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Cuando florece Cuscatlán

CUANDO FLORECE CUSCATLÁN

Por Álvaro Darío Lara

Diciembre y enero son meses mágicos en Cuscatlán. Tradicionalmente las temperaturas tienden a disminuir con respecto al resto del año, tornando las noches y las madrugadas más frescas de lo habitual.

Lo que hace particularmente hermosa esta época del año, son los vientos, los cielos azules, las noches estrelladas, y por supuesto, la floración.

Esas maravillas cromáticas nos apuntan al Cortés Blanco, al Maquilishuat, a las Pascuas, al San Andrés -entre otras especies- que nos imponen su embriaguez de formas y colores incomparables.

Así, el campo, lentamente, abandona sus últimos verdes invernales, para vestirse, ahora, de sequedad. Polvo y más polvo irá acumulándose sobre las hojas marchitas, sobre los bejucos, sobre los chiriviscos, que crujen al paso de los días. Pronto llegará el canto de las melancólicas chicharras. Pero, mientras esto aún no ocurre, los poetas de Cuscatlán, cantan vegetalmente.

Entonces, Espino, sobre el que fuimos tan duros en nuestra juventud, celebra intensamente, la belleza del fulgurante trópico: “Son tan vivos los rubores/de tus flores, raro amigo, /que yo a tus flores les digo: / ‘corazones hechos flores’ ” (Árbol de fuego). Es imposible ver un árbol de fuego, y no pensar en Alfredo Espino, ungido con una excepcional sencillez.

Por supuesto, lo rosáceo hecho flor, hecho árbol, lo proclama Jacinto Castellanos Rivas: “Feos de polvo, tristes de sed, ahogados de bochorno están los pobres árboles inmóviles. El áspero verano quiebra entre sus dedos las ramas secas. Abruman la calina. Pesca el cielo y castiga la luz con oros centellantes. Pero revienta del agobio, sale de él con la gloria de un alba retrasada, en rizados plumones, en espumas rosadas como una inmensa copa de alegría el maquilishua en flor ¡Oh, maravilla…! A su embrujo se adelantan las cigarras raspando en sus guitarras monocordes del dulce miserere de las hojas” (Maquilishua florido).

Y nuestro inolvidable Álvaro Menén Desleal, glorifica al “amarillo amarillo”, que tan dulce sonaba en aquella su melodiosa voz: “Se ha cubierto el San Andrés/de un amarillo amarillo, /a la luz del sol semejante/por lo encendido encendido. /A cada soplo del viento/de diciembre frío frío/se le caen las campanas/al San Andrés Florecido” (Romance de San Andrés).

Hay una extensa lista de piedras preciosas, provenientes del cielo y de la tierra, que están ahí, siempre ahí, aunque en ocasiones pasemos de largo, y seamos incapaces de reconocerlas. Eso es Cuscatlán. Una tierra luminosa, que lamentablemente, sufre en el presente, pero que habrá de levantarse un día, de tantas miserias humanas, que ahora la ensombrecen.

Ir al encuentro del aire, del verde, del azul de Cuscatlán, es volver a nosotros mismos. A este misterio que somos los salvadoreños.

Dejo entonces, al pie de camino, colgado de cualquier rama, este poema -nacido del propio pulso- para no olvidar la floración del próximo enero: “Los maquilishuats están floreciendo, amigo/Tras sus ramas deshojadas yace/íntegro/el cielo. / El cielo solo, el cielo. Claridad/ total de fuerza y melancolía/Sólo el cielo. / Rosadez purísima del maquilishuat. Diciembre se va. Llega Enero. /Dame tu flor intacta. Bajo la luna. /Hacia la estrella. / Sopla sobre tu mano/Imprímele piel, calor; /concibe el milagro, /crea la flor rosada. El maquilishuat. Enero” (Malisquishuat/.

 

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