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UNA DÉCADA DE ARTE Y CULTURA INDEPENDIENTE EN LA FRONTERA SUR DE MÉXICO

AMEHT RIVERA,

Poeta y escritor

Un día, tras volver de un viaje con mis padres por el caribe mexicano, donde me dio tiempo para poner en orden mis ideas, le llamé a Juan Pereyra, quien ya estaba al frente del grupo cultural “Bastón de San Pedro” en Huehuetán, le llamé para comunicarle mi inquietud de hacer un festival independiente en el Soconusco (Frontera Sur de México), donde no existían este tipo de encuentros, debido sobre todo a la falta de dinero; lejos de Dios y de las Instituciones, porque estamos a 6 horas en camión de la capital chiapaneca, pero a nosotros nos sobraba juventud y voluntad, allá Dios y sus instituciones culturales.

Juan Pereyra, brioso, me invitó a beber una caguama en el restaurante de Doña Naty (mamá de Lázaro, el Poeta Animal). Salvador Ventura (el Chava para nosotros), compañero de cuitas y quimeras, con quien hacía unos meses habíamos decidido formar “el grupo artístico más excluyente del Soconusco”: el Grupo de Los Dos, cuyo lema rezaba: ‘por la desmitificación de la estulticia’ me acompañó a la cita con los del Bastón, allá en el pueblo de viejos.(Huehuetl-Tlán).

Llegamos a Huehuetán, Lazaro Gamboa sacó una mesa a la orilla de la Carretera Costera, donde zumbaban como alegres moscas los trailers que transportan indistintamente inmigrantes o mariguana, la tendió con un mantel florido y puso encima cervezas y tajos de limón.

El Chava dijo que no bebía, pero que brindaría con nosotros debido a la ocasión. Lázaro sacó unos vasos de veladora, los llenó de birra (como gustaba de llamarle Salvador a lo que nosotros fútilmente llamábamos cerveza), y entre trago y trago del dorado elixir la plática fluía. Doña Naty se acercó por detrás con un cigarrillo en la siniestra y una tambaleante cucharada de dextrometorfano colorido y dulce en la diestra, le abrió con parsimonia la boca a Lázaro, mientras sostenía el cigarrillo entre sus dientes amarillos, y le atipujó la medicina para el resfriado hasta el gañote.

 

Nosotros — el Pereyra, el Chava y yo — comentábamos la escena entre risas y cuchicheos. Yo solté: por qué no hacemos un festival independiente en el Soconusco, y Félix reviró, por qué no hacemos dos. Uno en Cacahoatán y otro en Huehuetán. Que sea un ciclo añadió otro. Que se llame Tlán-Tlán sugerí yo, porque es el sufijo que hermana a todos los pueblos del Soconusco y porque sería una metáfora de los llamados a misa, expliqué. Una misa laica, repuso Salvador, y bautizó entre dientes: “Ciclo de arte independeiente Tlán-Tlán, todos los caminos conducen acá”. Y brindamos. Lázaro con ojos bovinos se limitó a asentir. Juan Pereyra con su gesto pícaro de chino del Soconusco, reía, como si todavía le quedara un vasto territorio por conquistar, territorio colorido y metafísico esta vez, y no verde y real como el que poblaron sus antepasados, ya harto menos célebres que Gengis Kan. Yo era un muchacho irreverente e inquieto con cierto aire melancólico en la melena. Así comenzó hace una década este parteaguas en la cultura y el arte de la Frontera Sur de México. Hoy ya no somos los únicos, pero siempre seremos los primeros. Y ya llovieron diez años desde aquella brumosa vez en que decidimos empezar a escribir nuestra aventura en la historia endémica del Soconusco.

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