Me vale

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y Editor

suplemento Tres mil

 

No recuerdo el momento preciso en que escuché por primera vez Me vale del grupo Maná. Pero tras oír gritar “Héchale Vampiros” no olvido que describió cómo quería enfrentar la adolescencia. No quería preocuparme por lo que la gente pensara de mí, buscaba ser quien soy. Y al no sumar aún los quince años aquella frase era una revelación y un himno.

Durante los turbulentos días que antecedieron a mi segunda década se me grabó en la mente esas cuatro letras (Me vale) que brindaban una guía de vida para aquellos años en que uno se volvía supermán (al menos en la mente) en la mítica adolescencia que se ve enfrentado a incontables hordas de egos y chismes. Lamentablemente, los adultos buscaban guiarme y me repetían que debía de preocuparme por la falta de pisto, por el título, por hacer algo de “utilidad” porque de escribir “poemitas” no iba a vivir. Así que aquel credo que abandoné a mis tiernos veintidós años es esencial ahora en mis cuarenta cuando tengo una marejada de cosas que hacer y el estrés se encuentra amenazador en cada paso, tal y como le sucede a buena parte de las personas que deben pagar cuentas, sortear la vida y aún con eso todavía tienen deseos de hacer o tener algo para volver a pararse por el miedo a la incertidumbre. No se me mal interprete, no quiero decir que me valga el trabajo, el estudio y cosas así. Me refiero a que debemos saber delimitar las cosas a las que se les da importancia y a las que no.

El grupo mexicano Maná sacó su tercer álbum en 1992 denominado ¿Dónde jugarán los niños? Y aquella canción escrita por Alex González, que duraba 4 minutos con 32 segundos impactó a buena parte de mis amigos y conocidos mientras escuchaba sonar aquella guitarra acompañada de la batería con el vaivén de mi cabeza. En poco tiempo pasaba coreándolo en las fiestas o en mi casa auxiliado por aquellos cassettes piratas de Supersonido que nos brindaron el invaluable socorro de tener la música que queríamos.

Me vale, parece algo irreverente o malcriado como una contestación. Y lo es, sobre todo si es la respuesta de un jovencito que pretende decirle a los adultos  que no deben tener incumbencia en su vida (algo para dejar los ojos cuadrados). Sin embargo, es prudente  poner las cosas en su lugar y saber que hay cosas prioritarias en la vida y otras que deben valer, porque de lo único que se encargan es de amargarnos los días y empobrecernos la salud y la bolsa. Como sucede con el miedo, la ansiedad, la depresión y tantas cosas que aquejan nuestras horas.

Solo debería valer la mala actitud y enfrentar la vida, como sucede con el tigre en la selva. Aquel inmenso felino no se preocupa, se ocupa. Y avanza con su “Eye of the Tyger”, como Rocky en el cuadrilatero. No le asusta el rival, lo enfrenta.

La vida es un juego, y hay que saberlo jugar. Las reglas en nuestra sociedad no son tan complicadas. ¿Entonces, por qué las cosas se descontrolan? Si el estrés y la ansiedad matan la testosterona y evitan que el individuo enfrente la vida con la mente clara, ¿qué otros daños podrán hacer? El estrés y la ansiedad solo se eliminan cuando habitamos el presente y no permitimos que el pasado nos aqueje y que el futuro no nos preocupe. Solo habitar el presente y diciendo “Me vale” a lo que en verdad no tiene importancia. Al final de cuentas todo tiene solución, solo basta una pisca de actitud y mantenerse en el plan, porque quién no tiene un plan, planea perder.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.