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Reflejos de humanidad

Sara Moreno

Escritora joven

 

Matilde Elena López, reconocida poeta, ensayista, conferencista, narradora y dramaturga salvadoreña.Una mujer intelectual y revolucionaria, que sufrió a lo largo de su vida el exilio, la muerte y la separación; pero que mantuvo siempre , aún en medio de la crisis, un carácter firme y determinado en la búsqueda de sus ideales. Ella misma nos recuerda esto en Cartas a Groza, donde, a través de Floritchica, afirma:

“Es en la derrota, ¡acuérdate!, donde resaltan mis virtudes y me yergo altiva, irreductible, orgullosa… más orgullosa que nunca y más segura de mí misma. El fracaso me sirve de acicate, me levanta, tiene la virtud de exaltarme”.

¿Qué escondía Matilde bajo su singular determinación? Matilde habría afirmado que lo más destacado de sus escritos son sus ensayos; sin embargo, basta adentrarnos en su poesía, su vida y la estrecha relación entre estos para poder afirmar que bajo su gruesa capa de seguridad se encontraba humanidad en su estado más puro.

Matilde se encuentra a sí misma como escritora en la poesía, siendo este el primer género que descubre y experimenta, sin agotar nunca recursos. Su poesía se mueve, de una manera natural y espontánea, por el verso y la prosa. Nos cuenta, sin perder la frescura de su realidad de momento, sobre la vida con sus alegrías y pesares.

Es al escribir sus poemas que Matilde se desnuda como mujer y desgarra su alma, que a gritos nos llama y nos guía entre el basto bosque que es el ser humano en su esencia, hundidos tantas veces en nuestra soledad y, como ella diría, en nuestros saudades que son resultado de las ausencias, que Matilde ilustra, en analogía con el agua fría, en sus poemas Porque duerme sola el agua amanece tan fría… y Saudade.

Nuestra escritora experimentó el exilio en múltiples ocasiones, una de ellas a causa de su hija – siendo este, probablemente, uno de los eventos que marca su vida en sobremanera –, descrita como sangre de una dolorosa herida abierta en ¡Floritchica! La parte del corazón que más me duele:

“[…]…éramos sólo

las maletas en tránsito

sin un país que nos reciba

una historia de exilio

y contrapunto

un concierto de Mozart

y pájaros sacudidos de sollozos.

Todo por una niña solidaria 

de una causa estudiantil”.

Otro acontecimiento que marca su vida y, como natural consecuencia, su poesía, es la separación, magnífica y dolorosa representada en Cartas a Groza (1962) – obra ejemplo de su poesía en prosa -, que inicia con palabras de Kafka: “Escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan ávidamente”, siendo esto justamente lo que Matilde, disfrazada de Floritchica, hace tras el divorcio de su primer esposo don Miguel Ángel Valladares, quien se encarna en Groza y al que la escritora reprocha – como reprochándonos a nosotros también -: “[…] tú exaltabas mi pasión creadora, pero te olvidas de que soy mujer…”. Floritchica, la misma que nos muestra lo imperante de la separación -“se alzan torbellinos tan grandes, corrientes violentamente tempestuosas, que no puedo volver… ¿Cómo podría en una tormenta sobre el mar, la barca rota regresar?” -, permanece con el deseo de un reencuentro futuro a lo largo de todas sus cartas: ¡Hermano mío! Tranquilas las marejadas, acaso volveremos a encontrarnos”. En el ocaso de sus vidas estas marejadas se volvieron calma y, respondiendo a la profunda esperanza, ocurrió el reencuentro. Don Miguel es invitado por Floritchica, su hija, a volver a casa nuevamente, donde se encuentra con Matilde y, como declaración abierta, juntan sus manos que en aquel momento de caos, tanto anhelaron.

Años después del divorcio, Matilde se casa con César Pompilio Chávez –mejor conocido como Cepomch –experimentando de nuevo y, probablemente, con mayor intensidad que nunca, el amor. La escritora, en Velo de novia se mira a sí misma y afirma:

“Nací para ser tu esposa

y tú para ser mi marido.

Se posó el ángel del Tiempo

en armonioso arcoíris”.

Declaración que adornó su invitación de bodas.

Es a Cepomch, un gran pintor y, como ella misma decía, “un hombre entero”, que la escritora dedica uno de sus poemas más conocidos: Cielo escondido; y a quién, tras su trágica muerte escribe Sollozos Oscuros, donde se muestra en su poema Ya di mi tributo de sangre como la viuda más triste del mundo, como ánima sola y ángel de tristeza.

Matilde encuentra, pasados tantos acontecimientos desgarradores, el florecer de la vida en su nieto Julio César, a quien dedica ¡Génesis!, como muestra de los sentimientos más sublimes ante el milagro de la vida, como luz y esperanza.

Todo esto – pérdidas, exilios, miedos, amor y tanto más– es Matilde Elena López; todo esto, sin duda alguna, somos nosotros, seres humanos.

 

 

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