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Más de 2,000 maneras de llamar a Dios, más de 2,000 modos para orar por la paz…

German Rosa, viagra s.j.

El diálogo es un espacio para el encuentro entre las distintas confesiones de fe, clinic que tiene mucha importancia para buscar la paz que se fundamenta sobre la justicia. Este diálogo es urgente y necesario. La riqueza humana realmente desborda nuestra imaginación porque hay una gran diversidad de culturas, prescription de tradiciones, de costumbres y de experiencias de Dios.

Mis amigos africanos dicen que en su continente se hablan, al menos, unas 2,000 lenguas distintas, y probablemente más. Asia es otro universo cultural que ofrece una gran pluralidad social e histórica. Así son de diferentes las experiencias simbólicas y rituales, religiosas y teológicas, y también sus modos de relacionarse con Dios. Todos los seres humanos tenemos una experiencia latente de Dios que se puede llamar experiencia trascendental. Pensemos un momento sobre la importancia del diálogo entre las culturas y las distintas experiencias de fe para buscar una sociedad global justa y en paz.

1) Una fe comprometida que busca resolver los problemas actuales

La fe es una disposición humana existencial abierta a la trascendencia. A Dios se le nombra de muchas maneras y en muchas lenguas. En la lengua Swahili se nombra a Dios con la palabra “Mungu”; en la lengua Lingala se nombra a Dios con la palabra “Nzambe”; en la lengua Kinyarwanda se llama a Dios con el nombre “Imana”. Estas tres lenguas son africanas. Dios está presente en la historia y en todas las culturas. Pero no podemos olvidar que Dios está presente también en los seres humanos. Esto es un hecho que la fe cristiana subraya enfáticamente desde el Evangelio, que destaca la importancia de la justicia y la opción fundamental por el pobre, de las víctimas, del prójimo.

La espiritualidad es la fuente de las expresiones religiosas. Al orar dialogamos con Dios y lo llamamos por su nombre en nuestra propia lengua. Orar es dejarse transformar por el Espíritu de Dios. Así renace nuevamente el ser humano que está desplegándose activamente en cada uno de nosotros. Mientras oramos contemplamos el trabajo de Dios en cada uno de nosotros. Pero la contemplación es activa y se desarrolla en el momento presente abierto a la plenitud de la persona, de la vida, de la historia y de la creación. Orar es una acción simple pero de una plenitud extraordinaria. Sin tener una ruptura entre lo que contemplamos y la acción que realizamos en nuestra vida cotidiana. No hay una separación estricta entre la contemplación y la acción.

En la contemplación descubrimos el pleno sentido de lo que hacemos, y también de esta manera encontramos el sentido y descubrimos el por qué lo hacemos. Por eso la oración auténtica está encarnada en la vida, en la comunidad cristiana y en la sociedad. Durante la oración se medita lo que se realiza en la acción y el compromiso. El sentido último es descubrir la presencia de Dios en nuestra propia vida, y en la historia, pues Dios trabaja 25 horas sobre 24 diariamente.

Esto lo descubrimos en la vida de grandes personajes en la historia de la Iglesia en El Salvador, como Mons. Romero. Al leer su Diario Espiritual encontramos una experiencia extraordinaria de familiaridad con Dios, pero encarnada en los grandes problemas y en el conflicto que le tocó vivir en su momento en el país. Sin embargo, hay peligros reales en la espiritualidad actualmente, por ejemplo: querer poner a Dios a nuestro servicio, inundándolo de peticiones para que las realice; hablar sin descanso pero sin escuchar a Dios, etc. Además, el mundo hoy está dominado por los valores de la gestión y la eficacia. El mercado ha invadido todas las dimensiones de la vida de la persona, tendencia que también nos lleva sin darnos cuenta a modelar nuestra vida espiritual de esta manera, estableciendo así una relación con Dios que sea interesada y utilitarista. La oración auténtica en su dimensión contemplativa nos enseña a renunciar a querer dominarlo todo y controlarlo todo, a instrumentalizar a Dios, a instrumentalizarnos a nosotros mismos, a los otros y al mundo. Orar es aprender a sentir la gratuidad y aprender a ser gratuitos y agradecidos con Dios y con los demás. Orar es descubrir el don de Dios, de su amor y también el de los demás, también cuando oramos descubrimos la bondad en el rostro de la creación.

La oración tiene que mantener un equilibrio entre la palabra y el silencio; entre la soledad y la comunidad; entre el despojo y desahogo y la vida de los símbolos y los sacramentos, etc. Orar es poner en las manos de Dios los graves problemas que nos afectan: la inseguridad, la violencia, la injusticia, la guerra y la muerte. No olvidemos que el camino de la madurez nos conduce a atravesar las pruebas, el sufrimiento, los duelos con realismo, porque la espiritualidad no es una experiencia mágica, ni tampoco se convierte en una ilusión. La espiritualidad genuina nos conduce a la madurez humana. La oración nos lleva a la comunión y la reciprocidad con los demás, y así nos exige la responsabilidad personal para asumir los retos que nos presenta la vida.

