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SALARRUÉ: SU TRASFONDO ESOTÉRICO

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

Salarrué es un artista completo y poco conocido en sus múltiples facetas, no sólo como gran narrador, esto es: novelista y cuentista, sino por su  fascinante producción plástica, valorada hasta hace pocos años. Una imaginería cromática adelantada, para aquellos tiempos centroamericanos, donde campea la sugestiva magia de un abstraccionismo muy particular, lleno de fuerza y de misterio.

Con Salarrué, al igual que con muchos de nuestros autores  –don Alberto Masferrer, por ejemplo- se han cometido repetidos yerros en la percepción y análisis de sus discursos literarios, estéticos y filosóficos, al “divorciar”, para el caso de Salarrué, lo que denominan su obra “realista-costumbrista-regionalista” con la calificada como “fantástica-orientalista”. Esto ha sido señalado, por algunos estudiosos, como el doctor Ricardo Roque Baldovinos, en su estupendo ensayo “Salarrué, la religión del arte” (Arte y Parte, Istmo Editores, 2001).

El pretendido divorcio representa una forma limitada de traducir a Salarrué, ya que para aproximarse a su estudio, más que ir tras la pista de lo “opuesto”, habría que emprender el camino de las correspondencias subyacentes en el todo de su obra, De igual manera, es importante, reconocer que su producción literaria y plástica tiene a su base una concepción esotérica del mundo, particularmente de mucha influencia teosófica.

Es importante señalar que el esoterismo comprende una doctrina o un conjunto de doctrinas que afirman ahondar en conocimientos explicativos del misterio de la naturaleza, el universo y la humanidad. Estas enseñanzas son transmitidas a un grupo de iniciados, y poseen un carácter secreto, en contraposición a lo exotérico, cuyo acceso es del dominio público.

La palabra teosofía, como sabemos, procede etimológicamente de los vocablos griegos “teo” que significa: Dios; y “sophos”, sabiduría. Esto pudiera traducirse como sabiduría divina. Mejor aún, como la disciplina esotérica, que se dedica al conocimiento de lo divino, mediante el estudio comparativo de las distintas religiones.

La teosofía tiene una fuerte predilección por el misticismo oriental, básicamente de raíz hindú. Se ve a sí misma como una escuela de desarrollo y crecimiento espiritual Privilegia la búsqueda filosófica y científica, a través del análisis religioso, para llegar, según sus postulados, a una mayor evolución personal y colectiva.

Los estudios teosóficos, fueron sistematizados, a partir de la fundación de la Sociedad Teosófica, en Nueva York, Estados Unidos en 1875. Entre sus iniciadores se destacan: la escritora y pensadora Helena Petrovna Blavatsky ( 1831-1891), mejor conocida como Madame Blavatsky; y el coronel norteamericano Henry Olcott (1832-1907).

Desde luego, la teosofía, representa una tendencia occidental, que se nutre de un interesante eclecticismo religioso, y que en el caso de Latinoamérica y en concreto, de la región centroamericana, hizo sentir fuertemente su presencia en los medios intelectuales, literarios, artísticos y místicos, de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX.

Su evidente influencia, en la configuración de las llamadas “redes de intelectuales” comienza a estudiarse recientemente. En este sentido, resultan importantísimas las investigaciones de la doctora Marta Elena Casaús Arzú, académica guatemalteca, autora de libros capitales como: “Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales, 1820-1920”(  Guatemala, F&G Editores, 2005) ; y “El libro de la vida de Alberto Masferrer y otros escritos vitalistas. Edición crítica de la obra teosófico-vitalista, 1927-1932” (Guatemala, F&G Editores, 2012).

Entre algunos, de los muchos, periodistas, políticos y escritores, que profesaron estas ideas, a lo largo de Latinoamérica, podemos mencionar a personajes de la talla de: Porfirio Barba Jacob, José Vasconcelos, Gabriela Mistral, Salvador Mendieta, Carlos Wyld Ospina, Joaquín Garcia Monge, Maximiliano Hernández Martínez y Augusto César Sandino.

