Oscar Martínez
Fue en 1990 cuando Edmundo conoció a Verónica. Él trabajaba en la repatriación de familias que regresaban del refugio de San Antonio, Honduras, a repoblar Nuevo Gualcho, en Nueva Granada. Verónica en cambio, llegaba desde el Frente Nororiental, trasladada desde Montecillo, en Nuevo Edén de San Juan, donde el PRTC tenía una de sus bases políticas. Sus caminos se cruzaron entre el retorno de la gente y la resistencia organizada.
Desde entonces, ambos coordinaron acciones y logística para levantar la comunidad: organizaron un pequeño hospital para atender heridos de combate y a la población civil. Poco después, Verónica fue asignada a coordinar el trabajo en el área metropolitana. “A mí me correspondió su movilización. Así nos conocimos y así empezó nuestra relación política y humana”, recuerda Edmundo.
Por medidas de seguridad, nunca le preguntó su rango en el partido, aunque sabía que junto al comandante Raúl Rodas tenía la responsabilidad político-militar de la región norte, entre Nuevo Edén y Montecillo. Cuando el ejército invadió esa zona, Verónica cubrió la retirada del pelotón mientras evacuaban a los heridos. Su temple la volvió referente para el comandante Raúl Rodas y combatientes.
Verónica, Andino y Francisco Martínez fueron los responsables de la logística de la ofensiva de 1989. Antes de eso, en los años setenta, había participado en las luchas campesinas en Suchitoto, Guazapa y Mirandilla. La represión la obligó a pasar a la lucha clandestina.
Cuando se le preguntaba a Verónica sobre la lucha armada, respondía que estaba convencida de que las armas fueron la respuesta inevitable ante la represión, aunque siempre defendió la solución política como la vía más conveniente. Para ella, los Acuerdos de Paz no dependían solo de la voluntad de las partes, sino de la correlación de fuerzas y la unidad popular. “La dispersión lleva a la derrota”, repetía.
El costo más doloroso de la guerra para Verónica no fueron los combates ni la vida en el monte, sino el distanciamiento de su primer hijo. Apenas podía verlo en esporádicos encuentros. “Creo que fue lo más duro para ella. Ese quiebre marcó su vida”; Sin embargo, ni en las circunstancias más críticas perdió la serenidad. Se salvó varias veces de ser capturada en la capital gracias a su sangre fría y su cálculo. Ese temple fue forjado en las diferentes trincheras de lucha, recuerda Edmundo.
Tras la firma de la paz, se dedicó a lo que amaba: el arte, la pintura, las artesanías, sin descuidar su compromiso político y el trabajo de base. Le gustaba realizar un trabajo de “hormiga” porque es más efectivo, decía Verónica, porque allí te ves cara a cara con la militancia, con la gente y sabes cómo viven en las comunidades y ese proceso de organización permite adquirir compromisos para luchar y a forjar una lealtad, necesaria en toda lucha.
Detrás de su dureza había un profundo humanismo. Fue solidaria con el dolor de los demás, disciplinada, ordenada y consecuente. Su ética y moral eran innegociables. “Era una mujer de una sola palabra”, dicen quienes la conocieron.
Nidia Díaz, excomandante y firmante de los Acuerdos, recordó que “Margarita -como también la conocían- fue fundadora del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC) y del partido FMLN. La conocí en 1974 en Suchitoto, trabajando en la pastoral con los sacerdotes Alas. Fue delegada de la palabra, militante de FECCAS, de la Liga para la Liberación y de las Brigadas de Trabajadores del Campo. Cuando estalló la guerra en 1981 era parte de la jefatura en Cuscatlán”.
Yesenia, militante del PRTC, una veterana de guerra que adquirió su discapacidad en el conflicto armado, la conoció después de la paz, en la directiva del Movimiento Salvadoreño de Mujeres (MSM), y en la organización de la Asociación de Mujeres Salvadoreñas (ASMUSA), en los frentes de guerra. En 1993, ambas fueron electas al Comité Central del PRTC y firmantes constitutivas del FMLN como partido político. “Con su muerte perdemos a una mujer con formación político-militar, forjada a la luz del genocidio de este pueblo. Siempre la encontramos trabajando en cantones y comunidades, en la clandestinidad, jugándose la vida”, recuerda.
Verónica, desde joven si incorporó a la lucha social, inspirada por la revolución cubana y la injusticia que veía en su país: desigualdad, abusos de poder, pobreza. Y por ello, nunca claudicó.
El último mensaje que compartió con el “Chele Emilio” queda como testimonio de su entereza: -“Si te vas y no me doy por enterado, suerte. Espero que encontremos forma de recuperarte. Por esta vía uno se puede comunicar. Si llevas tu número, espero podamos comunicarnos.” -“Claro que sí” -respondió Verónica.
“Fue una mujer de temple sereno, sabiduría práctica y compromiso inquebrantable. En los momentos cruciales irradiaba tranquilidad y seguridad. ¿Cómo no sonreír ante tu valentía y permanencia? Gracias, compañera”, dice Dora Olivia Magaña.
Hasta la victoria siempre, compañera. Tu legado no se apaga: sigue vivo en la memoria colectiva y en la historia de lucha de este país. Verónica murió en una mañana del domingo 3 de agosto de 2025 en su hogar, en el distrito Concepción, departamento de Chalatenango.
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