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Paciente cero: la sociología en los tiempos de las pandemias (4)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

En esta y en todas las pandemias (como la gripe española o el cólera sin tiempo para el amor) la gente se cansa de luchar contra lo intangible y llega a la fase de la ansiedad en la que se pregunta ¿cuánto durará la emergencia y cuánto durará la cuarentena? Salir de esa fase y entrar en la de la reconstrucción y recuperación social del tiempo es, más allá de las fosas comunes y los rebrotes, una etapa estratégica en lo económico, lo social y lo cultural. En el caso del coronavirus está claro que lo que llamo “post dies plaga” será, de hecho y por los hechos, el punto de partida de la fase de la pandemia en versiones entrecortadas con cuarentenas cortas. Esa fase de ensayo y error ni siquiera terminará con la ansiada distribución global de la vacuna que todo el mundo espera, ya que, si el modelo económico actual de producción y consumo que le dan coherencia continúa sin cambios significativos (el modelo civilizatorio hegemónico), una tras otra vendrán más pandemias que presumo serán cada vez más letales en lo económico y cultural.

De la aflicción popular surge la pregunta ¿entonces viviremos en un estado de emergencia intermitente o permanente?, ¿salvaguardar la vida y la comida en condiciones de trabajo suspendidas será, en el corto plazo, incompatible con la llamada democracia o estado de derecho?, ¿seguiremos a merced de la política corrupta que aprovecha el dolor, el miedo e incertidumbre colectiva para garantizar intereses particulares? En el tétrico marco de ensayo y error que nos ha metido esta pandemia vemos acciones firmes de algunos países (sobre todo en Asia) que han logrado buenos resultados confiando en la disciplina de los ciudadanos, lo cual depende del perfil cultural que se ha formado por décadas. Seguramente ese perfil cultural de prevención social en el paciente cero explica por qué en occidente se tiene que recurrir a imponer multas o incluso amenazar con la cárcel a las personas para se protejan y protejan a sus comunidades. La sociología de las pandemias pone en la mesa de análisis la validez de los actuales sistemas educativos centrados en la falacia del individualismo, la competencia y el que resulta ser un ingenuo espíritu emprendedor (que no es más que sobrevivencia efímera) que no educa para la solidaridad social y la cooperación de tal forma que los bienes comunes y la riqueza producida por la sociedad constituyan nuestro destino común.

Desde la lógica política propia de las coyunturas de emergencia sanitaria decir que durante la pandemia las acciones de los Estados se ejercen en la sombra o sin ir dando explicaciones inmediatas significa que se desconocen todos los efectos de las acciones, lo cual evidencia además una ignorancia lapidaria sobre lo que implica tomar decisiones políticas que se miden con muertes. Evidentemente, ese tipo de cuestionamientos que no se realizan en el momento político más oportuno debe llevar a los ciudadanos a tomar decisiones en función tanto de prevenir socialmente las pandemias, como de elegir los liderazgos que valoran más la vida.

Y es que, enfrentando la perversión de las oposiciones políticas obtusas, muchos de los países que decidieron imponer de inmediato el confinamiento lo hicieron en general por una cuestión de principios revolucionarios que las izquierdas del siglo XX comprendían muy bien: la defensa de la vida, y por una cuestión práctica que no permite discusión: evitar el colapso del sistema público de salud. Solo en la fase del “post dies plaga”, después de los debates de crítica y autocrítica que como sociedad tengamos, sabremos si ese criterio prevalecerá en futuros eventos similares. La cuestión ética que subyace es saber si la vida prevalece siempre sobre la economía o solo durante las pandemias. Durante la pandemia, el Estado ha sido revivido por quienes han tratado de aniquilarlo o minimizarlo para dejarle las manos sueltas al mercado y ha mostrado, además, que tiene un buen margen de maniobra –al menos en coyunturas de crisis- que le permite tener una notable autonomía en relación con un flamante mercado capitalista que fue erosionado escandalosamente en cuestión de semanas; autonomía que incluso le permitió cierta irreverencia con los intereses económicos de las élites más ricas que, de la noche a la mañana, empezaron a enamorarse de la importancia del Estado en la regulación social. Sin ser profeta se puede afirmar que ese enamoramiento fue efímero e interesado, pues en medio de las medidas de confinamiento hallaron la fórmula para darle vida a lo que podría llegar a ser un capitalismo digital que no sólo deteriorará las prestaciones sociales con el “teletrabajo”, sino que también encerrará despiadadamente a nuestros niños y jóvenes en las doradas jaulas de la educación virtual que forma trabajadores, no ciudadanos críticos con sentimientos nacidos de la relación social con los otros que es la base de la solidaridad.

Sin embargo, hay que comprender que en países como el nuestro que dependen del sector informal y de las empresas pequeñas, el confinamiento que protege del virus encierra lo que llamo “paradoja de la pobreza” que lleva a que en un momento determinado –más temprano que tarde, casi siempre- se sopese morir a manos del virus o morir a manos del desempleo, razón por la cual la duración de las cuarentenas debe ser limitada o levantada en el paso previo al no retorno. Para los países que recurrieron pronto a las cuarentenas generales que tuvieron buenos resultados en la contención del contagio lo que dio tiempo para prepararse mejor, la política de regreso a las calles debe comenzar con la flexibilización del confinamiento. Durante el confinamiento a través de las cuarentenas y restricción de la movilidad, si el número de contagiados aumenta es culpa de la invisibilidad del virus, y si ese número se mantiene bajo el crédito es de los gobiernos. Así funciona lo sanitario cuando se junta con lo político en contextos en los que la disciplina o las reservas ciudadanas son frágiles, y eso sólo se puede revertir con la prevención social.

Es claro que en el país (al igual que en España, Portugal y Guatemala) la oposición política e ideológica ha sido bastante perversa, harto mercantilista o, en el mejor de los casos, muy inoportuna, y el impacto en la cultura política dependerá de la explotación o manipulación coyuntural (de los resultados y datos negativos que se puedan tener) que haga la ultraderecha que en ningún momento dejó de luchar por sacarle provecho político-electoral al virus. Las señales que se ven son preocupantes desde la perspectiva de la sociología de las pandemias porque pueden llevar a la conclusión ciudadana de que el consenso entre los órganos del Estado siempre estará depredado por una guerra de posiciones en la que los muertos o desempleados los pone el pueblo, situación que se sabrá cuando estemos en la fase del “post dies plaga”.

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