Fundamentos teosóficos como la “unidad” que gobierna todos los mundos conocidos y desconocidos, y que se revela en la fuerza del “amor”, que es expansión universal; así, como la concepción de la reencarnación y del karma; los distintos planos del ser humano (sobre todo el astral) la práctica de la meditación, del desdoblamiento, y otros aspectos, se pueden rastrear no sólo como motivos recurrentes en la obra de Salarrué, sino como firmes convicciones del autor, que configuran una atmósfera literaria y artística, donde advertimos, la presencia de un lenguaje dotado de un gran simbolismo.

Como bien afirma Ricardo Roque Baldovinos cuando nos dice, en su ensayo citado con anterioridad: “Faltan trabajos donde se emprenda la tarea de consignar y explicar la simbología esotérica que puede haber en textos como los de Cuentos de Barro y Trasmallo. Mucho menos se ha propuesto alguien dar cuenta de la historicidad de las convicciones religiosas y filosóficas de Salarrué. Aquí, de poco sirven apriorismos de uno u otro signo”.

Por otra parte, lecturas de autores teosóficos como: H.P. Blavatski, Annie Besant, Krishnamurti,  Carlos Jinarajadasa Mario Roso de Luna y otros; al igual que los llamados Grandes Maestros, Iluminados o Avatares de la Humanidad como: Buda, Zoroastro, Pitágoras y Jesús, modelaron el pensamiento de Salarrué; aunque, según su testimonio, lo determinante, fueron extraños e inexplicables fenómenos que le ocurrieron desde su juventud.

Pero, permitamos, que sea el mismo escritor, quien nos ilustre al respecto, en algunos fragmentos de esa larga entrevista que le hiciera -el año de su fallecimiento- el poeta José Roberto Cea (“Experiencias con Salarrué: Revista ABRA, año 2, volumen 1, número 9, enero-febrero de 1976, pp. 38-45).

En este apartado, el gran narrador, se refiere a sus experiencias astrales. Veamos: “JRC: -¿Y todos estos estudios, Salarrué, tuvieron alguna influencia en tu desarrollo artístico?  S: -¡Ah! Sí, en cierto modo sí. JRC: -Digo, por la identificación que uno encuentra en tu obra como O-Yarkandal, por ejemplo. S: -Yo siempre fui una vocación para el arte, desde niño, y me desarrollé ahí; después, cuando ya estaba mayor, como de 30 años, entonces vinieron las experiencias que tuve, que me dieron a conocer ciertas cosas como eso de dejar mi cuerpo y salir de él conscientemente y atravesar las diversas capas sólidas con mi cuerpo astral, entonces me desprendía de mi cuerpo físico, y entre esas cosas salía consciente, primero con mucho miedo, después sin miedo, absolutamente consciente, por supuesto que estaba guiado y a saber por qué motivo se me concedió esa gracia, estaba completamente grave y no podía ir a donde me daba la gana sino que iba a muchos lugares, pero así en una forma espontánea, salía del patio de la casa, a través de la pared o por la puerta cerrada y de allí me elevaba, porque la levitación es parte de eso, a unas alturas enormes sin que hubiera vértigo ni nada; sobre San Salvador, conocía los lugares perfectamente y llegaba hasta la orilla del mar, al Estero de Jaltepec lo veía desde arriba, cuando ya tenía miedo, porque había pasado como 10 minutos, cerraba los ojos y volvía, quería regresar y regresaba inmediatamente, bajaba al patio de mi casa y entraba y allí estaba mi cuerpo sobre mi cama, yo llegaba y ponía mis manos sobre mi pecho. Tenía los ojos algo en blanco, en estado de trance y me levantaba las manos astrales en el momento de la respiración. Cuando yo salía de mi cuerpo, quería saber cómo era el cuerpo astral y lo tocaba para averiguar ¡y era carne!”.

En otra respuesta, Salarrué explica su primer contacto con la teosofía: “Yo no sabía nada de eso, a mí me lo había contado mi amigo Alberto Guerra Trigueros, que era católico, pero sabía mucho de eso, había estudiado y era un poco teósofo, por eso me llevó a  su casa y me leyó un libro teosófico donde explicaban lo que era el cuerpo astral y todo eso, allí nomás me di cuenta de que no estaba mintiendo, ¡de que aquello era verdad! Yo lo había comprobado… Así es que yo entré a esas ideas no por los libros, sino por la experiencia, lo cual es una gran ventaja, porque uno admite que uno se desprende”.

