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Vivir apresurando los días

 VIVIR APRESURANDO LOS DÍAS 

Por Wilfredo Arriola

Renunciar al ahora por las asistencias del mañana. Trasladar nuestra atención por un evento, por un compromiso, por la simple razón de querer estar adonde aun no hemos llegado. Apresurar los días de alguna manera se convierte en desdeñar el presente, verlo desde otro punto de vista, menos humano y quitándole el respeto a la premisa que cada momento es inigualable que lo más importante este momento es vivir el hoy.

Tener la cabeza en otro espacio se vuelve común hoy en día. Con esa metáfora se podría explicar lo habitual que se está tornando vivir la urgencia del mañana, porque quizá no estamos en un lugar cómodo, no hay incentivos diarios para poder disfrutar cada sensación en el día a día. Se espera con ansias un partido del deporte más querido, una fiesta de ceremonia, culminar un proceso académico, el examen que medirá conocimientos y avalará la siguiente etapa, un viaje de ocio, de trabajo. La mente en otra dimensión. Con el paso de los años sucede ese sentimiento de melancolía de los momentos que se escurrieron y se recuerdan de manera borrosa porque no hubo memorias episódicas solo tiempo muerto para llegar al tan ansiado evento que nos invisibilizó el hoy.

Puestos a pensar, en cada año se recuerdan los momentos más emblemáticos, en suma, serán tres o cuatro y alguna anécdota que contar. Cada oportunidad que nos brinda el tiempo se desvanece en otras exigencias. Es curioso como viven los privados de libertad cuando por fin salen de purgar su pena. Miran el ambiente, viven cada momento, notan lo imperceptible, hay una disposición a la vida que vuelven a estrenar. Un par de alas para vivir que se les fueron arrebatadas por diferentes razones. A veces, nos ensuciamos de cotidianidad, de lo clásico y dejamos de disfrutar aquellas cosas que con poco tiempo las necesitaríamos. Una conversación con los amigos de siempre, salir del trabajo por la tarde y sentir esa brisa de libertad y saber que alguien nos espera.

Los domingos uno se da cuenta la calidad de vida que se lleva. Los lunes uno lo comprueba. Y si bien es cierto que uno es el responsable de la identidad de los días también es uno el responsable de saber qué hacemos con ellos. Quiero esta vez ver en cada uno algo diferente, sentir otra sensación, no de apurar si no de vivir, no de esperar otra actividad si no hacer que cada uno ostente el valor de las horas. Construir un verdadero puente entre lo que hay y lo que será. No porque la sociedad me lo dicte, no porque a alguien se le ocurrió desvariar en lo normal de la semana, sino más bien, porque a cierto tramo de la edad, cada momento puede ser destacado por la valía que le otorguemos. La noche nos confiesa, nos invita a dormir o en reparar en aquellas cosas que no las supimos vivir a la manera que le corresponde. Apresurar los días tiene que ver con esa etapa de la eterna juventud, que creemos será eterna, luego, hay otras formas de abordarlo más lentas, más a nuestra manera, con la serenidad de ver la vida desde otra perspectiva. El arte de apreciar el entorno lo entrena las equivocaciones del pasado.

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