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A modo de elegía a RICARDO LINDO

Jorge Castellón

Escritor

 

Motivado por el fallecimiento de Ricardo Lindo, en la pasada edición de este suplemento el escritor Álvaro Darío Lara hizo una breve, pero  profunda valoración de una de las obras fundamentales del ahora fallecido autor salvadoreño, me refiero al libro titulado: Lo que dice el rio Lempa.

Esa reseña, me condujo a buscar  el libro en las cajas donde he ido acumulando  lo más preciado que me queda de la literatura salvadoreña por conservar. Al fondo de la última caja estaba ese libro delgado de pasta azul, que un día,  me diera el aliento para comenzar y terminar una  breve  historia de El Salvador,  narrada a partir de algunos cuentos de dudoso valor literario, pero con los que me une un cariño de padre consentidor.

Al hojear el libro de Lindo, encuentro un texto – el penúltimo del libro- que no recordaba, que él tituló… “Antes de partir”. Al leerlo me embargó el sentimiento que se vivencia al escuchar la elegía de una persona a la que se conocía  poco, quizás lo necesario, pero a la que se admiraba mucho. He aquí la trascripción de ese texto:

“Antes de partir”

Volví a ver, andando los días, al Justo Juez de la Noche. Se acercó a mí como sonámbulo, me vio mansamente y dijo a boca de jarro:

“No es moneda de plata la que te doy. Es moneda de oro. Porque algo late al fondo de mi quietud. La noche se desliza sobre los tejados, como un gato. La luna, que da pan como lo sabe cualquier niño, saldrá dentro de poco. No importo yo, que estoy próximo a alejarme en el barco que ahí ves. Importa esta palabra que te doy como una moneda.

“Era hace mucho tiempo. Una ola, una gran ola de tristeza y demencia arrastraba mi corazón. Iba, creo, en pos de la gloria. Todavía creía en algunas cosas insignificantes como la inmortalidad. Era el comienzo de una larga muerte tenebrosa. El imposible amor no hubiera querido llamar a la puerta de un hombre tan triste, que se había disecado en el camino. Paseé entre gentes de diversos colores y formas. Ya tenía hábito de ser un extranjero. El pan en mi boca era como un coagulo de sangre. Era un delgado espectro que ninguno hubiera podido comprender, porque tampoco se comprendía así mismo. Pues de todas las partes de mi cuerpo lo único verdadero era mi osamenta, aquello que la tierra tarda milenios en recobrar, y sale aún a pasearse con las almas errantes de los muertos que penan.

“La noche que me envolvía no era armoniosa. Me consumía en la fiebre del deseo, y nunca, que recuerde, hubo paz en mi alma.

“Lo que otros hacían yo lo hacía, pero aunque pareciera lo mismo era distinto, porque ellos ponían en sus actos una idea más simple y mas gentil. El bien y el mal no son lo que uno hace. Son el espíritu que uno pone en las cosas que hace. Creí que una rígida moral podía salvarme, pero no fue así. Un gesto que los humanos juzgan malo, puede estar cargado de una verdad profunda, ser la expresión de una intima naturaleza que busca afirmarse, y crear su espacio en el mundo. Puede ser el origen de una nueva verdad.

“Quizás no sea un hombre bueno, pero aprendí algunas cosas en el camino, y subiré a ese barco que ahí ves. Acaso no me lleve nada, pero recordaré el sencillo significado  de la palabra amor.

“Si te dicen que he muerto, diles que mienten. Estaba muerto cuando iba y venía sin razón valedera. Ahora que me voy en ese barco, lo que me espera es, más que nunca, vida”.

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