Más adelante, encontramos otro revelador testimonio: “Así es que seguí estudiando esos libros teosóficos. Eso te da a ti una seguridad muy grande sobre la cuestión, captás la vida y la existencia desde otro punto, sabés que no es muy equivocada y te da seguridad muy grande sobre la vida y la muerte”.

La teosofía fue muy popular, como apuntábamos con antelación, en los medios intelectuales nacionales, regionales y continentales. La obra de don Alberto Masferrer constituye un importante muestrario de ese ideario. Y en torno a Masferrer, el grupo constituido por Alberto Guerra Trigueros, Claudia Lars, Serafín Quiteño y, por supuesto, Salarrué, fue también muy afecto a la lectura y el estudio de las obras de claro contenido esotérico.

Hay que recordar que, el 5 de junio de 1910,  se fundó, en San Salvador, la Logia “Teotl”, adscrita, inicialmente, a la Sección Cubana de la Sociedad Teosófica Mundial, siendo ésta una de las instituciones esotéricas más antiguas del país. Dentro de sus más entusiastas promotores encontramos al padre de Claudia Lars, Patrick Brannon.

Firmaron el acta de fundación, intelectuales y personajes públicos sobresalientes de la época como los doctores José Max Olano, Julio Acosta, Juan F. Orozco, y Reyes Arrieta Rossi; el ingeniero Andrés Soriano y los señores: Tomás Soley y Arturo Lara. Algunos de ellos también pertenecían, a otras organizaciones de carácter esotérico, como la masonería.

A través de su historia, la Logia Teotl, contó con la membresía de otros salvadoreños y centroamericanos, distinguidos en la vida social, cultural y política del país, como: Juan Felipe Toruño, Claudia Lars,  Zélie Lardé (esposa de Salarrué), Juanita Soriano, Celestino Castro, Cándido Morales, Ella Ruth Rostau, Maximiliano Hernández Martínez, Salvador Sagastizado, Gonzalo Moreira, y el ingeniero alemán Günter Deja, entre otros.

Hasta aquí, datos históricos. Sin embargo, una pregunta fundamental nos asalta ¿cuál era la simpatía que corrientes ocultistas como la teosofía, la masonería o el espiritismo, tenían a finales del siglo XIX y durante los tres primeros cuartos del siglo pasado, entre los intelectuales y miembros destacados de la sociedad salvadoreña?

La respuesta es compleja, y posiblemente la encontramos en la naturaleza alterna de estos movimientos frente a la dinámica deshumanizadora que los sistemas económicos mundiales imponían en esas épocas. Esto, aunado a la rigidez ideológica, que permeaba el ambiente cultural y político del momento, alimentado por los referentes internacionales: llámense fascismo o comunismo. Otro factor determinante lo podemos identificar en el monopolio espiritual que ejercían en la sociedad, las religiones tradicionales, especialmente, la religión católica.

La teosofía, por el contrario, con su fuerte componente orientalista, ofrecía espacios para aquellos que disentían de los férreos dogmatismos y de una práctica social y cultural sumamente injusta y violenta. La vuelta hacia una interpretación de la realidad, sustentada en el respeto hacia el pasado ancestral, el pacifismo, la hermandad, la solidaridad, y la búsqueda de la armonía universal, entre el ser humano y el mundo patente y latente, se convertían en verdaderos asideros espirituales que otorgaban un sentido trascendente a la existencia.

Un espectro significativo de reformistas sociales, regeneracionistas y vitalistas constituyeron agrupaciones masónicas, teosóficas, espiritistas y de índoles semejantes.

Sin embargo, como toda escuela, teoría o doctrina, la teosofía fue abrazada por conjuntos heterogéneos de personas de distintas tendencias ideológicas, para citar, quizá, ilustrativos ejemplos: el general Martínez, el general Augusto César Sandino y el mismo Salarrué.

