hace falta tocar a fondo el tema. Podemos concentrarnos en las causas sociales, económicas, políticas, etc. Incluso podemos enfocarnos en la radicalidad de la violencia para tratar el tema. Pero, el Evangelio nos hace descubrir que el migrante tiene un rostro y es una persona, con su propia historia, que tiene una familia, que forman parte de un pueblo y que buscan su propia realización humana.

Mirando la vida de las personas de nuestro siglo, no podemos evitar la semejanza de Jesús de Nazaret y el migrante anónimo del siglo XXI.

Vemos mucha precariedad, dolor y hasta la muerte atroz, como ocurrió con Jesús. Pero hay que decir que el final de la migración de Jesús no ocurrió con su muerte, sino con su ascensión a la gloria. Así podemos afirmar con gozo que su gloria será compartida con todos aquellos que lo sigan, viviendo al modo de Jesús solidariamente y siendo plenamente humanos (Jn 14-17).

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