2) Una fe en diálogo con otras confesiones para lograr la paz y la justicia

Vivimos tiempos de aridez y de desierto en la historia universal. El desierto ha sido un lugar de peregrinación cúltica y ritual en la historia de las religiones universales. El desierto es el lugar donde habló Dios con los patriarcas y Moisés, y también dónde Dios enamoró y purificó al pueblo de Israel en camino a la tierra prometida; el desierto es el lugar donde Dios habló con los profetas; el desierto es el lugar donde Mahoma habló con Dios, etc. Y para nosotros los cristianos, el desierto es fundamental porque ahí Jesús se retiró a discernir su estrategia y comenzar su ministerio público para escribir con su vida la historia de la salvación anunciando la buena noticia de Dios Padre: el reinado de paz y de justicia. El desierto ocupa un lugar fundamental en la espiritualidad de las grandes religiones universales. Pero al hablar de paz y justicia, desde esta realidad histórica, nos damos cuenta que debemos salir del desierto para encontrar el mundo que tanto soñamos, libre de la violencia, de la guerra, de la miseria humana y material.

El aporte de las diversas confesiones de fe para llegar a la convivencia pacífica con justicia es fundamental. El diálogo implica atención, respeto, acogida de los demás; el diálogo da lugar a la identidad, a los modos de expresión y a los valores de las otras personas y las culturas. El Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso expresa en el documento Diálogo y Proclamación lo siguiente: “el diálogo abraza todas las relaciones interreligiosas, positivas y constructivas, con personas y comunidades de otras fes, en vista de la reciproca comprensión y del recíproco enriquecimiento, en la obediencia a la verdad y en el respeto de la libertad. Eso comprende ya sea el testimonio, como también el descubrimiento de las respectivas convicciones religiosas” (“Dialogo e Proclamazione”, 19 maggio 1991, n. 9).

Algunos cristianos emblemáticos que han contribuido a establecer la práctica del diálogo en la historia de la Iglesia son: San Francisco de Asis, Matteo Ricci, Roberto de Nobili, Charles de Foucauld, etc. También los últimos cuatro papas han impulsado con gran tino este diálogo de la Iglesia con otras confesiones de fe.

¿Cuáles son las razones teológicas para dialogar con otras confesiones? En principio la misma realidad de Dios que es comunión perfecta en el amor, es decir, hay un diálogo en esa relación intratrinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta identidad de Dios, hace descubrir a la Iglesia su vocación al diálogo con el mundo para realizar esta iniciativa de Dios y su proyecto de salvación para la humanidad. El proyecto histórico de salvación lo reveló Jesucristo al comenzar el reinado de Dios en su contexto. El reinado de las bienaventuranzas: para los empobrecidos, los que lloran, los pacientes, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa del bien, así como por causa del seguimiento de Jesús (Mt 5,1-12).  Este es el fundamento para el diálogo de la Iglesia con las otras confesiones de fe. La Iglesia no solamente dialoga con otras confesiones de fe, sino que también ha establecido una agenda ecuménica para progresar hacia la unidad de los cristianos no católicos. Uno de los grandes frutos ha sido la declaración conjunta de la Iglesia Luterana y la Iglesia Católica sobre la doctrina de la justificación por la fe el 31 de octubre de 1999. Fecha simbólica pues es el aniversario de la publicación de las 95 tesis por parte de Lutero – en Augsburgo. Este ha sido un gran paso ecuménico con impronta universal (Cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Doctrina_de_la_justificaci%C3%B3n).

Otro aspecto que dinamiza el diálogo entre las distintas confesiones de fe es el retorno de la teología cristiana al pensamiento personalista con una visión integral del ser humano, que toma en cuenta su libertad religiosa y sus derechos humanos. El pensamiento teológico ha recuperando la riqueza filosófica de pensadores como: Husserl, Scheler, Ebner, Mounier, Marcel, Bergson, Buber, Lévinas, Xubiri, etc. El diálogo nos hace sentir la importancia del conocimiento y entendimiento humano en esta era de las comunicaciones y redes sociales. Nuestra identidad la modelamos dialogando y también nos realizamos en la vida dialogando.

El diálogo interreligioso es auténtico. No es una estrategia de una conversación manipuladora, tampoco es un ejercicio de diplomacia, ni mucho menos de cruzada proselitista. Sin diálogo no se puede convivir, ni experimentar la fraternidad. El diálogo es necesario no solamente para la Iglesia, también se realiza en la sociedad y en la vida pública. Los gobiernos y la sociedad civil dialogan y se promueve este encuentro para mantener la cohesión social y resolver los problemas de carácter nacional. Naturalmente, la Iglesia dialoga porque tiene una misión evangelizadora. Suma esfuerzos para anunciar y dar testimonio de Jesucristo y de su proyecto del reinado de paz y justicia que es la tarea o una de las tareas y desafíos más urgentes de la humanidad. En esta tarea se requiere un empeño a fondo para conocer el mundo religioso musulmán, hinduista, budista, etc. El diálogo sincero, auténtico, profundo lleva al verdadero conocimiento de Dios que para nosotros los cristianos se ha personificado en Jesucristo, la Palabra y el Verbo encarnado. Si estamos con Él y tomados de su mano, no hay nada que temer y el diálogo rendirá muchos frutos. Dialogamos para vivir la experiencia de fraternidad, en una gran caravana de solidaridad, en una gran peregrinación por la paz y la justicia que son tan urgentes en nuestra sociedad global (Cfr. Howard, D. (2015). Rischio e resistenza: cinquant’anni di dialogo interreligioso nella chiesa cattolica. La Civiltà Cattolica , 29-45).

