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Álvaro y el triunfo de la vida

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

En días de llovizna, capsule he recordado de forma querida, capsule a nuestro gran dramaturgo, cuentista y amigo, Álvaro Menen Desleal, nítidamente, como se me presenta en la memoria durante esas largas conversaciones que sostuvimos en su casa de Planes de Renderos, cuando lo visitaba con frecuencia, en compañía del poeta Luis Alvarenga o del artista fotográfico, Julio Ávalos. Fueron años gratísimos, desde mediados de la década del noventa hasta su fallecimiento en el año 2000.
Álvaro sonreía, mostrándonos las diferentes especies que engalanaban su bien cuidado jardín. Nos ofrecía información asombrosa, propia del más connotado botánico. De pronto, insistía que Luis o un servidor, tocáramos una delicada hoja, cuando lo hacíamos, inmediatamente elevaba la voz, para decirnos que la retiráramos, ya que era una planta carnívora. Ante nuestros rápidos movimientos, reía, para luego volver a la seriedad. Así era Álvaro. O cuando, solícita, Cecilia Salaverría, su esposa, le decía que Waldo Chávez Velasco, estaba al teléfono. Álvaro, otra vez serio, preguntaba: ¿Qué, y no se ha muerto Waldo todavía?
Una vez nos llevó a lo que él llamaba “la biblioteca de Roque”, un sitio apartado de su casa-estudio, donde se encontraban ordenados unas decenas de libros, que doña María García, madre del poeta, le había entregado. Nos pidió que seleccionáramos algunos. Lo curioso es que pocos estaban firmados por Dalton. La gran mayoría, presentaban otras firmas: Julio Fausto Fernández, José María Méndez, Pedro Geoffroy Rivas, y otros, incluido el mismo Álvaro. El asunto –lo imaginan- era sencillo: Roque tomaba estos libros -prestados o no- sin retornarlos a sus dueños. Ese día Menen Desleal, nos hizo una confesión: a pesar del tiempo, continuaba soñando con Roque. Con ese Roque Dalton, al que dio empleo en el famoso Teleperiódico. El Roque, al cual, Álvaro –aseguraba- haberle dado lecciones importantísimas de degustación en el alto gourmet internacional. Célebre es la anécdota de Roque y Álvaro en un salón de placeres, donde las bellas muchachas se peleaban por besar el valioso anillo obispal, que Álvaro exhibía con solemnidad,  guiadas por las instrucciones de Dalton, quien les indicaba cómo debían reverenciar a Monseñor.
Si algo caracterizó a este dueto, y en especial al Álvaro amigo que conocí y traté, fue su terrible desenfado y buen humor, que en el caso de Menéndez Desleal era muy fino e inteligente. Ese buen humor tras el cual se encontraba el profundo drama humano que se desprende de su obra, en especial, de su dramaturgia. Para el caso, la extraordinaria pieza: “Luz Negra”, de donde extraigo este bello poema en el parlamento de Moter: “Yo sólo digo que importa que los pájaros vuelen/ digo que importa que los niños mantengan su/ alegría abierta /digo que importa que las niñas jueguen rondas/ digo que importa que abunden las muñecas/ y que son más importantes los soldaditos de/plomo /que los soldados de verdad/ y más que las campanas en las iglesias y en/ las escuelas /Digo que la hoja de papel barato en que el/ novio/ escribe sus simples frases de amor/ a la muchacha provinciana, es más importante/ que los manifiestos y declaraciones/ políticas/ Que la foto amarillenta en que la madre/ guarda la  imagen del hijo que no volvió /de la guerra, es más importante que la foto/ del funcionario que la foto de la esposa del/ funcionario /que la foto del perro y la casa con criados del /funcionario…”
Un enorme legado vital el que nos dejó Álvaro. Él Álvaro que fustigaba a Salarrué y a Masferrer. El Álvaro incorregible, que siempre nos invitó a celebrar, a vivir la vida, pese a todo, de la manera más intensa.

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«Esperanza». Fotografía: Rob Escobar. Portada Suplemento TresMil