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Poesía, desgarro, verdad

Alberto Quiñónez (*)

 

El acontecimiento poético es de suyo indefinible, no es conceptualizable. Por naturaleza se encuentra en el ámbito residual que tras de sí dejan los conceptos. Esta circunstancia no desdice que sólo a través del lenguaje, de los conceptos y las definiciones, la poesía es. Es decir: hay una tensión entre el acontecimiento poético como tal y su plasmación lingüística. A esto hay que agregar: la experiencia o acontecimiento poético debe entenderse como un ímpetu vital auténtico. Su autenticidad deviene del desasimiento sistémico y sistemático: es libre y está fuera de la órbita normalizada de la razón. Fuera de los márgenes tradicionales, este ímpetu vital se encuentra cercano a la muerte. Sería un error ver en tal relación una determinación esencialista, pues es más bien la condición material e histórica la que impone su peso sobre el límite del lenguaje, sobre las posibilidades de expresión y, en consecuencia, sobre la plasmación lingüística del acontecimiento poético.

El hecho de que el ímpetu vital auténtico, históricamente determinado, esté muy por encima del límite impuesto por los conceptos, no niega que es sólo en y a través del marco del lenguaje que el ser humano se constituye como tal. El lenguaje de la humanidad es la humanidad del lenguaje. Ahora, el ámbito del acontecer poético es eminentemente contradictorio pues responde a un ámbito vital no definible, de lo que se deduce que la poesía sólo pueda evocarlo metafóricamente. La poesía pues deviene de una doble contradicción: una contradicción material en el ámbito vital donde se da el acontecimiento poético; otra, formal, que opera en el plano de la disociación entre realidad y lenguaje. Si el lenguaje encuentra topes sistemáticos en su intento por cartografiar la realidad, la poesía como momento de convergencia de las contradicciones humanas, aunque no de su síntesis, da cuenta de dicha imposibilidad, de esa rotura fundamental del decir-se.

Pero la poesía no se encuentra ahí para mostrar la positividad del suceso humano, histórico, sino para develar las contradicciones de la materialidad humana que se encuentran más allá de esa misma materialidad. Por ello, el lugar de la poesía es más exactamente el hábitat del desgarro y el dolor. La poesía mostraría no las formas efectualizadas de la realización humana en sus condiciones históricas concretas; sino las formas de negatividad histórica que ejercen sobre las posibilidades de realización humana un peso retardatario o anulativo. Esta mostración, a diferencia de la que ocurre en la aspiración filosófica y científica, no es racional. O, por lo menos, no es racional a la usanza de los patrones epistemológicos de la ciencia normalizada. Su racionalidad consiste en estar fuera de toda racionalidad taxonómica, de toda racionalidad instrumental y de toda racionalidad inmediata.

En tal sentido, la descripción de las posibilidades del acontecimiento poético responde más a un desgarramiento y no, por ejemplo, a una develación o descubrimiento. Desgarramiento como el de la “conciencia desventurada” de Hegel, una conciencia consciente de sus esperanzas infecundas y trágicas. La poesía no devela en el sentido de mostrar de forma coherente y ordenada las diferentes facetas de la contradictoria condición humana. La poesía muestra, como un rompecabezas desarmado de piezas que hieren y arden, un ámbito de realidad que probablemente no existirá más que en el momento preciso de su enunciación primera, para desaparecer de una vez para siempre. La poesía muestra, parafraseando a Walter Benjamin, la evocación del momento del relámpago en medio de la tempestad.  Es el instante ido del dolor que nos impele desde un claroscuro sumamente impreciso la resistencia ante el olvido. Por ello, su medio no es el juego de símiles o la mención mediata, adjetivada o estereotípica –canónica-, que buscan decir la realidad de una “manera literaria”, sino la hilación de elementos incluso disimiles, incluso irreales, que articulen una huella de lo real. Su medio tampoco es, de contrario, la dicción inmediata de lo que es: no es lo que es lo que importa al hacer poético, sino –por decirlo de algún modo- la significancia espiritual de la objetividad, su sentido fenomenológico, es decir, la implicancia sobre el sujeto histórico.

La poesía es desgarramiento. Su forma de mostración de la verdad no es la mostración de la verdad sino la mostración del criterio de verdad que es el dolor, en tanto lugar privilegiado de aparecimiento de lo contradictorio irresuelto. La poesía es así confrontación, rebeldía, tensión abierta de lo sido. La poesía es rebelión frente al poder totalitario del concepto, poder instituido a pesar de sus limitaciones ontológicas, siendo tal rebelión una tarea que la poesía realiza desgarrando la visión monolítica de los conceptos, desbaratando las definiciones como lugares de la identidad, dando cuenta del sufrimiento y de la barbarie contenida en los ímpetus de la razón. La poesía es la tara de lo absoluto, el puente privilegiado entre sufrimiento y verdad.

(*) Miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).

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