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“Un Sábado después de la guerra” Capítulo IV

Alfonso Velis Tobar

Poeta, hospital investigador y ensayista

M.A Carleton University

Desde la edad de tres años  Garibaldi tiene latente su primer recuerdo  tratando de remontarse a lo más profundo de su memoria, shop empieza a recordar  paso a paso,  su imaginación siempre trabajando hora a hora, cuando se le mete algo a la cabeza, remontarse a su pensamiento en el tiempo. Poniendo al día sus recuerdos de infancia.  Y el primero que viene a su memoria es algo que empieza, casi  tragedia que no quisiera ni siquiera recordar  ni contar a nadie tal susto que paso.

Un día de tantos,  su mamá lo llamó  desde el largo corredor de la casa.  El niño  salí corriendo como todo niño que busca enredarse en las faldas de su mamá, para sentirse como protegido por ella. Su Mamá lo llamaba, para darle “una sorpresa”- le dijo-, y era un gran dulce de menta marca “Pénjamo”, como todo niño  goloso  por los chocolates y los dulces le  fascinaban,  siempre eran sus preferidos, recuerda muy bien el nombre “Penjamo”  porque así los llamaban mis otros hermanos mayores  Fide y Toñito a esos dulces que eran muy ricos y de chuparse los dedos.

_ Ten cuidado no te lo vayas a tragar es dulce muy grande  -para qué putas me dijo- fueron las últimas palabras que yo siendo un niño alcance a escuchar de mamá “ten cuidado ya te lo estoy diciendo, no me vayas a meter en un susto por descuido siempre” recalcándome con energía bien lo recuerdo.

Mientras tanto, Garibaldi  salía corriendo  hacia el patio, no recuerda qué estaba haciendo, a lo mejor inventando alguna travesura como siempre, puyando las cuevas de las arañas peludas o tirando con su ondilla de hule piedras a las lagartijas que se arrastraban sobre las paredes allá detrás de la casa o de los tapiales de adobe que rodeaban la casa. Solo recuerda, que se fue saboreando aquel  dulce bien a gusto y saltando por todo el comedor de nuevo,  buscando como siempre el patio.  ¿No sé?  ¿Cómo pasó?,  pero como que sí, a propósito le dijeron a Garibaldi  “trágatelo”, solo recuerda que fue lo primero que inconscientemente hizo, casi  por inercia. Cuando sentía aquel  dulce, no sé por qué, por tonto quizás.   En ese momento  Garibaldi estaba cerca de la gran pilona llena de agua a un lado del jardín, solo recuerda cuando de repente se vio ahogándose  con  aquel  enorme  dulce  de menta  marca  “Penjamo”, el cual en un salto que hizo, éste saltó deslizándose sobre su lengua hacia adentro de su garganta, no lo pudo controlar, fue a dar  directamente  a ella.  En su desesperación trató solo de solventar aquella situación,  pero pasaban los segundos, sintiendo que su respiración se perdía tan pronto. En su angustia, se acordó de su mamá, no podía ni siquiera gritar, el dulce estaba tan aprisionado que ni para adentro ni hacia afuera se movía. Segundos de angustias. Recuerda muy bien entre segundos esa lucha por las ansias de vivir, la respiración se le iba perdiendo, se ahogaba y empezaba a ver todo a oscuras.  Estaba sintiéndose débil, sin fuerzas, como que ya iba a caer. Cuando se vio indefenso, recordó a su mamá, quien se encontraba dentro de la casa, a unos treinta metros de distancia, pues  minutos antes  Garibaldi la había dejado en la sala cosiendo ropa y unos calcetines de su papá Toño  que todavía no había llegado del trabajo, pues eran más o menos las tres de la tarde y el sol estaba muy brillante… También por esa mala suerte, ninguna otra persona,  ni sus  hermanos, ni Beto Zetino que acostumbraba algún quehacer en el patio, ni  la tía Mary  se encontraban para que desde la cocina a través de la ancha ventana pudiera  darse cuenta y  percatarse de aquella agonía que estaba Garibaldi viviendo en segundos que pasaban  pues se estaba ahogando, ya pelando “cushta” como decimos. Deseando que alguien llegara a auxiliarlo, pues  de verdad se moría, se asfixiaba, nadie un  grito de alerta e ir en su auxilio.

Recuerda que todavía tenía un poco de conciencia de lo que estaba pasando,  eran vitales aquellos segundos  que pasaban  a vellosidad indescifrable, todo le daba vueltas. Todavía le quedaban fuerzas para correr entre alucinaciones, obscuridades  en  su  mente, sentía que todo se le iba opacando con mucha velocidad. Y todo le daba vueltas y vueltas a su alrededor entre la oscuridad ya luz que se va desvaneciendo. En su desesperación sólo se  acordó de su  mamá, esa imagen sagrada para un niño de apenas sólo tres años que no tenía conciencia de prevenir los peligros de la muerte. Garibaldi  corriendo, trastrabillando cruzó el largo corredor.  Garibaldi,  no se acuerda ni como cruzo el comedor, ni  pudo ver de pasada  la imagen de  de la Última Cena  del gran Leonardo da vinci, quizás pudo ver. Luego pasando un pequeño arco buscando por su mamá, quien alcanzó a verle.  La niña Margarita, inmediatamente imaginó el  problema, mientras tanto Garibaldi en su agonía fue a caer exactamente a sus pies, oyendo a lo lejos el eco de un grito muy hondo, desesperante y aterrador

-¡Ay mi hijo se me muere!

