Por David Alfaro
06/06/2025
La noticia de que Kilmar Ábrego García ha sido devuelto a Estados Unidos tras haber sido deportado ilegalmente a la mega cárcel CECOT, en El Salvador, representa una derrota contundente para las agendas de Nayib Bukele y Donald Trump.
El caso, ampliamente reportado hoy por ABC News, expone cómo los gobiernos de Bukele y Trump comparten una estrategia política basada en la creación de enemigos públicos y la criminalización sin pruebas. Ambos han utilizado casos como el de Ábrego para alimentar una narrativa de “mano dura”, donde cualquier persona sospechosa es presentada como criminal, sin importar el debido proceso. Esta estrategia no busca justicia, sino reforzar su imagen de control absoluto y fortalecer su popularidad a través del miedo.
Desde el plano político y simbólico, es un golpe directo a la retórica de ambos presidentes. Bukele ha intentado posicionarse como el modelo exportable de mano dura, mientras Trump, en plena campaña, lo citaba como ejemplo de eficacia. Pero la deportación de un ciudadano sin condena alguna, basado en supuestos vínculos con pandillas y una detención menor en 2022, se desploma ante la realidad: no existía fundamento legal para enviarlo a una cárcel de máxima seguridad como si se tratara de un criminal probado…ni a él ni a 220 latinoamericanos.
Desde el ángulo jurídico y del derecho internacional, es aún más grave. El caso evidencia una violación del debido proceso, tanto en EE. UU. como en El Salvador. Su retorno no solo corrige una injusticia, sino que envía un mensaje: el autoritarismo puede ser frenado cuando las instituciones judiciales funcionan y se respetan los derechos humanos.
Mediáticamente, la historia desnuda las estrategias de criminalización sin pruebas, y deja en mal lugar a quienes pretenden hacer del miedo un recurso electoral. En lugar de mostrar fuerza, Bukele y Trump exhiben debilidad: su modelo cae cuando se confronta con la legalidad, la denuncia y la verdad.
El caso Ábrego aún no está cerrado, pero su retorno marca un precedente: la justicia no siempre llega tarde, y cuando lo hace, pone en evidencia a los poderosos que abusaron de ella.