3) Una fe dialogante que cambia la vida y la sociedad global

El ejercicio del diálogo significa aceptar que no todo lo que podemos tratar será plenamente aceptado por todos los que participan en él. Por eso es importante dar lugar a la capacidad de disentir y de proponer siempre nuevos aspectos para seguir dialogando, dando lugar a la crítica y también a la propuesta. El verdadero diálogo entre las distintas confesiones de fe debe ser público, deliberativo, abierto a la participación pública de la sociedad civil. Para fortalecer los consensos en la búsqueda de la paz y la justicia.

La fe es una experiencia plural y diversa. Hay muchas confesiones de fe religiosa y también concepciones políticas. Esto es una realidad que se impone. En un mundo en el que todos estamos implicados, la búsqueda de la paz y de la justicia requiere dos cosas fundamentales: Libertad y Fraternidad. En principio debemos aceptar que somos distintos, no somos iguales, pero la conquista de la libertad siempre nos lanza a buscar consensos aceptables, respetando que el otro tenga su propia fe.

Un buen ejercicio de fraternidad implica reconocer que la sociedad nos educa con frecuencia para el consenso pero no para disentir. Debemos asumir que el verdadero consenso acepta que debe existir la diferencia, el disenso. La verdadera fraternidad es la que establece relaciones humanas maduras, asumiendo que deben existir los que no piensan, no creen, no sienten lo mismo que yo pienso, que yo creo y que yo siento. Desde esta perspectiva, es posible pensar que habrá un consenso considerando el hecho que todos estarán satisfechos porque aceptamos la propia y las distintas identidades y opciones de fe.  La fe no solo tiene un potencial que cambia sino que fortalece la voluntad humana para cambiar lo que se debe cambiar. Una fe fortalecida puede mover una familia, un grupo, una Iglesia, una comunidad, una sociedad. Por ejemplo, la fe no te deja tranquilo para que permanezcas de brazos cruzados. El Evangelio muestra cómo Jesús cura al paralítico de la piscina de Betesdá (Jn 5,1-16), Él lo curó con la fuerza de su palabra: “Levántate, alza tu camilla y camina”. No le dijo cómo caminar, pero el paralítico lo hizo. La fe que agrada a Dios lleva a la convivencia humana digna y fraterna.

El diálogo interreligioso es necesario cuando no se practica una ética de mínimos fundada en los derechos humanos concebidos como ajenos a la propia cultura. Hay países que han firmado la declaración de los derechos humanos pero no los respetan, ni se aplican. Algunos países restringen o solo aplican una parte del conjunto de derechos de dicha declaración. En otros casos hay discriminación de los derechos de la mujer. Además, debemos tener en cuenta que no todas las culturas aceptan como plataforma común la declaración universal de los derechos humanos en su totalidad.

También la fe ofrece un sentido profundo insustituible para la vida de la persona. Este es el fundamento para la acción y para vivir el compromiso que lleva a la opción fundamental por la justicia que nace desde la misma experiencia de la fe. Así se ha demostrado en la historia de la Iglesia en El Salvador, pero también en la historia de las religiones y en la historia universal. Esto nos sitúa en la vía de hacer la cosecha de la gran riqueza de experiencia de fe que pueda ofrecer la Iglesia de El Salvador al mundo y al diálogo entre las religiones para hacer posible la paz y la justicia. La paz es un clamor universal. En la India se hablan 30 idiomas oficiales diferentes y alrededor de 2,000 lenguas no reconocidas oficialmente. En las lenguas de la India: Hindi, Sanskrit y Telugu, la paz se dice “Shanti”. En la lengua Tamil la paz se dice “Samadhanam”. En todas las lenguas de todos los países se pide la paz para la propia vida, la propia familia y para el mundo.

Orar es dialogar con Dios, personal y comunitariamente. Orar es vivir la experiencia de la cúspide de la libertad humana porque es el encuentro de dos libertades, la libertad absoluta de Dios que se auto-comunica libremente al ser humano y también la libertad humana que se dispone al encuentro con Dios. También se puede orar comunitariamente por la paz, por la justicia, por el prójimo, por los enfermos, por los encarcelados, por las víctimas y los victimarios que engendran la violencia y la muerte. Orar por la paz es disponer la inteligencia, la voluntad y el corazón humano para trabajar por desarmar las conciencias, por hacer realidad la justicia que es la madre de la paz.  Podemos hacer de toda la creación un altar para ofrecer sobre él, todos los trabajos y sufrimientos de la humanidad. Y podemos alzar nuestra plegaría en más de dos mil lenguas para pedir la paz y la justicia, con la seguridad que Dios nos escucha y nos entiende a todos.

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