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Andando por el camino

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y coordinador

Suplemento Tres mil

 

Siempre me ha gustado caminar. He andado por largas distancias a pie, y si no fuera por el agobiante calor de San salvador seguramente lo seguiría haciendo como antes.

Esos viajes largos en los que caminamos kilometros ya no se puede dar con toda la tranquilidad que lo hacíamos antes, aunque sí con cuidad. Recuerdo que en 1992 me dejaron la tarea de mostrar cheques, bonos, quedan, y otros. Así que me fui caminando desde la Santa Clara junto a Jaime Escobar, hasta llegar al ex Banco Hipotecario (donde hoy está la Biblioteca Nacional. Por esas cosas maravillosas de la vida y de ser aún niños la atención fue mágica. Y no sólo nos brindaron los instrumentos y sus respectivas explicaciones, nos fuimos sintiéndonos respetados.

Esos tiempos me encanta traerlos de nuevo, Tengo bien claras las imágenes de esos días en los que nos íbamos con Úrsula, Mirna y Jaime caminando con toda la tranquilidad del mundo desde el parque Saburo Hirao o el Zoológico hasta la Santa Clara, donde vivimos un tiempo; sonrío al recordar que deambulamos por donde fuera sin estar pensando que el territorio estaba dividido por números y letras o la inseguridad. Una vez recuerdo que me robaron mis zapatos en el Círculo Estudiantil y compartimos calzado con Jaime, aunque al final me terminé quedando con los zapatos hasta llegar a la casa. Sencillamente caminamos. Una vez caminamos desde La Puerta del Diablo hasta la Santa Clara después de un retiro, como íbamos en bajada ni sentimos.

Cuando viví en México recuerdo que subí hasta la Catedral de Ocatlán a pie. La gente no creía la hazaña por lo empinada y larga travesía, pero hasta la fecha sigo caminando.  Muchas veces me he atravesado la Constitución a pie, en otras ocasiones he caminado desde Santa Elena, Antiguo Cuscatlán, hasta Mejicanos. Creo que me atrae mucho la tranquilidad que me da, me siento libre y en paz al ir por el camino, tanto que mi mente vuela, poco a poco voy construyendo castillos en el cielo, incluso trayendo de nuevo imágenes que creía olvidadas. En tanto camino mi papá Mauro aparece y recuerdo esas breves conversaciones que tenía con él, o su reposada pose cuando leí el periódico y tenía unidas las cejas viendo con atención si lograba formar el crucigrama. Me acuerdo de mis días de infancia en la Zacamil cuando aún habían muchísimas calles de tierra en San Salvador y la veía convertirse en un río café cada invierno de los tres años que viví ahí. Y que igual las recorrí.

Recuerdo cuando el bus de la 26 me dejaba por la excasa presidencial y desde ahí bajaba toda la calle México para ver en la puerta a mi mamá Yuly y me salía una felicidad enorme al verla sonreír. Siempre me sentí bien caminando, cuando estudiaba en el Cristóbal Colón hacía lo mismo, y muchas veces me ha dado por no utilizar buses solo para darme el gusto de pasar mis horas con la monotonía de mis pasos para estar conmigo mismo, quizá el camino sea al fin de cuentas la excusa perfecta para encontrarme, y por eso sigo andando por el camino esperando aquella sonrisa al llegar a casa.

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