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Quien miente la palabra, traiciona el alma

Wilfredo Arriola

Escritor

Para hacer algo mío lo nombro con la palabra, una palabra que haga que nazca algo, entre mi voz y quien lo escuche. El origen de este término lo encontramos en el latín «parábola», que significa «comparación», y que en latín tardío tuvo la acepción de «proverbio», «parábola», que a su vez derivó del griego parabolḗ, παραβολή. Es así, como diferentes referencias hacen hincapié en el uso de esta forma de honor. En la Biblia, podemos encontrar una idea al respecto, en Isaías 29:13, cita: “Por cuanto este pueblo se me acerca con sus palabras y me honra con sus labios, pero aleja de mí, su corazón, y su veneración hacia mí es sólo una tradición aprendida de memoria.” No es que la mentira sea grande o pequeña. Es que desacreditas tu palabra, es decir tu valía, a la hora de poner en contra postura lo dicho de tu boca y no ser avalada por tus actos.

Eduardo Galeno escribe en su texto Fundación del lenguaje ( Espejos una historia casi universal 2008) En 1870 al cabo de 5 años de guerra, los países invasores terminaron de arrasar el Paraguay, este fue exterminado en nombre de la libertad de comercio y entre sus ruinas y restos, no sobrevivió casi nadie ni nada, pero si sobrevivió lo más elemental: el nacimiento de la lengua guaraní, la certeza, de que la palabra es sagrada,  porque en guaraní ñe’ẽ  significa palabra y también significa alma, dicho de esa forma, quien miente la palabra, traiciona el alma. Y según una de las más viejas tradiciones de esas tierras, desde el fondo de un ser, resonó por vez primera, la lengua que llamaba a los paraguayos, ellos no existían nacieron de la palabra que los nombró. Así apunta Galeano, una de las historias más bellas a partir del uso excepcional de darle cuerpo a la palabra. Acción que cada vez más se va tornando en desuso, la falta de valores, de ética y sobre todo de hidalguía por no poder sostenerla.

De generación en generación Baby boomers (1946-1960) Generación X (1961-1980) Generación Y o Milenica -Millennial- (1981-1995) y Generación Z (nacidos después de 1995) tienen diferentes formas de abordar esta temática, cada quién defiende su “etnocentrismo” considerando que cada sección generacional es más leal a cumplir su distinción o dignidad con el vehículo de la expresión, todas defenderán su postura, alegando o poniendo en evidencia que lo expuesto a su momento era tratado de diferentes formas. La tecnología y la evolución de la población ha tornado una actualidad cultural con diferentes sesgos, cambiantes a lo que vivió cada promoción en su momento. Sin embargo, todos estamos en esta realidad, y cada individuo opera de acuerdo a la educación, a las formas de convivencia y patrones de conducta heredados de quienes les inculcaron ese modelo de vida, consolidado a lo largo del tiempo. La afinidad por lo general, será por las personas que comparten una forma similar de ver la vida, y en ese mirar, la mayoría de ocasiones se coincidirá con parámetros generacionales. Un modo maduro de ver la vida con las exigencias de la contemporaneidad. Las generaciones de los últimos años, forjaran otro tipo de pacto, a la hora de dar su “palabra” y poner en evidencia su rectitud e integridad. Tampoco me pudiera referir a que todo pasado fue un paradigma de probidad, no podría, a pesar de lo antes dicho, podría estimar que la función de la confianza era un equivalente a un contrato, con el simple hecho del acuerdo verbal. Una belleza, acordar así. Te doy mi palabra, deposito mi alma en nuestro acuerdo. Deposito mi integridad.

Es casi utópico pensar en que esa facultad de contrato verbal volverá a posicionarse, mucho tenemos que aprender de comportamientos pasados, donde quedar a ciertas horas, por ejemplo, era una pequeña ley de la amistad, donde fijar un horario de pago se cumplía sin necesidad de los penosos recordatorios. La dignidad y la palabra están homogenizados, uno se vale del otro y viceversa, una persona con honradez es quién hace cumplir su expresión. Me gusta creer que podemos enseñar esta hermosa facultad a las nuevas generaciones, donde decir “Yo iré, lo haré, me responsabilizaré” sea un acto tan noble como necesario.  La rectitud debe ser universal, sea hoy o dentro de 100 años, dignos de olvido son aquellos que con su voz y su palabra no hacen merito a lo dicho. No he conocido a un grande que no haga valer lo que dice, es decir, si: su palabra.

 

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