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Soy poeta por obstinado

SOY POETA POR OBSTINADO

Por Mauricio Vallejo Márquez,

Nadie me obligó a escribir poesía. A lo que si procuraron es alejarme de ella, aunque sin éxito. Creo que la preocupación de mi familia era válida en un país como el nuestro donde un libro es más utilizado para equilibrar una mesa y en el mejor de los casos para adornar algún estante; y sus páginas para darle utilidad es urgente que sean usadas para alimentar las brasas de un comal para hacer pupusas (algo que vi con dolor en un rincón de mi amada Tonacatepeque). Además de los múltiples conflictos que puede haber con esos seres niños que resultan los poetas mientras uno se hace lugar en sus parnasos.

Y es que escribir es un oficio para personas tercas, cuerudas y obstinadas. No es que sea exagerado, pero no conozco personas tan persistentes con algo que parece no rendir réditos como con la poesía; en otros casos de algo se vive y por eso algunos vecinos que tenían vocación por las letras terminaron de asesores jurídicos en la Asamblea Legislativa y en hoy en el Ejecutivo. Prácticamente no se gana nada más que una palmada en la espalda o como dice mi amigo poeta anónimo: “aparecer en el afiche”. La terquedad comienza por ejecutar la acción de escribir y se mantiene toda la vida para leer y estudiar si se desea mejorar y crecer. Pero de eso cada quien, porque no todos los que desean escribir poesía llegan a lograr grandes piezas poéticas o a solucionarse la vida, algunos incluso jamás llegan a ganar un premio y es hasta que mueren cuando les colocan en su lugar. Tal vez porque son incomprendidos, por envidias o ignorancia, o por falta de escuela. Difícil tener la certeza, porque los versos libres que ahora son tan laureados seguro en el siglo XVI serían vistos con desconfianza, mientras que desde ese siglo para este todo resulta poesía. Y para que un escritor haga sueldo requiere de vender novelas o escritos sobre temas rentables o hacer trueques o participar en certámenes o apostar fuerte.  Quizá eso sea bueno, porque al menos demuestra que el poeta es generoso, un generoso revoltoso y terco que a veces publica un libro solo por el placer de compartirlo y regalarlo (al menos en nuestros terrenos).

En fin, me obstine en escribir versos, aunque nadie de mi familia me aupara y aplaudiera. Aunque mi abuela Josefina Pineda de Márquez estaba ahí observando hasta donde llegaba, y terminó por darme brújula en su amado saber y me guió a los libros de Teoría Literaria del cubano Gayol Fernández y otros preceptistas que me ayudaron hasta medio entender el camino. Y así me fui haciendo de libros y horas, a veces influido por personas como Carlos Santos y Geovani Galeas, en otras por Ricardo Lindo y Álvaro Darío Lara, también por Rafael Mendoza y su hijo, e incluso por mi tío fagotista Julio Bautista que me recomendaba libros geniales, pero al final terminé sin mentores tras estar en un universo de desaciertos y construcciones (era obvia la juventud, el ser neófito e imberbe). En un limbo en el que toqué la oscuridad para descubrir lo que en realidad quería y terminé experimentando con situaciones alquimistas y de cábala para darle otros sentidos a los símbolos, cifras, ritmos y palabras. Total, se vale experimentar, no seré el primero ni el último. Y seguiré experimentado en este hermoso mundo de palabras e imágenes.

Lo que puedo decir es que la obstinación continua a pesar de que la cotidianidad me engulle en un universo de oficinista administrativo donde la asistencia lo es todo, en donde lo que se hace es inmediato y efímero para darme cuenta de que la poesía sigue siendo la esencia de todo y la verdadera ruta de la humanidad para entenderse y lograr el hermoso instante de unión entre almas cuando un poema conecta por medio de las letras el alma del autor con la del lector. Y ese compartir de almas es tan hermoso que resulta la confirmación de que todo este esfuerzo y sacrificio logra reafirmar que los poetas son los seres más generosos y obstinados del mundo. Seres que portan una de las irrebatibles muestras de la eternidad de un poema, que llega a sobrevivir a una guerra más que las ideas.

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