-¡Ay Ayúdame Dios mío!  y en verdad que quizás, aquel niño ya estaba en sus últimos alientos, porque sí se tarda un poquito no estuviera ni contando ni pensando el cuento, más todo hubiera sido una tragedia fatal que  hubieran tenido que lamentar toda la vida, como un día también  Garibaldi vio morir a su primito de seis años  Lipito, que se ahogo con una semilla de zapote rojo, y cuando buscaba  ayuda ya iba a caer muerto,  lo mismo le estaba pasando en este momento a Garibaldi quien perdió por completo el conocimiento, había perdido el sentido sintiéndose tan débil, ya que las fuerzas sintió que se le terminaban para siempre.  Eso lo contaba días después su mamá-. En la cama recobrándose del susto después de haber sido rociado de su espalda con los Siete Espíritus y llevarlo a rezar  el padre Linares en la capilla del pueblo, los Santos Evangelios con el agua bendita como se cree que es bueno para librarse de cualquier susto y así evitar de que alguien pueda hincharse por el mismo susto, y del que meses después logra recuperarse,  momento del  cual  no quisiera ni acordarse en ese lugar de occidente.

La niña Margarita solía contar la historia, de cómo había logrado volverlo en sí. Dice que cuando lo  vio pálido, blanco, ya estaba todo aguado de su  cuerpo cuando lo tomó  en sus brazos, sólo se acordó de aclamar a Dios para colgarlo muy rápido de los pies con la cabeza abajo dándole súbitas palmadas en su  espalda, apretó su estómago fuertemente metiéndole el dedo por la boca y vio que el dulce ya había saltado fuera de su garganta haciendo que aquel niño súbitamente reaccionara  a grandes ahogos, derramando bocanadas de saliva, dando profundos suspiros,  lanzando un enorme llanto de aliento  como si hubiera salido de un enorme túnel negro. Y costó pero con Dios y ayuda de todos los santos del cielo, logró que volviera a recobrarse  como oía que su mama les decía a los vecinos con sus ojos llorosos todavía por el susto.

Aunque momentos después del susto, su mama lo castigo con la correa de cuero, porque creía que había desobedecido, cuando ella advirtió lo del dulce, cuidado.  Oyéndola decir  “yo tengo la culpa por andarle dando esos malditos dulces”, creo que ella estaba llorando sobre la silla y lloraba pero al mismo tiempo lloraba de  alegría sintiéndose culpable por el susto que había pasado; ella misma se acusaba por aquella imprudencia cometida sin percatarse antes de las consecuencias que pudieron ser fatales a nuestra familia… Por suerte todo pasó a feliz momento. Pues  quizás a esta hora ya estuviera gozando de los angelitos allá en el limbo del cielo donde decía su abuelito “Papanel” que se van todos los niños que mueren a muy temprana edad.

En verdad aquel día  Garibaldi se vio tentado por la muerte.  Y aquellos dulces de menta marca “Penjamo” ya no se volvieron a ver más en la casa y se prohibió a  las muchachas no darles dulces a los niños  sin consentimiento  de  su mamá  quien llegó hasta odiar aquellos dulces. Desde entonces como toda mamá que recibe también su lección siempre estaba recomendando a las muchachas que cuidaban de los cipotes tener más cuidado con  Garibaldi ,  sus demás hermanos,  José Antonio, Fidela Isabel, Ethel Araceli, Rigoberto Isidro y Miguel Ángel que estaba casi de brazos, desde entonces su mamá tenía sumos cuidados en la casa.

Mientras tanto la vida seguía su curso corriendo en el tiempo. En fin desde aquel ancho patio  Garibaldi contemplaba junto con sus hermanos, primos  de la familia o amigos la puesta del sol allá en el horizonte sobre los altos montes, luego miraba las nubes entre el cielo tan azul o celeste cuando a lo lejos, se reflejaba el resplandor del crepúsculo.  Se retiraba hasta que llegaba la noche,  después se iba a mirar como encendían las estrellas su resplandor. Gustaba contarlas por miles   con el dedo pulgar, casi las tocaba  a veces esa lluvia de estrellas,  miraba como su sombra se reflejaba por el suelo; siguiéndola  sin poderse atrapar uno al otro,  hasta hoy su sombra, nunca  se pudieron  atrapar. En realidad era una fantasía que bullía en la imaginación  de aquel niño cargada de inocencias y grotescas perversidades,  pensando solo en hacer travesuras, aunque era de mente meditabunda, pues a veces se le miraba cayado, pensando o con un libro sentado en el enorme troncón de ciprés en el patio, donde don  Toño su papa  también suele leer los libros, novelas y cuentos que le encantan,  todo eso lo oye lo viven  Garibaldi y sus hermanos. Aquella hermosa casona era un mundo como parte del corazón de la infancia.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.