En la gran mayoría de la obra de Salarrué, el investigador acucioso o el lector sagaz, intuitivo, podrá identificar temas, tratamientos, subtextos y símbolos que evidencian la visión de mundo del gran escritor, impactada por su misticismo esotérico. En esto, su pintura, también da cuenta de esta presencia.

Ya desde sus primeras publicaciones como El Cristo Negro (1926), El Señor de la Burbuja (1927,) O- Yarkandal (1929), “Remontando el Uluán” (1932) y “Conjeturas en la penumbra” (1934) se evidencia la inquieta heterodoxia filosófica de Salarrué y su extraordinaria propensión fantástica y esotérica; que luego, en libros como “Cuentos de Barro” (1933) y “Trasmallo” (1954), de factura tradicionalmente calificada como costumbrista-regionalista, seguirá palpitante, mediante su carácter real maravilloso.

Desde luego, otras publicaciones como: “Eso y más” (1940); “La espada y otras narraciones” (1962), específicamente en su tercer apartado: “Nébula Nova”; “La sombra y otros motivos literarios” (1970) y “La sed de  Sling Bader” (1971),  acusan quizás de forma más evidente, el gusto de Salarrué por las temáticas que traslucen lo sobrenatural.

En la nota introductoria a “La Sed de Sling Bader”, perteneciente al tomo III de la narrativa completa de Salarrué, publicada por la Dirección de Publicaciones e Impresos de CONCULTURA en 1999, el estudioso Ricardo Roque Baldovinos apunta: “La obra, que lleva el largo subtítulo ´Una noveleta de los mares lejanos (in abscondite vidi) ´ está inspirada en ambientes tomados de la literatura de aventuras de los mares del Sur: London, Stevenson, Salgari, etc .… Pese a ello, dicha ambientación es más bien una excusa que da lugar a una serie de diálogos donde se discute las ideas místicas y teosóficas que fascinaron al autor a lo largo de su vida”.

Salarrué sigue atrayendo, ahora con una renovada y especial fuerza. Sus “Cuentos de Cipotes”, continúan arrancando risas, a las nuevas generaciones, que poco conocen ya de ese registro lingüístico, rescatado por Salarrué de las manos  inmisericordes del Señor del Tiempo, que todo, o casi todo, lo borra.

Los que buscan en Salarrué un universo de fáciles temas sobrenaturales o paranormales, se extravían. Esoterismo en autores como Salarrué, más allá, del tema literario y artístico, fue en realidad, una práctica, una norma de vida, sustentada en un conocimiento muy sabio de sí mismo y del Todo. Pero no al estilo, de quien se sustrae irresponsablemente del “mundo y de sus afanes”, para encerrarse en una segura burbuja.

En ese sentido, Salarrué, al igual que Masferrer, para citar sólo a dos escritores de  propensión esotérica, nunca se abstrajeron del escenario que les correspondió, cada uno de acuerdo a su personalidad y manera.

Lo grande en ellos, lo especial en ellos, en este ámbito, fue el modo de enfrentarse ante la realidad de su entorno, a partir de sus códigos filosóficos, donde la sustancia ética y estética que orientó sus pasos, fue definitivamente, distinta a la de otros intelectuales, políticos, y artistas de su tiempo, ya que procedía no de fuertes arraigos ideológicos o políticos, en estricto sentido, sino de un profundo humanismo y de una especialísima espiritualidad que les hizo mantener –siempre- una significativa coherencia entre lo que pensaban y lo que hacían.

De ahí que, el esoterismo de Salarrué, debe de entenderse, no como una actitud evasiva, rígida o excluyente. Salarrué vive su esoterismo como un sendero hacia la espiritualidad, sin renunciar a su condición de hombre libre, tomando únicamente aquello que le pareció benéfico, útil e inspirador.

Salarrué, atravesó Cuscatlán, no casualmente. Esta tierra de luces y de sombras, lo vio nacer como Salvador Efraín Salazar Arrué, para luego verlo transformado en Salarrué; y finalmente, después de su autodescubrimiento, en su “verdadero Yo permanente”: Sagatara.

Todo esto por una clara razón. Ojalá podamos, alguna vez, comprenderla.

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