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Páginas escogidas del libro “El Himno sin Patria” (Parte II)

Escrito por Julio Enrique Ávila, en 1936

(Autor de El Salvador, Pulgarcito de América)

 -III-

“¿No es dolorosamente absurdo, que la locura y la ceguera humana nos hayan llevado a concebir la patria como una fortaleza, rodeada de murallas y cañones, para cuya defensa habremos de velar siempre con el arma bajo el brazo?

Yo siento mi patria como un campo milagroso, que está esperando el arado del esfuerzo y de la energía para centuplicar sus cosechas. La siento como trabajo y como fruto. La sueño como una choza alegre, como una heredad milagrosa, en la que un abuelo recuerda bajo el sol, un chiquillo juguetea en los jardines, una mujer virtuosa y llena de gracia pone su encanto en todo lo que toca y un hombre honrado y fuerte lucha para ellos, orgulloso de ser hijo, de ser esposo y de ser padre. ¡La patria como una hermandad de hogares; y el mundo como una hermandad de patrias!

Seamos soldados de la paz. Aquel que sea modelo de probidad y rectitud será invencible. Nunca las bayonetas ni la metralla han sido capaces de destruir el alma de un pueblo; los pueblos han sucumbido siempre por sus propios vicios. Digamos con el poeta: “sembrad en los espíritus que el grano que arrojéis no se perderá; sembrad plegarias y cosecharéis azucenas, sembrad cardos y cosecharéis amarguras. Sembrad luz, dignidad y justicia y tendréis patria; cultivad la ignorancia, la cobardía y la violencia y tendréis cadenas!”

No basta morir por la patria, hay que vivir para la patria. Vivir noble, abnegadamente para la patria, máxima más fecunda y más difícil que aquella que nos pide nuestra sangre, que es bien poca cosa, y con lo cual no se ha logrado ni se logrará jamás el bienestar ni el mejoramiento humano!”                             

-IV-

“Si la música tiene un poder trascendental sobre los sentidos humanos, ¿por qué no aprovechar la fuerza de su ritmo creador, en todas las formas posibles, para educar las conciencias hacia la paz? Pero hacia una paz verdadera, desinteresada, sin vencidos ni vencedores, que sería la única perdurable, pues otra no sería “paz”, sino simplemente tregua, un descanso convencional y engañoso.

¿Cuándo aparecerá el gran espíritu, el alma-cima, capaz de recoger todo ese anhelo de paz, de buena voluntad entre los hombres; y la angustia y el odio a la guerra que flota hasta en las aguas y los vientos, para crear el gran himno, henchido de amor fervoroso, que haga estremecer las almas en una sola ansia fraternal?

¡Un Himno de la Paz! ¡Un himno poseído por el poder divino que sólo otorga el amor! Una melodía íntima y grandiosa, que borre los colores y los recelos, las fronteras y los idiomas, y que impulse a los hombres, ya hermanos, en los brazos de los hombres!

¡El Himno del Mundo!… Pero para que este mensaje maravilloso pueda realizarse, ¿cuántos años, cuántos siglos habrán de correr todavía sobre la tierra? ¿Cuántos crepúsculos torturados y cuántas noches de vigilia vivirán las almas de las madres y de las viudas? ¿Cuántas hogueras voraces serán aún apagadas con la sangre de los padres y de los hijos?

El mundo rueda, ahora más que nunca, bajo el signo de Marte. Las patrias, las patrias guerreras, que no han querido la paz, cerrarán sus puertas al himno que trae su mensaje. Y el Himno de la Paz vagará errante, incomprendido, por el planeta en llamas, diciendo su palabra de amor…Será un himno vagabundo, desterrado… ¡El Himno sin Patria!… ¿Hasta cuándo?”

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