A la luna

Rafael Lara-Martínez 

New Mexico Tech, 

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Desde Comala siempre…

 

Del cuaderno de notas de F. T., fechado 14 de febrero de 1994.

I

Le agradezco el destello de colores que emerge en su pelo.  Su aureola de nube distante que urge la tormenta.  Mi sien decaída.  Su mirada impaciente de ojos oscuros, me atraviesan la bruma.  Su piel de canela clara que sonroja hebras de esperanza.  Mi costa de náufrago.  La sonrisa impaciente tras el espejismo y, a veces, esquiva en el abrevadero.  La luna llena de su rostro en firmamento de estrellas.  La constelación tersa que le baja a flote de medalla al cuello.  Y el desierto en dunas de sus labios tupidos.  Entre el bosque coloreado de unas cejas hechas del mismo musgo que la montaña.  Le agradezco…  que si no logro visitarla por la noche, abra una ranura de su sonrisa plateada de sueño para leerme a alta voz.  Recordarme al latido de la larga cabellera que le ciñe la espalda.  Como nadador nocturno llegaré a su costa de argollas rocosas.  Al murmullo de la lluvia tenue que la adormece le cantaré el himno solemne.  La balada que honre su piel como la espuma venera la arena tibia al dejar de ser ola.

II

La estatura es su frente en mi boca; su corona en mi aliento.   El tumulto de su respiración, en mi pecho.  La lava de su pelo que amarra en abrazo.  El pecho me tiñe, color del ocaso.  Mi beso, al centro del hervor de su alianza.  Mi corazón en su hombro.  Insinuado a penas como hilacha en su sombra.  Los ríos de letras componen la ausencia.  Alzo su altura al tamaño del mundo.  Rebasa el deseo.  Y sin tacto ni caricia, palpo la arcilla de sus ojos.  Ahogado en la marea tibia que su mirada apacigua.

III

Qué hacer de la vida, luego de la muerte.  Quehacer de la vida, tarea de la muerte.  No sé qué hacer con mi vida hoy que ya estoy muerto.  Me invento un oasis en su mirada y por las hebras disgregadas de su cabello largo, por su bosque terso me enredo en travesía pausada.  Vago por un desierto en caravansary hasta alcanzar la tregua sedienta de sus sueños.

IV

Quise ascender a la montaña de su sonrisa.  Acercarme a la vegetación tupida de su cabello.  Escalar las lianas de su selva aromática.  Un instante furtivo asomado al océano en pliegue.  Quise ensillar las bestias que auguraban el viaje.  Entre el relincho y la puntera, la renuencia al camino.  Al transcurrir árido por la arena sin huella; el campo sin brezo marchito.  Leer las estrellas en guía fija de la marcha.  Imposible renegar del exilio y emprender el éxodo del retorno.  Quise hallarme a su lado.  De la montaña al mar, del páramo a la fronda, sentirme azulado en reflejo líquido del faro.  Sólo la ausencia existe si huye de la presencia.  El día se hizo noche; la palabra, silencio.  Y la luz enmudeció en esta fecha de luna.  A la deriva, masqué las hojas del nopal.  Me nutrí de los pocos reptiles que merodeaban el llano.  Recordé que no había recuerdos.  Y la última gota de amor que quedaba se diluía en destierro.  Al desmenuzar los astros y los granos de escoria contaba la historia de un fracaso.

 

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